La palabra alcohol se deriva etimológicamente del árabe kohol, refiriéndose a un polvo fino y negro que las mujeres han usado durante mucho tiempo para ennegrecer los ojos, es decir, como una especie de maquillaje.
Mientras que el alcohol etílico o etanol vendría siendo el compuesto activo esencial de cualquier bebida alcohólica, cuya variedad depende del tipo de fruta/cereal y del proceso del que se obtiene, bien sea por fermentación o destilación.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) este producto es considerado como una droga, ya que cumple con los criterios que definen a una sustancia: “genera adicción, provoca tolerancia y su ausencia conlleva al síndrome de abstinencia”.
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Pero, lo que muy pocos saben, es que esta dependencia se remonta a la aparición de la cerámica usada como un recipiente para almacenar bebidas, que, según la temperatura, podrían fermentarse.
Por un lado, entre los años 4000 y 3500 antes de Cristo, se encontraron evidencias del uso del vino y la cerveza en regiones de China, Egipto y Mesopotamia, como parte de un contexto mágico-religioso en la celebración de rituales del solsticio de invierno y verano, así como también, en las épocas de siembra y cosecha.
Por otra parte, los griegos deificaron el alcohol a través de Dionisio, dios de la vendimia y el vino e inspirador de la locura y el éxtasis. Los romanos lo llamaron Baco, dios del frenesí, la agricultura y el teatro, que inducía a la bakcheia (trance) con el fin de liberar el ser interior que pudiera entrar en dimensiones misteriosas para lograr una comunicación entre los vivos y los muertos.
Sin duda, este es el punto de partida que se reconoce históricamente como la oleada de alcoholización de la humanidad, debido a las expansiones imperialistas romanas que propagaron esta práctica por diversos territorios del mundo.
Más adelante en la Edad Media (siglo IX), se descubrió en Europa la técnica de destilación, obteniendo alcohol de mayor concentración y con efectos intoxicantes.
También, en los períodos de conquista en América los colonos llegaron a probar la “Chimba”, una bebida parecida a la cerveza que consumían los indígenas durante sus ceremonias sagradas, heredándoles a su vez estas prácticas de consumo.
Años más tarde, en el siglo XVII se implantó la producción de vinos y licores, que en plena época industrial masificaron este hábito en las urbes sin importar el estrato social.
Ya en los comienzos del siglo XX, el consumo de alcohol era tan normal que en la década de los 60, se institucionalizaron las bebidas alcohólicas debido a las corrientes económicas, políticas y movimientos migratorios que impusieron esta costumbre como una forma de recreación, estatus y necesidad de los consumidores.
El problema se evidenció cuando aparecieron efectos nocivos, los cuales revelaban una “personalidad secreta” como si los consumidores sufrieran un desdoblamiento de su “yo” profundo, que los llevaba a los desbordes en sus emociones.
Por tal motivo, los impulsos se salían de control, al igual que los comportamientos libidinosos y sexuales enmarcados en actitudes negativas, iracundas, histriónicas y exageradas.
En esta coyuntura, el alcohol pasó de ser un elemento de diversión y desinhibición, a un tema de salud pública que afecta a millones de personas alrededor del mundo.
¿Qué es la enfermedad del alcoholismo?
Con base a la definición del National Council of Alcohol and Drug Dependence: “El alcoholismo es una enfermedad primaria y crónica, con factores genéticos, psicosociales y ambientales que influyen sobre su desarrollo y manifestaciones.
La enfermedad es frecuentemente progresiva y fatal. Se caracteriza por presentar en forma continua o periódica: pérdida de control sobre la bebida, preocupación por la droga (alcohol), uso del alcohol a pesar de sus adversas consecuencias, y distorsiones en el pensamiento, principalmente negación”.
De esta manera, el alcoholismo se manifiesta dentro de un conjunto de características específicas, las cuales persisten a lo largo del tiempo, es decir, son cambios progresivos a nivel físico, emocional y mental, que también van deteriorando el equilibrio psicosocial del adicto.
La carencia de sobriedad y sentido común, empeoran sus hábitos y comportamientos, que se ven reflejados en trastornos cognitivos, cambios de ánimo, problemas maritales, violencia, relaciones sociales adictivas y vacío existencial por falta de valores.
