La crisis arbitral, con ilimitadas proporciones, continúa sacudiendo el futbol, lo que afecta la credibilidad del juego, la confianza de los aficionados, los procesos de entrenadores y clubes y arruina el espectáculo.
En las tertulias el tema preferido no pasa por los futbolistas con renombre, consagrados por la calidad de su juego, sino por los árbitros con sus desaciertos y las controversias que despiertan.
El juez de un partido pasó a ser el eje polémico en las canchas.
La FIFA, la Conmebol y en Colombia la Federación cobijan con inusitada tolerancia, a través de comunicados sin firmeza, los desaciertos descarados con efectos visibles o invisibles de los protagonistas.
Equivocarse adrede parece rentable.
No tienen voz los hinchas al respecto, no los escuchan, a pesar de sus críticas permanentes en las redes sociales y el clamor, por lo que ocurre con sus clubes predilectos.
Los instrumentos aplicados en los últimos años para legitimar las decisiones arbitrales se volvieron un caos. Son herramientas con trampas y el engaño por la errónea o acomodada interpretación de las reglas.
Por desgracia, los árbitros pelean entre ellos por los intercomunicadores, o a puño e insultos dirimen diferencias en sus camerinos, con recriminaciones al señalar sus culpas.
Ceguera intencionada se aprecia, en medio de la tormenta. Se añade a lo anterior la agresividad de los aficionados, la pasión desde las tribunas de prensa, el autoritarismo, la arrogancia y las reacciones verbales virulentas de los futbolistas, sin respeto entre las partes. Se ven todos en la cancha en pie de guerra.
Tantos conflictos por desconocer el reglamento o aplicarlo de manera parcial y errónea.
No hace mucho un directivo de un reconocido club, reconocía en privado, que en Colombia es preferible invertir a los árbitros que reforzar las nóminas con futbolistas de talento.
El caso Wilmar Roldán, sin duda el mejor árbitro cuando permite su narcisismo, es patético por su ejemplo. Muchos de sus compañeros, por imitarlo, llegan a extremos en sus errores, los que no aceptan, ni reconocen, porque se creen dioses en los estadios o matones callejeros.
Roldán, así se niegue, es un filtro para las designaciones, fecha a fecha, por su estrecha relación con el instructor técnico arbitral, Imer Machado, de quien se tejen inverosímiles versiones, sobre tarifas para favorecer nombramientos y prebendas para acomodar el escalafón.
A qué extremo hemos llegado. Sin pasar por alto que los expertos del micrófono, especializados en el arbitraje, juzgan pasando viejas facturas, con preferencias. Varios de ellos, cuando fueron activos con el pito, dejaron triste huella.
El arbitraje en Colombia, es protagonista central del llamado juego limpio que en un santiamén pasa a ser un juego sucio.