El pasado 29 de noviembre, la ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible, la señora Susana Muhamad, anunciaba en su cuenta de X que "La #COP16colombia se cerrará en Roma en febrero del próximo año…".
Causa inquietud esta afirmación al saber que el evento, como es de conocimiento público, cerró el pasado 1 de noviembre en Cali. Pasado un mes y un poco más, y después de la fiebre que suscitó, donde hasta los moteles de Cali sirvieron de hoteles para los visitantes ante el desborde de la capacidad hotelera de la ciudad, desde diversas voces emergen muchos interrogantes de fondo sobre quienes fueron los verdaderos beneficiaros del evento de costo multimillonario, y si su objetivo final tuvo un resultado positivo. Así que utilizaré esta columna más que para develar, para generar el debate sobre algunas evidentes zonas grises que merecen ser aclaradas para que los colombianos entendamos si la COP16 fue un acierto o un fracaso:
Para hablar de los resultados, hay que analizar la inversión. Todo empezó tirando la casa por la ventana, con el desplazamiento de una comitiva de cerca de 400 personas a la COP28 en Dubai durante el mes de diciembre de 2023, de las cuales más de 270 personas eran funcionarios de MinAmbiente; una de las comitivas más grandes que ha tenido Colombia en un evento internacional y con un objetivo muy difuso, más allá de ver cómo hacían el ‘abrebocas’ de la COP16 que celebraría el país el siguiente año. Para solo tener un punto de comparación de este gesto nada austero, para el mismo evento en su versión anterior, la COP27, por parte de Colombia asistió una delegación de 30 personas. Así las cosas, se multiplicó por más de 14 veces su número en Dubai para la ocasión más reciente, insisto, sin una justificación clara y funcional de su propósito, y todo esto sin contar los millonarios contratos logísticos y de marketing que se celebraron para tener un stand en este evento.
En el caso de la COP16, se hace muy pertinente reclamar una cifra oficial de lo que le costó al país; pues se habló inicialmente de 120.000 millones de pesos, valor que se traduce en el aporte de todos los colombianos contribuyentes y representada en la unión de recursos del Gobierno Nacional a través de sus entidades, el DAPRE, la Vicepresidencia de la República, la participación directa de cinco ministerios, y los recursos de la ciudad de Cali y el departamento del Valle del Cauca, más todas las otras entidades nacionales y territoriales que aportaron a esta bolsa. Esta es una primera invitación respetuosa a que se emita un informe unificado, detallado y claro de amplia difusión, que nos permita entender a los colombianos cómo fue el manejo de los recursos económicos para la COP16.
Ya para hablar de la ejecución y los resultados, es necesario una segunda invitación a una evaluación con sensatez sobre los resultados reales de la COP16, teniendo en cuenta que Colombia ejercía la presidencia del evento, por tanto, hay indicadores que permiten evaluar la gestión del equipo negociador. Lo primero que sugiero analizar es la evidente desarticulación entre la política y la ciencia, en un escenario donde la diplomacia científica estaba llamada a ser protagonista. Si bien había muchos miembros de la Academia que a titulo personal daban conferencias, acompañaban diversas actividades tanto en la zona azul como en la zona verde, no hubo una articulación de las instancias consultivas que reflejaran las capacidades intersectoriales de un sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación al servicio de lograr efectividad con experticia en todos los procesos de negociación que exigían estos escenarios especializados. Y esto es algo en lo que el país tiene mucho por aprender y por fortalecer, es urgente impulsar una política nacional de Diplomacia Científica para lograr con efectividad esa interfaz ciencia-política que permita atraer inversión, intercambios de experiencias, desarrollo de proyectos científico-productivos, pero ante todo saber negociar en este tipo de instancias.
Para dar un ejemplo claro del rol que debió desempeñar la Diplomacia Científica, lo haré mediante el análisis de la meta 20 del Convenio de Biodiversidad que se enfoca en capacidades científicas y tecnológicas, quizás la meta más desafiante de todo el marco que debía ser negociado, en el sentido de que su materialización era la presentación de un listado de tecnologías que podrían salvar la biodiversidad, una oportunidad técnica en la que el país podía desplegar su potencial científico para incluso aterrizar planteamientos tan difusos como la descarbonización de la economía. Esto son tecnologías, materias primas de frontera, todo lo que pudiera sustituir al carbón, al petróleo y al gas dentro de la matriz productiva. Aquí existía una alta expectativa que esperábamos concretara la celebre apuesta del presidente Petro de “cambiar deuda externa por acción climática”; incluso, se anunció que Colombia presentaría ese listado de tecnologías en Barranquilla la semana previa a la COP16, en otro evento de costo millonario como lo fue la Feria de Economías para la Vida www.fevcolombia.com, en la que incluso anunciaron la asistencia de la economista Mariana Mazzucato, quién sería la experta internacional y arquitecta validadora de todo. El evento se hizo, los costos están, pero la distinguida académica ni siquiera asistió y tampoco aparecieron las capacidades científicas y tecnológicas, así como el listado de tecnologías avanzadas.