Diferentes clases de alcohólicos
A pesar de que el alcoholismo es considerado una enfermedad de base, también tiene diferentes variaciones y clasificaciones. Por ejemplo, el “alcohólico alfa” es aquel que genera una dependencia psicológica al alcohol, pero usa la bebida para mitigar su dolor emocional.
Mientras, el “alcohólico beta” tiene el hábito de beber socialmente sin dependencia física pues no tiene una alergia al etanol. Por el contrario, el alcohólico gamma (bebedor clásico) se dedica a beber por días, semanas o a veces hasta llegar a estados de intoxicación severa, teniendo manifestaciones del síndrome de abstinencia.
Algo similar ocurre con el “alcohólico delta”, quien disfraza su consumo durante el día buscando una excusa bien sea en el almuerzo, en el cierre de un negocio, un cumpleaños, un mal momento y quizás cualquier ocurrencia que tenga. Por último, el “alcohólico épsilon” tiene fases de borracheras cortas y compulsivas, intercaladas con períodos largos de completa abstinencia.
Síntomas y signos de la enfermedad del alcoholismo
La “necesidad” de control sobre los demás, es de fondo el móvil para sobrevivir día a día a un yo dividido y oprimido por un amo implacable y destructor: la adicción.
Todas las conductas del alcohólico y sus diferentes facetas, se manifiestan debido a la insatisfacción consigo mismo e incapacidad al momento de expresar sus emociones. Por eso, se pueden identificar patrones de conductas singulares tales como:
1. La negación: El alcohólico niega de manera irracional su enfermedad, sin importar el nivel socioeconómico e intelectual. La negación es la manifestación del ego, la cual impide un reconocimiento sobre los vacíos emocionales durante la infancia, la juventud y la adultez, que son los motores para sobrepasar los límites y beber en exceso.
De ahí que, constantemente en sus mentes se repiten la siguiente afirmación: “¡Yo tengo todo el control! Los alcohólicos no ejercen control alguno, por consiguiente, ¡No soy alcohólico!”.
2. La mentira: Para una persona psicológicamente sana, la mentira puede ser un recurso protector en algunas situaciones. Sin embargo, su sinceridad permanece la mayor parte del tiempo.
El alcohólico activo no vive bien, solo logra “sobrevivir” a través de la mentira y la manipulación. En realidad, lo que él quiere es anestesiar su dolor emocional a cualquier precio y de forma inmediata.
Entonces, como las alternativas no son fáciles, decide adoptar una serie de engaños sistemáticos que le dan la sensación de poder sobre los demás, permitiéndole seguir alimentando su ego enfermo.
3. Deterioro ético: El engaño, la manipulación, la humillación, la falta de lealtad y la infidelidad son comportamientos recurrentes en los adictos al alcohol, llegando a verse envueltos en situaciones graves y hasta delictivas por romper muchas de las normas básicas de convivencia y respeto hacia los demás. De estos fondos oscuros emocionales, es posible salir a través de la confrontación de sus defectos de carácter y pésimos hábitos de vida.
4. Resentimiento irracional: Exageración excesiva de los defectos del otro para sentirse bien con ellos mismos. Un complejo de superioridad basado en uno de inferioridad, lo que les impide aprender a perdonarse a sí mismos y a los demás, victimizándose constantemente ante las situaciones que no son de su agrado.
5. Emociones desbordadas: Es usual ver cómo el alcohólico debido a sus compartimientos extremistas puede alterarse fácilmente ante “ofensas” imaginarias, pero también, manifiesta su incapacidad de sentir dolor ante situaciones traumáticas de la vida como la muerte. Además, su psique no soporta una carga adicional de dolor, con la que diariamente tiene que lidiar a causa de la culpa.
Por ejemplo, cuando normalmente expresan un “te amo”, lo utilizan como herramienta para controlar a un ser querido. Pero, esa frase no la sienten pues la confusión emocional está enmarcada en el término “alexitimia” que significa: “la incapacidad de identificar, reconocer, nombrar o describir las emociones o los sentimientos propios, con especial dificultad para hallar palabras y describirlos”.
6. Encanto: El alcohólico desarrolla una personalidad al estilo clásico de los personajes de la novela del escritor Robert Louis Stevenson: “El Dr. Jekyll y el Señor Hyde”. En otras palabras, usan su doble personalidad encantadora y seductora, con el fin de manipular a los demás para lograr sus propósitos egoístas a costa de personas que los aman.
