“Si el Partido Demócrata quiere proteger a los anarquistas, los agitadores, los alborotadores, los saqueadores y los que queman banderas, es cosa de ellos. Pero, yo, como su presidente, no participaré en eso. El Partido Republicano seguirá siendo la voz de los héroes patriotas que mantienen Estados Unidos a salvo”.
— Donald Trump, 28 de agosto de 2020
El miércoles fue un día terrífico y un momento vergonzoso en la historia de Estados Unidos. He dado cobertura a intentos de golpe de Estado en muchos países de todo el mundo y ahora finalmente estoy cubriendo uno en Estados Unidos.
Trump y sus cómplices hablan mucho de patriotismo. Censuraron al presidente Barack Obama por no usar siempre un prendedor con la bandera de Estados Unidos en la solapa. Criticaron a Colin Kaepernick por protestar contra la brutalidad policial cuando plantó su rodilla en el suelo en vez de ponerse de pie durante el himno nacional; y luego, el miércoles, Trump incitó a una muchedumbre a invadir el Capitolio de Estados Unidos. Los revoltosos encontraron una respuesta policial mínima, no como la que recibieron los manifestantes del movimiento Black Lives Matter.
Muchos de esos agitadores defensores de Trump quizás rebaten la idea de que los blancos tengan privilegios. Pero el hecho de que les permitieran rebasar a la policía e invadir la Cámara Baja y el Senado fue una prueba de ese privilegio.
“En estos momentos, estamos siendo testigos de una idiotez propia de una república bananera en el Capitolio de Estados Unidos”, tuiteó el representante republicano de Wisconsin Mike Gallagher y añadió un llamado a Trump: “Usted tiene que detener esto”.
Lo que atacaron los revoltosos partidarios de Trump no solo fue el edificio, sino también la Constitución, el sistema electoral, nuestro proceso democrático. Humillaron a Estados Unidos ante el mundo entero y provocaron las carcajadas de los enemigos del país. Serán recordados como unos Benedict Arnolds.
“Nuestra democracia está siendo víctima de un ataque sin precedentes. No se parece a nada que hayamos visto en la era moderna”, señaló el presidente electo Joe Biden. Lo describió como “un ataque al baluarte de la libertad, al Capitolio mismo”.
“Nuestra Constitución fue el producto de siglos de tradiciones, sabiduría y experiencia. … Un movimiento radical está intentando destruir esta valiosa y preciada herencia. Las turbas de izquierda han derribado las estatuas de nuestros fundadores, profanado nuestros monumentos”.
— Donald Trump, 17 de septiembre de 2020
El patriotismo no radica en las palabras. No tiene que ver con ondear banderas y entonar “America the Beautiful”. Significa luchar, aun de modo imperfecto e inadecuado, para hacer que este país que tanto amamos sea mejor.
No se trata de que un presidente respalde una insurrección ilegal o que intente obtener otro periodo a pesar de haber perdido tanto el voto popular como el Colegio Electoral.
Sea cual sea la retórica de un presidente, cuando coordina una campaña para impugnar unas elecciones libres garantizadas por la Constitución y cuando incita a agitadores a pisotear nuestro proceso democrático, está traicionando esa Constitución.
Por lo general, no estoy de acuerdo con Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado. Pero tuvo razón cuando finalmente se enfrentó a Trump y advirtió al Senado que las acciones legislativas para anular votos al excluir algunos estados del conteo del Colegio Electoral “dañarían a nuestra república para siempre”.
“El presidente Trump está promoviendo la unidad nacional al renovar la interpretación de los principios constitutivos de Estados Unidos que compartimos y el compromiso hacia ellos”.
— “Folleto informativo” de la Casa Blanca, 2 de noviembre de 2020
Después de un año en el que Trump se presentó como el presidente de la ley y el orden y censuró a manifestantes como revoltosos, convocó a sus partidarios en Washington y los envió a asaltar el Capitolio mientras se contaban los votos. “Asistan, se pondrá rudo”, tuiteó.
“Hagamos un juicio por combate”, le dijo Rudy Giuliani, su abogado, a una concentración de partidarios de Trump antes del ataque al Capitolio.
Así que la muchedumbre pro-Trump desmontó las vallas de seguridad e irrumpió en el Capitolio. Podemos llamarlos alborotadores, terroristas o golpistas, pero no estaban haciendo a Estados Unidos grandioso de nuevo.
El verano pasado, en Portland, Oregon, vi cómo las autoridades federales lanzaban de manera constante gas lacrimógeno contra las personas que se manifestaban afuera de manera pacífica, así que resultó impactante ver que oleadas de manifestantes invadían el Capitolio sin casi ningún obstáculo. Las manifestaciones de izquierda a veces sí se tornaron violentas y destructivas en Portland y otras ciudades y, cuando eso sucedió, Joe Biden lo condenó en repetidas ocasiones; se enfrentó a sus bases. Por el contrario, Trump incitó a sus bases a la violencia y el miércoles en la mañana exhortó a sus partidarios a acudir al Capitolio.
Ha habido rumores de que tal vez Trump intente aprovechar el desorden en el país o una crisis en el extranjero y recurra a la Ley de Insurrección para desplegar fuerzas militares y así impedir la transición de la presidencia. Debemos estar alertas y recordar la advertencia de todos los exsecretarios de Defensa de Estados Unidos de que el Ejército debe quedarse al margen de una crisis así.
Los ataques de Trump a la verdad no son tan visibles como los ataques al Capitolio, pero también son perjudiciales. Aproximadamente, el 62 por ciento de los republicanos dice que no acepta la elección de Biden y eso es nocivo para la democracia y sienta las bases para este tipo de violencia.
Trump y otros republicanos hablan acerca de la responsabilidad personal y de obedecer la ley. Así que Tanya McDowell, una mujer indigente afroestadounidense, fue encarcelada después de engañar a autoridades escolares sobre su domicilio para poder enviar a su hijo a un distrito escolar mejor y ofrecerle una vida mejor. Pero, hipócritamente, Trump no asume ninguna responsabilidad después de un periodo en el que ha perdido la Cámara de Representantes, la presidencia y el Senado, y luego incita a muchedumbres para que siembren el terror en el Capitolio.
Como ya dije, he dado cobertura a otros intentos de golpes de Estado y, casi siempre, a la larga, la historia alcanza a los autócratas y a los mafiosos. Terminan en la cárcel, el exilio o la desgracia, quejándose de la injusticia de todo, son monumentos a los riesgos de la demagogia y del autoritarismo.
Por: Nicholas Kristof / The New York Times