No pueden darse el lujo de ser predecibles. Tienen la responsabilidad de convertirse en el brazo ejecutor del primer presidente de la izquierda en la historia de Colombia. Es decir, un doble desafío. No hay gobierno sin ministros.
La precisión en cada una de las diversas y complejas decisiones, debe ser quirúrgica. El solo hecho de estrenarse en un gobierno diferente, convierte a los ministros, en el foco principal de atención. Equivocarse muy poco, acertar demasiado, debe ser la guía.
Sus actos responderán al decálogo que fijó el presidente Gustavo Petro en su posesión. Existe el reto de un cambio y el cambio es el reto. Apostarle a una causa tan exigente, no se consolida de un día para otro, es un proceso que implica pedagogía, entendimiento y apropiación, por parte de la sociedad.
El destino de nuestro país es compartido. Interpretar esta realidad se constituye en uno de los insumos de gestión del nuevo gabinete, pues se trata de incorporar un exquisito proceso de escucha, que les permita la implementación de políticas públicas que fomenten el bien común y se alejen de las brechas desiguales que golpean a la gente.
El repertorio de necesidades se encuentra saturado. Tendrán claro que la experiencia anterior les aportará poco, teniendo en cuenta el propósito de hacer la tarea con otro enfoque. Pero mejor, a eso se comprometieron.
Deben evitar el comportamiento ansioso. A juzgar por todos los nombres del gabinete, hay una combinación de experiencia, preparación y deseos de entregar soluciones. Que la ponderación los acompañe.
Tienen una oportunidad y no hay que desecharla. Hay un estrecho margen para la lentitud, pero uno muy amplio para la profundidad de las medidas que adopten. La gobernabilidad no solo depende de las mayorías en el Congreso, mucho aportarán también, los ministros.
Al nuevo gabinete desearle lo mejor, cargarán a cuestas la reafirmación del cambio que lidera el presidente Gustavo Petro. Estamos frente a una inédita forma de gobernar y los ministros también serán protagonistas.