Otra meta muy tácita que se conocía ampliamente, incluso antes de la COP16, derivada del acuerdo Kunming-Montreal, era la suma requerida para la restauración de la biodiversidad planetaria: se hizo una prospección para punto de no retorno de 700.000 millones de dólares, y que el fondo necesario a fortalecer durante la COP16 sería respaldado por una ratificación del recaudo que tenía como meta 200.000 millones de dólares del gasto mundial anual, que se sumaba a las reglas para monitorear la aplicación de la hoja de ruta que debía lograr la capacidad de negociación impulsada por Colombia. Pero no se logró ni lo uno ni lo otro. Al final la opinión del país fue distraida con el anuncio de la creación del Fondo Cali, un fondo de carácter voluntario no obligatorio en donde las multinacionales farmacéuticas y cosméticas harán donaciones y que arrancó con una cuantía irrisoria y difusa, frente a las reales metas marco.
Otras dos zonas grises gruesas en las que se escuchan voces de preocupación fueron la letra menuda de la negociación de recursos genéticos de la naturaleza que estaban blindados desde el protocolo de Nagoya, y a lo que se le dio un filtro político donde debían ser protagonistas las comunidades, facilitado por la ciencia de manera amplia y pública. Así mismo, no se logró conciliar las reglas para el monitoreo en el marco global de biodiversidad para la pérdida de naturaleza, donde Colombia como país que presidía debía plantear una hoja de ruta, lo que a todas luces es otro de los grandes fracasos.
Finalizaré con un recuento de más voces que he escuchado manifestando sus zonas grises y que pueden servir para propiciar debates cercanos que nos brinden entendimiento, como por ejemplo que las multinacionales ambientalistas fueron las grandes beneficiadas en su posicionamiento de marca y se favorecieron del gran despliegue de recursos hecho por el país. Un ejemplo de esto puede ser la gran difusión que se le dio al fondo de conservación del medio ambiente del multimillonario Jeff Bezos que aterrizó con bombos y platillos al evento en la zona azul, representado por el influyente colombo estadunidense Cristian Samper y que anunciaba contar con 10.000 millones de dólares disponibles, generando una gran expectativa. Pero a la final, no existe registro alguno de la inversión de un solo dólar en la COP16.
Sin duda, lo más valioso del evento ha sido poner a Cali en otra dinámica y el impacto a nivel pedagógico sobre la ciudadanía, porque seguro se puso de moda a la biodiversidad en Colombia, aunque sin ciencia. Quedan logros simbólicos, publicitarios, de réditos para ciertos sectores, incluso los que creen que esto les da votos para llegar al Congreso, titulares fogosos como los de los moteles convertidos en hoteles, pero hubo una visible incapacidad de transformar en una apuesta técnica, que aterrizara en un plan claro, la actuación del equipo negociador del país. Hay que insistir en que en la negociación está el reflejo de la pobreza del recaudo, y lo más triste, que no existe una estrategia financiera y que finalmente el marco de monitoreo de biodiversidad, que, sin duda era el más trascendental, no se concretó.
Ahora, la pedagogía que tienen que emprender los funcionarios de Ministerio de Ambiente y del Gobierno Nacional es la de explicarle al país realmente cuáles fueron los resultados de la COP16, que ya los mismos medios de comunicación internacionales señalaron de un fracaso, y que posiblemente le costó mucho al país. Toda esa multilateralidad sin una presidencia audaz que tenía que ejercer el país y que, a la final, con un foco más político que técnico, nos dejó haciéndonos todos estos cuestionamientos a quienes conocemos los temas que se iban a abordar en la cumbre.
Ministra Muhamad: la pregunta es si se preparó todo para el show, más no para la negociación; esto, junto a la sensación que dicen tener sectores y es la de estar ante la que posiblemente sea el lanzamiento de la precampaña presidencial más costosa de la historia de Colombia con recursos públicos. Su campaña. Esto ocurrió mientras verdaderas joyas de nuestra riqueza ambiental como lo son Gorgona y Tribugá siguen bajo amenaza, en un silencio institucional ya puesto bajo sospecha.
Conexo a esto se anunció como logro de la COP16 un escueto 30% de protección de los mares, siendo estos uno de los mayores productores de oxígeno, incluso por encima del propio Amazonas y las selvas del planeta, y la casa de gran parte de la biodiversidad del planeta. En un país donde cerca del 46,4% de nuestro territorio son mares, esto es suficiente razón para que Colombia desarrolle capacidades científicas civiles en torno a latentes riesgos como son los proyectos de explotación offshore por Ecopetrol y otras multinacionales minero-energéticas, que están detrás del pozo ‘Uchuva-2’, ahora renombrado ‘Sirius’.
Hoy la ciencia en Colombia sufre su peor desfinanciación en los últimos 25 años, debilidad acumulada que se refleja en la oportunidad que posiblemente hayamos perdido con la COP16 de una articulación del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación con un escenario real de diplomacia científica. No aplicamos la intersectorialidad desarrollada.
No es posible perder la consistencia entre discursos ambiciosos y quizás bien sintonizados con las exigencias climáticas y de equilibrio de la salud planetaria, y la capacidad de llevarlos a la realidad con un despliegue técnico enfocado en el cumplimiento de las metas. No se puede renunciar a la autocrítica y sobre todo al aspiracional de que Colombia alcance una economía del conocimiento para darle competitividad a sus valores únicos, y trazar una ruta de largo plazo, no desde el derroche y el show, sino de un sistema de ciencia, tecnología e innovación fortalecido con inversión y planeado con pertinencia. Basta con ver el ejemplo que nos dio Armenia, el país anfitrión de la próxima COP17 en 2025, que no tuvo que traer una comitiva desproporcionada para lograr su sede. Esto si se trata de encontrar alguna justificación del derroche que ocurrió en Dubai.