El seis de marzo, un día antes de que se cumpla año y siete meses de una pesadilla que nos mantiene aterrorizados y pareciera no tener final, me uniré a mis compatriotas en una marcha convocada que será de dimensiones no despreciables, como todo lo indica. Persisto en mi visión poco optimista sobre las posibles consecuencias de un acto de protesta ciudadana de tal naturaleza pero eso no me desanima como para abstenerme de participar aunque solo sea para sumar mi voz al grito de “Fuera Petro” que se ha convertido en el sello distintivo de la manifestación de rechazo a un gobernante que no genera sino repudio al estar empeñado en destruir un país con todas las condiciones para hacerse grande, terminar con la pobreza y emprender el camino del progreso pero que se encuentra atado a una corrupción sin límites y a una despiadada criminalidad que, durante los diecinueve meses pasados, han gozado de una total impunidad y cuya finalidad no ha sido otra sino la de utilizarlas como herramientas para sostener un gobierno brotado de sus mismas entrañas.
Sería maravilloso, aunque fuera y a pesar de mi escepticismo, poder imaginar que esta pesadilla terminará el seis de marzo de 2024 y que al despertar nos encontremos librados de ella porque el “Fuera Petro” se hubiese hecho mandato ciudadano, pero hasta nuestra libre e ilimitada capacidad imaginativa nos ha sido coartada. Habría que recuperarla y para ello sería conveniente seguir ejercitándola superando el desánimo y la decepción. Podríamos comenzar por imaginar que un milagro de tal magnitud se producirá y nos encontraremos muy pronto libres del psicópata que usurpa el poder junto a su camarilla de trúhanes.
¿Quiénes participaremos en la marcha del seis de marzo nos hemos preguntado siquiera qué haríamos si eso se hiciese realidad? El once de abril de 2002 y como consecuencia de una manifestación, Venezuela se vio libre de su opresor Chávez. Por desgracia dos días después retomó el poder. Ni el pueblo ni los políticos de la oposición estuvieron a la altura de su compromiso y dejaron que el dictador regresara. Veintidós años después la pesadilla del país hermano pareciera sin fin.
¿Si el ejemplo del país hermano demuestra que una marcha puede tumbar a temibles personajes como Hugo Chávez por qué no a su émulo que mantiene un disfraz de demócrata con el que a medias disimula sus afanes dictatoriales?
Quedando demostrado con el anterior ejemplo que una marcha puede, aunque sea muy excepcionalmente, tener consecuencias de inmensa significación quienes participaremos en la del seis de marzo deberíamos estar preparados para sus posibles efectos, el principal: lograr lo que se vitorea cada día con mayor vehemencia: “Fuera Petro”.
P.S.: ¿Me pregunto si la oposición ha tenido siquiera en cuenta la posibilidad de una caída del sátrapa o si sigue con la ilusión de que en 2026 las cosas volverán a ser como antes y podrán aspirar, en unas elecciones libres, al poder creyendo que el efecto Bukele y el efecto Milei puedan tener repercusiones en Colombia? Pareciera que lo que la ha caracterizado como una oposición blanda no ha hecho sino acentuarse. No hay más que recordar como actuó esa oposición, que es la misma de hoy, cuando no pudo ni siquiera detener la subida de un abominable tipejo salido de las propias entrañas del uribismo quien sacó sus garras y mandó al país por el barranco habiéndose hecho reelegir contra viento y marea sin que esa oposición, la que ha cambiado tan poco, detuviera el tremendo fraude perpetrado para luego ilusionarse con unas elecciones en las que otro salido de esas mismas entrañas uribistas saliera con un chorro de babas y dejara el camino despejado,, permitiendo todos los fraudes posibles que se evidenciaron desde la campaña, a quien mal gobierna en el presente. Con esos antecedentes necesitaríamos de otro milagro aparte del de la caída del sátrapa y es el de que, con esa oposición, no se nos vuelva a subir y la pesadilla no tenga fin como en Venezuela.