La autoestima es quizás uno de los mayores secretos interiores que poseemos. Es la fuerza que transforma el dolor, fortifica el carácter y afirma nuestra personalidad para superar los problemas de la vida y, a pesar de todo, ser felices.
En verdad, las personas anhelan encontrar un nuevo comienzo. Aquel que les permita entender el sufrimiento acumulado al vivir en una sociedad en constante crisis, la cual es generadora de estrés y angustia. Sin duda, estos factores someten y disminuyen nuestra salud al igual que nuestro amor propio.
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Esta especie de alergia a la felicidad, sólo se puede superar al comunicarnos con un lenguaje amoroso y compasivo que nos ayude a cambiar el hábito de estar y sentirse mal, por el hábito de estar y sentirse bien.
Para lograrlo, debemos buscarnos a nosotros mismos e iniciar un proceso paciente y comprometido. Preferiblemente, en compañía de un profesional de la salud mental, un Logoterapeuta o un consejero espiritual auténtico con el fin de descubrir a partir de los síntomas de las enfermedades psicosomáticas: ¿cuál es el vacío y la herida esencial que me impiden crecer y desarrollarme integralmente?
Las limitaciones para ser lo que realmente somos
Todo trauma no superado nos limita e incapacita a fin de poder llegar a ser quienes realmente somos. Cada persona nace con una gran reserva de energía personal, dotada de recursos que provienen de la naturaleza para sobrevivir.
En el fondo, la base de la felicidad es estar satisfecho con uno mismo, descubriendo el potencial creativo para reinventarnos, cambiar y gozar de las cosas que hacemos y las metas que cumplimos.
Esta actitud hace que la energía se reponga y encuentre fuentes de autoabastecimiento internas. El gran secreto del alma es nuestra capacidad de transformar la adversidad, los desafíos y las limitaciones en oportunidades de crecimiento.
También, uno de los mecanismos de defensa que utilizan algunas personas en crisis, es el de evadir y negar sus heridas emocionales a través de las adicciones y las dependencias.
Manifestándose, en los excesos de trabajo o las relaciones de pareja tóxicas, neuróticas y disfuncionales que, en algunos casos, se mantienen unidas por sus propias patologías abusando del alcohol, las drogas, la comida, el sexo y muchas otras compulsiones.
En otros casos, sustituyen la confrontación sincera y honesta con fanatismos religiosos, magia y superchería. Incluso, llegan a “normalizar” sus vidas a través del consumo de medicamentos y psicofármacos para calmar las crisis de pánico, ansiedad y agresividad.
Por consiguiente, estas fachadas ayudan a disimular el gran temor que agobia la existencia, construyendo percepciones distorsionadas de la realidad, que, a su vez, son influenciadas por nuestra sociedad del hastío y de la productividad.
Sin duda, esta es una de las razones por las cuales terminamos agotados, enfermos y abrumados, pues no logramos compensar ese gasto energético con actitudes inteligentes hacia el cuidado propio de la salud física, mental y emocional. Entonces la pregunta sería: si ya di el primer paso de reconocer lo mal que estoy ¿qué debo hacer para empezar a mejorar?
De la negación a la confrontación
La respuesta a esta pregunta se resume en las palabras: humildad y aceptación, que nos ayudan a reconocer nuestros defectos de carácter para habilitar la acción y superarlos.
Por el contrario, al negar y justificar nuestras disfuncionalidades, bloqueamos la voluntad necesaria al momento de restaurar nuestro equilibrio interior.
Sin duda, a la primera persona que debo recuperar es a mí mismo. Esa es la base para redefinir mi autoestima.
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¿Quién soy yo?
Yo soy el único que soy como yo. Muchas personas pueden parecerse a mí y compartir algunas afinidades en las reacciones y comportamientos. Pero, nadie es igual a otro, pues la experiencia es totalmente personal.
Esta vida es mía porque yo mismo la elegí. Si me quiero, también valoraré lo que hago y decido diariamente. No pongo en manos de ninguna otra persona mi tranquilidad y bienestar.
Mi alma, es aquella eterna aliada que me ayuda a conservar la lucidez y la sobriedad que necesito, para adquirir el dominio de mí mismo.
Durante muchos años, fui lo que otros querían que fuera. Cuando descubrí que sí puedo ser libre, rompí el miedo de ser mi dueño. Nadie es culpable de lo que me ha pasado y mucho menos de lo que me pasará.
Este cuerpo que hoy habito me pertenece, y comprendo que es la herramienta para la experiencia. Por eso, si comienzo a amarlo, empezaré por no descuidarlo.
