El 7 de agosto iniciamos una nueva era para nuestro país: la presidencia de la república está en manos de un hombre, un sujeto político integral, elegido por los de abajo, por la gente humilde, por el pueblo que ha sufrido la violencia armada perpetrada por diversos actores, legales e ilegales. Esta violencia ha sido territorial, es decir, se ha generado para tener el control de ecosistemas estratégicos: la violencia del extractivismo, los daños ambientales, las injusticias sociales hacia culturas campesinas (afros, indígenas, agricultoras, pescadoras, barequeras), el ataque sistemático a líderes sociales y ambientales.
Sí, los de abajo elegimos a este hombre y sus ideas políticas; levantamos las banderas por otra sociedad millones de habitantes de los territorios rurales y de sectores populares de las barriadas de las grandes ciudades. Votamos por el proyecto político liderado por Gustavo Petro para los marginados de la riqueza social quienes, en muchos casos, solo deseamos estar tranquilos en nuestros espacios de vida, que se nos dejen trabajar y seguir siendo, que no nos arrebaten la naturaleza de la que hacemos parte, que no impongan el negocio sobre la vida; en últimas que se nos de un espacio en la sociedad para seguir existiendo pero con dignidad.
Me despierto con el gran compromiso de estar en un proyecto político construido colectivamente, donde se plasma la diversidad de culturas, de regiones, de visiones deseosas de cambios profundos. Una apuesta por la esperanza de transformar el país. Dicha transformación empieza por nosotros, como individuos que vivimos en comunidades y en sociedad. No se trata, por tanto, de sentarse a esperar los cambios que se darán en este país para que cambiemos como individuos. Nada cambiará si seguimos relacionándonos con la naturaleza y con los otros con falsedades, o movidos en lo sustancial por obtener ganancia a toda costa. Nada cambiará si seguimos ejerciendo la política de la misma manera, en especial, para obtener dádivas personales y favorecer a sectores privilegiados.
Nosotros somos agentes de cambio en cada uno de los territorios, en cada uno de los municipios, ciudades y veredas. Allí, donde hemos habitado y luchado, también somos agentes de cambio porque, en medio de nuestras justas causas, nos hemos equivocado. Un componente del cambio es la reflexión autocrítica, reconocer errores y tomar correctivos al respecto recomponiendo el camino. Empezar a transformar el país es empezar a transformarnos nosotros mismos. Así, la invitación es que vayamos cambiando al tiempo que se empiezan a dar los cambios en el país: seamos más sinceros, más transparentes en nuestras relaciones interpersonales, en los objetivos que nos trazamos, en la manera como tratamos al otro. La transparencia, la revitalización de la dignidad y sobre todo el respeto por el otro deben guiar nuestras acciones.
La manera de hacer la política en nuestro país no ha sido la mejor, de hecho, podríamos afirmar que ha representado todo lo contrario a lo que necesitamos: se han generado índices de desigualdad, pobreza, hambre, corrupción, desempleo, despojo, destrucción de la naturaleza y degradación de la vida a un grado tal que asistimos a una aguda crisis humanitaria. La nueva forma de ejercer la política pasa por hacer de la transparencia un valor central; pero también, pasa por mantener la valentía que nos ha caracterizado (como pueblo, como líderes sociales) para enfrentarnos a quienes buscan a toda costa sostener regímenes de desigualdad en Colombia. La mezcla entre transparencia y valentía nos debe permitir dejar atrás la sensibilidad de sentirnos ofendidos cuando nos enfrentamos a la verdad o la timidez de no decir las verdades porque tememos “hacer sentir mal” a otros, porque queremos quedar bien a pesar de que ello implique no hacer lo correcto y lo que necesita el pueblo. Este nuevo país que queremos y vamos a construir, requiere de la fortaleza del conjunto de líderes sociales, políticos y la capacidad organizativa de las comunidades que, por décadas, han resistido desde los territorios. Los líderes políticos y sociales aunando esfuerzos con las organizaciones sociales y comunitarias, debemos estar en disposición de seguir ejerciendo nuestro liderazgo, pero mejorando nuestra capacidad de autocrítica, de enfrentar nuestros propios errores y aportar desde allí al cambio.
Como miembro de la alianza por la vida que se generó con el Pacto Histórico y acompañando con todas mis fuerzas el gobierno de Gustavo Petro, asumo con absoluto compromiso la necesidad de escucha oportuna y transparente que tienen los pueblos, los de abajo, pero también los que piensan contrario a mí, quienes tienen otras ideas y otras formas de ver el mundo. Asimismo, pido que me escuchen, que entiendan que me mueven décadas de lucha desde y con el movimiento socio-ambiental, que mi corazón está atravesado por las huellas que en mí han dejado los pueblos campesinos y los territorios rurales que he habitado, defendido y recorrido: mi intención es establecer relaciones francas y sinceras con los territorios, y claridades sobre las divergentes respetuosas con quienes piensen diferente, que nos posibiliten encontrar rutas para tramitarlas.
El 7 de agosto se posesionó nuestro presidente, Gustavo Petro, y nuestra vicepresidenta, Francia Márquez. El equipo de gobierno que ha llegado a cada una de las carteras está lleno de sabiduría e inspiran confianza, con la orientación e ideas políticas de nuestro presidente y la vigilancia permanente que tendrán del pueblo en primera instancia y de los congresistas. En efecto, confiamos en la elección y la sabiduría de nuestro presidente que designó en un cuerpo ministerial probo y experto, la tarea de liderar las transiciones y cambios que reclama la sociedad colombiana. El acercamiento que tendremos a los ministerios y las personas designadas en las mismas, los debates y decisiones en el legislativo, las solicitudes al ejecutivo y el control político, también estarán marcadas por la transparencia y la coherencia: todos los intereses deben ponerse encima de la mesa y no debajo de ella como históricamente ha ocurrido.
Empezamos, así, una nueva forma de relacionarnos con el Estado. Asimismo, emprendemos la tarea de edificación de una nueva sociedad construida desde abajo, con sectores y clases históricamente marginadas que deben organizarse mejor, comprometerse más. La organización y el compromiso son indispensable, pero insuficientes: entre muchos otros componentes, se requieren la paciencia y la sabiduría necesaria que implica visualizar la transformación como un proceso que se va dando a través de múltiples transiciones. Es el tiempo de los pueblos que han luchado por el cambio.