Soy el tataranieto de Manuel Burgos, ganadero, empresario y político, quien organizó en sus corrales las primeras festividades: el 6 de enero de 1865 en Berástegui, su hacienda, para celebrar el nacimiento de su hijo Francisco. Después de la Guerra de los Mil Días (pandemia fratricida), las fiestas en corralejas se trasladaron a Ciénaga de Oro y conservaron la tradición de la fecha de los reyes magos. He sido cómplice entusiasta de esta tradición aprendida de mis ancestros. La pubertad se quedó en la registraduría de Bertha y junto a mis primos hermanos sacamos la cédula de ciudadanía en los alrededores de la plaza. ¡Que guía Jorge Eliécer! A mi hijo y a sus amigos les patrocinaba para que fuesen activos animadores en la cabalgata. Les transmití cómo mis cromosomas aún se revuelven cuando paso por el Viejo Ingenio de Berástegui y no escucho el sonar altanero. Su capilla, humilde, hace parte de mis recompensas espirituales.
Pensaba que ya había visto todo en corralejas, redondel de la creatividad. Recuerdo una escena en San Marcos (Sucre), cuando uno de los espontáneos fue sorprendido por dos toros y el tanque de 50 galones de combustible, desde donde hacía piruetas, fue su refugio. Se lanzó de cabeza para proteger su vida, y sus glúteos quedaron expuestos al público. Cada vez que intentaba “salir de rever”, se escuchaba un grito ensordecer en la plaza y al pobre hombre, alarmado, no le quedaba otro recurso: nuevamente para adentro. Parto de nalgas. Después de media hora de este entretenimiento forzado, uno de los acompañantes le dio instrucciones para salida segura.
O las leyendas con los animales, también curioso lenguaje. Hubo un astado a quien le llamaban El Búho. El enigmático propietario decía que cuando el animal salía a la plaza, lo buscaba con la mirada. En ese cruce de miradas le enviaba un mensaje telepático y le daba instrucciones para que atacara “al de la camisa roja”. El fiero animal recibía la misión del dueño y solo se dirigía a quien llevara la camisa de ese color. “Ese animal es conservador”, gritaba Antoliano.
Pero lo que yo no conocía eran las innovaciones en esta época de pandemia. Por cierto, creatividad de los alcaldes. Hay un toro, rejugado y con propiedades en su genoma, que le hacen mutar. Se llama El COVID. Los funcionarios que han autorizado estas fiestas patronales le colgaron en los cachos, con una cinta negra tipo sufragio, un carné de vacunación. La faena consiste en que uno de los presentes en el redondel, le quite el carné de vacunación al animal. Con este documento en la mano, su muleta de torear, debe hacerle una faena durante el último tercio de su vida. ¡Quitarle el carné de vacunación y luego utilizarlo como muleta! Pero este toro, COVID, heredó algunas propiedades del Búho ya mencionado. Cuando sale al ruedo, busca la ubicación del alcalde (habitualmente rodeado de su comité de aplausos), y este le envía al animal una orden pertinente: “Ataque a cuantos pueda”. ¡Queremos tragedia!
Como un péndulo la escena de San Marcos se repite: las nalgas al aire para que las pique el SARS-Cov-2. Eso es lo que han decidido los alcaldes con sus ciudadanos. Y para colmo han resuelto premiar al municipio que más contagiados tenga: Hogares Enlutados, reconocimiento a su indolencia.
Con carácter, la Defensoría del Pueblo ha enviado circular a los gobernadores y alcaldes quienes tienen la obligación de cuidar y especialmente en esta época la salud de los habitantes. No es el momento de eventos masivos y fiestas patronales. El ómicron está en el toril. Son responsables estos funcionarios por acción y omisión del desenlace fatal por facilitar escenarios macabros para esta tasa alta de contagios. Debe quedar claro: no es el Municipio quién debe pagar los costos de atención, es el bolsillo de los alcaldes a quien debe cobrársele esta irresponsabilidad. Es el precio que deben pagar por colocar la vida en los burladeros.
Diptongo: los beisbolistas del 2021:
El gran ponchado: Petro, “el misil destructor”. Abanicó la democracia.
Robándose la segunda: Jennifer Arias.
Flycito al pitcher: Karen Abudinen.