A La Guajira la amo porque ahí nací, así como también nací en el Valledupar, una semana estaba en la plaza de San Agustín en Fonseca con mi primo Mote y la otra en la plaza Alfonso López de Valledupar, tengo el privilegio y el orgullo de ser vallenato y guajiro. Por eso, me duele lo que sucede, por más de 15 años, he denunciado corruptos de todas las pelambres con nombres propios, esos que se han robado carreteras, puentes, la comida de los niños y cuánto recurso público se les presente. Bandidos inservibles que quieren todo regalado, sin el mayor esfuerzo ni capacidad, solo se interesan en enriquecerse a costa de la necesidad de los más humildes, han transfirgurado la política en el negocio más sucio, para ostentar y creerse importantes, en una región que enfrenta un polvorín social, debido a la desigualdad y miseria que ha generado la corrupción sin límites.
Lo que ha salido a la luz con el gobierno Petro da asco, rabia e inconformidad. Un tipo disfrazado de progresista llegó a la Guajira prometiendo cambio, ahora, de espaldas a la realidad social, sale a lavarse las manos como si nada, asegurando olímpicamente que el problema es que unos cachacos llegaron y robaron. Señor presidente Petro, no sea irresponsable, respete a los guajiros, a esos cachacos, como Olmedo López, los nombró usted; todo ese andamiaje de
corrupción, se orquestó desde el Palacio de Nariño, en sus narices, con funcionarios de alto nivel como Luis Fernando Velasco y Carlos Ramón González. Y hay que dejar claro que no todos son cachacos, también hay guajiros, como Bonifacio Palmar, exalcalde de Uribia, a quien Dios le dio una oportunidad con el COVID y se salvó pero para actuar mal, como tantos de nuestros líderes, politizados y arrodillados al poder de turno; también el arrogante secretario general de la Cámara, Jaime Lacouture, quien viene graduado de la escuela corrupta de Ñoño Elías; igualmente, Germán “Manchi” Mejía, de Uribía, quien cuando fue diputado le aprobó un préstamo de 200 millones de dólares al corrupto exgobernador José Luis González para la tal revolución del agua, plata que tampoco se sabe donde fue a parar y, como si fuera poco, su hija María Alejandra Mejía, directora de la UNGRD, también hace parte de este carrusel. Aunque son guajiros, no actúan como tal, son sujetos despreciables, que solo piensan en ellos y en enriquecerse. Y la senadora Marta Peralta tampoco se salva, el columnista Yohir Akerman, la ha mencionado en varias columnas como parte de todo este complot, que tiene a La Guajira en una histórica crisis, la peor. En fin, la senadora Martha Peralta tiene mucho por aclarar, debe explicar si tiene negocios también en la salud con Luis Carlos Arizmendi, quien se la pasa con su hermano Alcides Peralta y también decir qué pasa en el Instituto de Bienestar Familiar con su pupilo Rodrigo Elías Daza.
Aunque, siendo equilibrados, el pueblo Guajiro no es solo víctima, por ejemplo, esas 20.000 personas que vendieron el voto para un senador Antioqueño, Carlos Andrés Trujillo, cerebro de todo este desastre, también son responsables; son personas ignorantes que no valoran su voto y prefieren cambiarlo por un día de ron, comida o una pimpina de gasolina, miserables que se venden por nada y perjudican a muchos, así es muy difícil que el territorio mejore, porque además, en La Guajira, como en el Cesar, Magdalena, Atlántico y en toda Colombia se padece un complejo sociológico descomunal, sienten admiración por los corruptos, los ven como sinónimos de éxito, por eso a la gente le encanta tenerlos en sus casas y tomarse fotos con ellos.
Es cierto que a La Guajira todos los gobiernos la han robado y que los políticos locales no se han quedado atrás, pero es que esto que ha hecho el gobierno Petro superó todas las expectativas, desde una entidad adscrita a la Casa de Nariño, utilizaron al departamento para desarrollar una estrategia mafiosa en solo 4 meses, para financiar campañas políticas y comprar al Congreso para pasar las reformas, algo que ni la salvaje y corrupta derecha se atrevió a hacer. El presidente Petro puede decir misa, pero que no nos venga con el cuento de que no sabía y que su honorabilidad no está en juego, en La Guajira se robaron mas de 1.5 billones de pesos para llenarle el buche a sus aliados políticos. Y lo hicieron a través de ollas comunitarias, jagueyes, carrotanques, molinos etc, y si no es por los medios de comunicación, esta feria del robo no la hubiese parado nadie. 75 mil millones de pesos, para hacer 1376 jagüeyes solo para Uribia, un municipio de 8.200 kilómetros cuadrados, es algo descomunal. Querían hacer una Venecia en el desierto, solo les faltaron las góndolas. Definitivamente, la corrupción es algo deleznable, pero más en un pueblo agobiada por el hambre, el desempleo y la pobreza, sumida en bloqueos permanentes que no aportan ninguna solución.
Ojalá la Fiscalía le cumpla a La Guajira y emita las primeras órdenes de captura antes que los implicados se vuelen, porque nos cansamos de ser saqueados y robados, antes por la derecha y ahora por la izquierda. Presidente Petro pídale perdón a la Guajira, no sea tan descarado.