La semana que ahora termina ha estado dominada, para quienes vemos las cosas desde España, desde donde escribo, por dos grandes acontecimientos: la riada destructora que se llevó cientos de víctimas en Valencia y el triunfo arrollador de Donald Trump, analizado en todas partes según la óptica y los intereses desde donde se mire.
Sobre esto último, el triunfo de Trump, corren ríos de tinta y hay quien asegura que estamos entrando en una nueva era política, alejándonos de la era de la información dominada por la élite educada. Que durante décadas, las políticas sociales se han diseñado para acomodar las preferencias de dicha élite, incluyendo estrategias educativas, políticas comerciales y enfoques de inmigración. Es lo que dice David Brooks en The New York Times.
Brooks asegura que ha llegado el momento de una "redistribución del respeto" donde hasta ahora se celebraba a los triunfadores académicos mientras que aquellos sin educación superior se volvían casi invisibles, y que Donald Trump ha logrado reunir una mayoría multirracial de clase trabajadora, ganando apoyo entre trabajadores negros e hispanos. “Vienen tiempos turbulentos porque Trump es un catalizador del desorden”, aunque no de fascismo, puntualiza el columnista del “Times”.
Como suele ocurrir en estos casos, de la perdedora se ocuparon mucho menos. Una de las voces que glosaron la derrota apareció también en el mismo diario neoyorquino bajo el título “Podemos luchar más tarde. Ahora es el momento de llorar”. Y la firmaba Michelle Goldberg, una periodista y escritora cuyas columnas aparecen en ese periódico hace casi diez años.
Desde una perspectiva progresista y feminista Goldberg —muy crítica desde siempre con Donald Trump— es reconocida, sin embargo, por su estilo directo, y por abordar temas polémicos con rigor y equilibrio en el análisis. Pero el título de su lamento y su trayectoria profesional, permiten adivinar sin mucho esfuerzo que estaba de luto por la derrota de Kamala Harris. Goldberg anticipa un periodo de aflicción para los perdedores; y habla del impulso personal que siente de retirarse al confort que supone la cercanía de familiares y amigos, y buscar consuelo en el teatro y la literatura.
Pero si algo me llamó la atención de esa columna, y encuentro razón para detenerme en ella, es que me descubre el concepto ruso de la “emigración interna” ("внутренняя эмиграция"), que implica abrazar la alienación como una forma de lidiar con la realidad política. Parece ser que el primero en echar mano de este concepto fue León Trotsky en su libro Literatura y revolución publicado en 1923, que la empleó para referirse a los escritores que permanecieron en Rusia después de la Revolución, pero que compartían intereses e ideas con los colegas que habían emigrado.
Los “emigrantes internos” de la Rusia de Iósif Stalin tenían claro que aquella manera de expatriarse, de ausentarse, era la única forma de resistencia pasiva o disidencia silenciosa que podía adoptase por unos ciudadanos que se sentían alienados del régimen político dominante. En el caso norteamericano de nuestros días Michelle Goldberg, a lo que está invitando en su columna, al menos como período de reflexión, es a “emigrar” al interior de cada uno de nosotros.
Estamos inmersos en una jaula de grillos gracias a las redes sociales, entre otras cosas. Pensar hoy en día que es posible aplacar nuestros desacuerdos y redescubrir lazos comunes con quienes nos rodean resulta casi conmovedor. La polarización, el término político de moda de nuestro tiempo, suele tener raíces muy diferentes en todas partes pero tiene un denominador común: dividirnos.
¿Qué hacemos oyendo mentiras, patrañas, tácticas políticas, moviéndonos como marionetas por titiriteros que nos han tomado la medida? Esta pregunta me resulta particularmente dolorosa por haber tenido muy cerca, como decía al principio, uno de los mayores desastres naturales que se recuerdan en Europa. Cuando una riada de lodo se ha llevado, según cifras provisionales, la vida de unas trescientas personas; y las pertenencias, medios de transporte, techo, lugar de trabajo, recuerdos… en el sureste de España, en Valencia.
El tacticismo miserable y la incompetencia criminal en el manejo de este desastre por parte de políticos de diverso signo en España, parecen invitarnos también aquí, a la misma “emigración interna” a la que invita Michelle Goldberg, por razones bien diversas, a los demócratas norteamericanos. Es el momento de llorar, es cierto. Y las élites no se enteran que el mundo ha entrado “en un periodo de aguas salvajes”.
David Brooks, otro de los arriba citados, dice: “En los próximos años, una plaga de desorden descenderá sobre Estados Unidos, y quizá sobre el mundo, sacudiéndolo todo. Si odias la polarización, espera a que experimentemos el desorden global”. Pues bien, sentémonos a verlo.