Según el humorista norteamericano Andy Borowitz —quien cita en su columna a un científico que no es para nada producto de su imaginación, el profesor Davis Logsdon— la ciencia ha descubierto un nuevo y poderoso linaje de humanos resistentes a los hechos que amenazan la capacidad de la Tierra para sustentar la vida.
Según este descubrimiento, asegura Borowitz, “estos humanos parecen tener todas las facultades necesarias para recibir y procesar información. Y, sin embargo, de alguna manera, desarrollaron defensas que, a todos los efectos, hicieron que esas facultades quedaran totalmente inactivas”. No solo eso, “a medida que los hechos se multiplicaron, sus defensas contra la realidad se hicieron más poderosas”.
Reconozco mi absoluta perplejidad al no saber si la teoría es producto de la imaginación del humorista norteamericano o una sesuda elaboración del científico de la misma nacionalidad, pero la casuística que tenemos a mano en Colombia avala perfectamente la tesis.
Faltan dos años para las elecciones presidenciales y el menú de candidatos, indica bien a las claras que el país seguirá en las mismas; porque un gran número de colombianos, resistentes a los hechos, aunque reciben y procesan una información terrible cada día, han desarrollado unas poderosas defensas que les impiden ver la realidad.
Con el paso del tiempo, aumentan de manera vertiginosa los desmentidos de que Tomás Uribe será candidato del Centro Democrático a la presidencia. La experiencia nos enseña que las posibilidades de convertirse en realidad una negativa de este tipo, son inversamente proporcionales al número de negaciones. Dicho de otra forma, cada vez es más claro que el hijo de Álvaro Uribe será el candidato gubernamental a la presidencia de Colombia.
Esta semana, sin ir más lejos, tuvimos a Junior Uribe como candidato in pectore a la vicepresidencia de la república, ante el previsible mutis por el foro de Marta Lucía Ramírez, una más que quiere llegar al palacio de Nariño en 2022. Un globo sonda, seguramente. “Hay que ser muy atembao para para no ver que Tomás Uribe es el candidato del uribismo”, dijo hace días Rodrigo Lara, otro candidato-delfín.
Claro que alternativas como las de Paloma Valencia, delfín (¿o se dirá delfina?) ella también, y de María Fernanda Cabal aparecen igualmente como serias opciones a ese puesto en el Centro Democrático. Comoquiera que sea todo está hoy en la mente insondable del presidente eterno.
Para no hablar de Germán Vargas Lleras o de los hermanos Carlos Fernando y Juan Manuel Galán, todos de igual condición cetácea en la política colombiana. Y hay más por el estilo, pero valgan éstos como botón de muestra de lo que produce una sociedad víctima del extraño síndrome de Borowitz o del profesor Logsdon. O, como me gusta decir, lo que da la tierrita.
¿Una persona en sano juicio podría vislumbrar en este ramillete de candidatos la más mínima posibilidad de cambio de rumbo de esta sociedad? ¿Ven ahí algún defensor de la justicia, la equidad; algún paladín contra la corrupción y el desgobierno que reinan hace años en este país?
No voy a nombrar la alternativa a estas opciones, que ya anda en segunda vuelta anticipada y con varios millones de votos cautivos; dispuesto a torpedear a quien, por un improbable milagro, llegase con un discurso diferente y esperanzador. No voy a nombrar a este torpedo, pero ya lo conocemos por sus actos.
Un buen amigo, persona sensata, para nada víctima del síndrome Borowitz-Logsdon, me sorprendió esta semana jurandome que va a votar por Torpedo. Su argumento es muy simple: “A ver si se va al carajo definitivamente este país y así se ven algún día obligados a recomponerlo, aunque a mí ya no me tocará verlo”. Le dije que quizá estaba siendo víctima de un estado de alienación transitoria, que ya le pasaría.
Entonces me replicó: “¿Dime qué tiene para perder el señor que vende lotería junto a la puerta de mi casa?”. “Nada”, me tocó decirle. Y como Colombia está llena de vendedores de lotería, me fui a llorar en silencio.