Estas conductas son ciclotímicas y bipolares, pues algunas veces, los alcohólicos son amigables y cariñosos, pero en otras ocasiones, cambian de parecer y son capaces de agredir de palabra y obra a quienes llegaron a confiar en ellos. Realmente, al adicto poco le importan las repercusiones de sus actos.
7. Actitudes compulsivas: Los bebedores activos se desinhiben y aparecen unos impulsos de hablar y confesar secretos, es decir, quieren comunicarse así sea por el celular, el WhatsApp o el teléfono fijo. Además, la persona a la que deciden llamar debe escuchar sin interrupción todo lo que el alcohólico quiera decir en ese momento.
Las diferentes fases del alcoholismo
Pre alcohólica
- Lagunas mentales: no acordarse de lo que ocurrió durante una borrachera.- Beber a “escondidas”: pretenden que nadie se de cuenta de los excesos.
- Evita hablar del alcohol: no le gusta que lo señalen como “borracho” y menos de alcohólico.
- Presiones sociales: su conducta ya es señalada en el hogar, el trabajo o por su círculo de amigos.
- Comportamiento grandioso: se sienten en su fase hiperactiva, donde pueden conquistar el mundo basado en la sensación de que son “mejores” que los demás. Por eso, trabajan en exceso en pos de recursos económicos y estatus social.
- Período de abstinencia: se dice a sí mismo y a los demás que tiene fuerza de voluntad, pero más temprano que tarde, vuelve a consumir.
Fase Crítica:
- Dejar empleos: por su falta de compromiso renuncia constantemente a los trabajos o fuerza un despido.
- Rechaza las relaciones interpersonales: le caen mal las personas que no beben y se siente criticado, aunque no sea así.
- Resentimiento irracional por su constante autocompasión.
- Primera hospitalización: debido al consumo escalado y descontrolado del alcohol, requiere una estabilización y desintoxicación clínica.
- Psicosis alcohólica: enfermedades mentales, angustia, ansiedad, inseguridad, miedos y alucinaciones.
Fase Crónica:
- Temores indefinibles: delirio de persecución. Sufre de sobresaltos por la culpa y los remordimientos.
- Temblores persistentes: cada vez más el sistema nervioso necesita del alcohol para sentirse estable.
- Vagas aspiraciones religiosas: busca sin importar un “oasis” espiritual, adquiriendo prácticas todavía más nocivas para su estado mental y emocional.
- Pérdida de la vida: al alcohólico sin rehabilitación le espera una muerte trágica, bien sea por un accidente o por la desesperación de la pérdida de su libertad al cometer delitos graves durante sus lagunas mentales, al igual que sus reacciones emocionales descontroladas durante los períodos de borrachera.
Finalmente, la idea de este artículo es generar conciencia e informar a los lectores sobre los alcances insospechados y devastadores de la enfermedad del alcoholismo, que en algunos casos provienen de la carga genética de los padres o de la memoria traumática familiar. Así como también, a causa del legado emocional de una sociedad ávida de consumo exterior, que olvidó a través del alcohol, el camino hacia el bienestar y la paz interior del individuo.
Es importante recordar, que las terapias para la rehabilitación de las adicciones se deben efectuar con equipos terapéuticos interdisciplinarios compuestos tanto de médicos psiquiatras como de psicólogos, Coach de vida, gestores emocionales y grupos de apoyo con programas de 12 pasos.
Estos tratamientos son una caja de herramientas para aprender a gerenciar las emociones y rehabilitar la autoestima, reduciendo a su justa medida al ego desbordado, la inconsciencia, la obstinación y el miedo que son los enemigos de una recuperación integral.
Sin duda, las cadenas del alcoholismo se rompen al reconocer los defectos de carácter y con humildad aceptar la ayuda de un Poder Superior ante la impotencia y la frustración que genera esta enfermedad.
Por eso, es necesario priorizar por encima de todas la cosas, la sobriedad, el control de las emociones, la salud mental y espiritual, ya que son las bases mediante las cuales es posible construir un nuevo ser capaz de confrontar sus dolores y desajustes emocionales para gozar de la premisa: “La libertad y la felicidad plena, aparecen en nuestras vidas cuando aprendemos a no hacernos daño ni hacer daño a los demás”.