Hay una actitud generalizada, no sé si propia del colombiano, que nos lleva a opinar de absolutamente todos los temas como si fuéramos expertos y con la férrea convicción de tener la última palabra en el asunto. El inconveniente es que esa opinión, acto inofensivo y libre de todo ciudadano, no se queda allí, sino que juzga al que sí es experto, lo descalifica y anula. Me atrevería a decir que casi ningún profesional o conocedor de una materia se ha salvado de esta ráfaga de sentencias y juicios de valor por parte de personas que en realidad no han profundizado o no saben del tema. El periodismo no ha sido la excepción.
Piensen un momento en estos ejemplos: cuando se desplomó el puente Chirajara más de uno se graduó de ingeniero civil de la noche a la mañana aunque no conocieran ni siquiera los planos estructurales del proyecto; cuando hay decisiones judiciales polémicas nos volvemos abogados y constitucionalistas aunque no hayamos leído la sentencia completa; cuando llegó el Covid-19 al país nos consagramos como médicos dando instrucciones de las medidas que se debían tomar, incluso ignorando o desacreditando a las instituciones de salud nacionales.
Los periodistas no se han salvado de estar en alguna de las dos caras de la moneda. A veces como jueces, a veces como objetivos de la tribuna. Esta semana, al reconocido periodista colombiano Julio Sánchez Cristo le correspondió ser el blanco de las más agudas críticas respecto a las fuentes de información que utiliza para su emisora. En una inusual explicación que hizo al aire sobre este particular señaló que ciertas personas le han recriminado que hable con bandidos a lo que él mismo respondió: “Sí, hablo con ellos, porque con los bandidos es que uno conoce otros puntos de vista de la noticia”.
Hace unos años, el profesor ecuatoriano y premio de periodismo en su país, Roque Rivas Zambrano, escribió un artículo de algo tan esencial, pero a veces olvidado, las fuentes. Sin ellas no hay periodismo, así de simple. Para acercarse a una historia, el reportero debe hablar con cualquier tipo de fuente -incluso las no oficiales y las que provienen de personajes non sanctos- parar armar el rompecabezas y conocer o, al menos acercarse, a la verdad. Los mismísimos Kapuściński o Fallaci entrevistaron a quienes consideraban detestables, pero sabían que allí obtendrían respuestas.
Cosa distinta es tener una relación personal con la fuente que se convierta en una especie de convenio para publicitar todos sus puntos de vista, productos o servicios. Aquí entramos en ligas mayores. En la siempre delgada línea entre el periodismo y los anunciantes, y también entre el periodismo y sus dueños. Por supuesto, cada medio tiene su línea editorial. Algunos tratarán de llevarlo de una manera sutil y otros desde el principio sentarán sus posiciones frente a la audiencia. La manera más ética y -lógica- es que los medios sean sinceros en todo momento frente a quiénes son sus anunciantes y dueños, digan qué intereses económicos y político-ideológicos hay detrás para que el ciudadano no sea engañado.
Lamentablemente, con la explosión del internet y los medios de comunicación, hemos sido testigos de la creación de todo tipo de portales que más que periodismo hacen activismo político, religioso y económico. Varios de esos nuevos portales han caído -por accidente o con intención- en las noticias falsas, convirtiéndose en peligrosos multiplicadores de información errada, no confirmada y que puede hacer daños irreparables. Muchos de esos activistas disfrazados de periodistas sacan pecho, respaldados por poderosos sectores económicos y políticos, y dan cátedras de periodismo cuando nunca lo han ejercido y ni siquiera cumplen las reglas básicas de veracidad e imparcialidad.
Zapatero a tus zapatos. Señores activistas, dedíquense a lo suyo, movilicen a la ciudadanía a favor de sus causas usando los medios disponibles sí, pero éticamente. Y no se metan a cuestionar un oficio que no conocen.
Para finalizar. Cabe una autocrítica por parte de los mismos periodistas. Muchos han entendido que su papel no es alabar al poder ni lamerle la suela de los zapatos al gobierno de turno. Cualidad admirable, en especial en un país como Colombia donde amenazan y mueren personas por hacer preguntas incómodas. Sin embargo, hay también periodistas que se olvidaron que son un medio y no un fin, que su papel es buscar la verdad y no creerse el dueño de la misma. Reflexionemos sobre aquellos que han cuestionado en entrevistas a los técnicos o expertos sobre una materia, que han puesto en duda el veredicto de jueces o magistrados y que simplemente han desacreditado en vivo el análisis de una autoridad porque no están de acuerdo. Los periodistas no somos jueces y si pedimos que respeten nuestro oficio, respetemos nosotros también el de los demás.