Un equipo de investigación del diario inglés The Thelegraph descubrió que la editorial Puffin Books está reescribiendo las obras de Roald Dahl, para eliminar diálogos sexistas, discriminatorios y comentarios que hoy puedan parecer ofensivos. En otras palabras, decidieron censurar los libros de un escritor cuya obra se ha traducido a 63 idiomas y que ha vendido más de 300 millones de ejemplares. El autor de Matilda y Charlie y la fábrica de chocolate murió en 1990 y por tanto, no se puede defender de esta tropelía.
La labor de este equipo de limpieza consiste en hacer que de los libros de Dahl desaparezcan los gordos que ahora serán “seres enormes”, los enanos serán “seres pequeños” y las brujas calvas que tienen que usar peluca reciben una explicación morfológica por su problema de alopecia: “Hay muchos motivos por los cuales una mujer puede llevar peluca y no hay nada malo en ello”, dicen ahora los de Puffin Books para tranquilizar a sus jóvenes lectores.
El escritor Salman Rushdie, que ha sufrido en su propia carne las consecuencias de la intolerancia por su obra literaria, resumió en un tuit la indignación global que despertó, no solo en los ambientes literarios y editoriales, esta estupidez, sino entre los lectores y admiradores del escritor favorito de millones de niños y adolescentes en todo el mundo: “Roald Dahl no era ningún ángel, pero esto es una censura absurda”.
En la alusión que hace Rushdie al carácter “diabólico” de Roald Dahl está la clave precisamente de una escritura iconoclasta de una literatura que conquistó a una franja de la población que empieza a tener criterio: sobre Dahl recae la sospecha de ser un personaje odioso “por su humor burlón hacia los poderosos, tiene éxito porque es irreverente y porque escribe saltándose normas y convenciones y riéndose de todo”, dice Patricia Martín, profesora en Salamanca y autora de una tesis doctoral dedicada al escritor. “A los niños le encanta por su humor, por el lenguaje escatológico, por los sobrenombres que pone a sus personajes. Es atractivo porque es ofensivo y se convierte en su aliado contra el mundo adulto”, dice la profesora Martín.
Ahora los promotores de esos cambios en los textos de Dahl justifican la medida con el cambio de los tiempos y que en su opinión obligarían a actualizar los contenidos de gran difusión según los nuevos valores de la sociedad contemporánea. Un horror; con este criterio nos ponemos a espulgar las obras del arte del pasado y las generaciones venideras se quedarán en ayunas.
Esta pulsión moralista no es nueva, por supuesto; y entre Miguel Ángel, cuyos desnudos en la capilla Sixtina fueron mandados a cubrir pudorosamente por el papa Pío IV en 1564, hasta a Shakespeare, cuyos textos fueron “limados” por un furibundo censor llamado Thomas Bowdler, infinidad de artistas y creadores han visto mutilada o alterada su obra a lo largo del tiempo por diversas razones.
El caso de Roald Dahl ha llamado la aten}{ción particularmente quizá por contar con millones de seguidores en todo el mundo, y por ser una víctima indefensa de esa fiebre de corrección política que nos invade conocida como doctrina, movimiento o como ustedes quieran llamar, woke, del que hablamos aquí la semana pasada .
Eso, más la codicia. Porque al hilo de querer adaptar las obras literarias a los criterios actuales está la mirada de los herederos hacia las plataformas digitales, atentas a producir adaptaciones audiovisuales ciñéndose cada vez más a esa franja conservadora de la polarización que nos invade. Dicho de otra forma, “vamos a peinar el libro no sea que no les guste a los productores de HBO, Netflix o Amazon, y se nos escapen unos millones por no respetar los cánones de corrección política de nuestros días”.
Todos estamos de acuerdo en que la literatura infantil deberá evitar expresiones ofensivas o discriminatorias. Roald Dahl escribió con unos criterios de hace casi medio siglo y las modificaciones a sus libros de acuerdo con los criterios de nuestros días son una soberana estupidez y un atropello. Cuando escribió quiso que el niño gordo fuera gordo, y si uno era bobo, pues era bobo. Hoy nos ha dado porque todos son iguales y nos engañamos. Son los tiempos que corren. Pretendidamente se trata de una corriente cultural; detrás de la cual, me temo, hay más política y pesebres de avivatos de los que podemos imaginar.