Confiaré en mi cerebro y en su función inteligente, así como también, en mi poderosa intuición que guía mis deseos y me da la fuerza para realizarlos. Este apoyo confiable es el que necesito a fin de crecer y madurar.
¡No soy de nadie! Sé que, si cuido de mi cuerpo y mi cerebro, mi cuerpo y mi cerebro cuidarán de mí.
Me libero de los condicionamientos dolorosos de la infancia. Con valentía exploro mis miedos, traumas y represiones, renunciando a la prisión emocional que limita mi libertad a través de la culpa innecesaria y la vergüenza inmerecida.
Si bien es cierto que estoy condicionado por la cultura a la que pertenezco, en realidad no estoy determinado por la misma. En cualquier momento puedo cambiar de decisión y reinventarme. Debo dejar de usar el odioso disfraz de ser lo que no quiero ser y no seguir engañándome ni engañando a los demás.
El poder de elegir
Mis palabras tienen poder de creación o destrucción. De esta manera, soy responsable de elegir bendecir o maldecir. Además, al fortalecer mi autoestima adquiero la seguridad de decir ¡Sí! cuando quiero decir ¡Sí! y ¡No! cuando quiero decir ¡No!
En realidad, siempre ocurre lo que consciente o inconscientemente yo deseo. Por eso, mi obligación es ejercitar la conciencia plena y asumir el resultado de mis emociones.
La vida para mí es bienvenida con cada uno de sus golpes, desilusiones, caídas, dolores y trampas, así como también, con los triunfos, las realizaciones, la ternura, el afecto, la intimidad y el placer.
Por eso, se llama vida y yo decido qué vivir y que no, guiado desde mi intuición. Cuando entiendo que con el dolor vivido ya pagué mis errores y aprendí a corregirlos, entonces ¿a quién debo seguir pagando?
Las cuentas están saldadas. La confusión es un aviso de nuestro desorden mental y emocional, pero también como toda crisis, es la antesala de novedosas opciones liberadoras, placenteras y necesarias para sentirme vivo.
Asimismo, puedo amar a otra persona pues desde la sanidad del amor propio, elijo a alguien que también se ame a sí mismo y no tenga los mismos vacíos de las relaciones anteriores. Cuando aprendemos a manejar nuestra vida con inteligencia emocional, ya nos estamos superando.
De igual forma, es posible convivir y participar en un mundo productivo, interactuando con todas las personas que me rodean y concientizándome, que ante todo soy un ser único, valioso e irrepetible.
Por lo tanto, no estoy conectado a una Matrix tecnológica y social, en donde mi esencia interior se pierde robotizándose y esclavizándose ante los antivalores de un mundo insensible y materialista.
Es sorprendente y también muy triste, que hoy ni siquiera la devastadora pandemia del COVID-19 a través de sus duras enseñanzas, haya logrado hacerle entender a muchos seres humanos la importancia vital de cuidarse a sí mismos y cuidar a los demás. Y, sobre todo, mirarse interiormente para valorarse y evolucionar hacia una nueva conciencia planetaria, cuyo sentido es ayudarnos los uno a los otros.
Una nueva libertad
Este soy yo: feliz de ser humano, viviendo de instante en instante, adaptándome a todos los problemas y situaciones que me acompañarán a lo largo de la vida.
Si es de noche, lo aceptaré. Si es de día, lo viviré. Tengo derecho a madurar, experimentar, descubrirme, avanzar, saber cuándo se sufre justamente y cuándo puedo demandar justicia.
Nadie me obliga a nada. Puedo elegir y sentir que cada elección duele, pues al hacerlo ganó una cosa y pierdo la otra. No sería justo y mucho menos sano, pretender tenerlo todo.
Soy tan sólo un ser humano con un alma humilde realizando la misión que escogió para venir al mundo. Trabajando por descubrirme, conocerme y recobrar mi autonomía.
Esto es un mandato expresado a través de mi sano juicio y mi fortalecida autoestima. Yo soy por mí y no por otro, pero al reconocerme y centralizarme, es posible interrelacionarme con todos mis semejantes para vivir sereno, alegre y en paz con la vida.
Sé que, al enfocarme y vibrar con el amor que habita en mi interior, podré conectarme con el universo y tener la certeza de que me acogerá por ser yo mismo, y tener el derecho natural, de ser amado sin condiciones por mi Creador. Estoy entendiendo que mi alma es el secreto que le da vida a todas las cosas.