En las democracias contemporáneas los partidos políticos, ejercen funciones sociales y políticas determinantes para la vida en sociedad, participan de los procesos electorales, integran órganos de representación, gobierno, ejercen oposición, presentan iniciativas legislativas, son generadores de opinión e interlocutores entre el ciudadano y las instituciones; forman parte del sistema de pesos y contrapesos necesarios en las democracias y son las instituciones más importantes de las sociedades modernas.
Los desafíos sociales, económicos y políticos que vive el mundo como consecuencia de los efectos predecibles e impredecibles que dejará la pandemia del coronavirus, ponen de manifiesto el papel que juegan los partidos políticos en situaciones de crisis, sus capacidades, liderazgos para plantear soluciones audaces, realizables y eficaces a los graves problemas que vive hoy la sociedad, sin caer en el populismo, oportunismo y la demagogia que tanto daño le hacen a la democracia.
Los partidos políticos se juegan hoy su limitada credibilidad y legitimación frente a la percepción ciudadana en estos momentos de crisis. En ese orden de ideas, es responsabilidad de ellos, afianzar los vínculos entre los ciudadanos y las instituciones democráticas para legitimar la toma de decisiones que brinden soluciones oportunas a la población más vulnerable.
Para nadie es un secreto, que los partidos políticos como organizaciones democráticas, se encuentran en una profunda crisis, por su escasa credibilidad y descrédito, hay una clara predisposición de molestia de los ciudadanos frente a ellos y quienes los representan, lo cual se manifiestan en los altos niveles abstencionismo, voto en blanco y desinterés de los ciudadanos por la política, que se reflejan en la pérdida de representación partidista.
Las organizaciones políticas dejaron de ser los canalizadores de las demandas sociales de la gente, para ser sustituidos por las organizaciones de la sociedad civil que se manifiestan a través de las protestas sociales que se incrementaron en los últimos años en muchos países del mundo; hoy el ciudadano está eligiendo actuar de manera directa sin pedirle a nadie que lo represente.
Por otro lado, los partidos políticos como estructuras organizadas han venido perdiendo su rol esencial de representación y vienen siendo remplazados por el liderazgo de personalidades caudillistas, sin ideología política, demagogas y populistas -llámese de izquierda o derecha- quienes a través de organizaciones o movimientos políticos de corto plazo -lo que se denomina en la teoría política- partidos empresa, creados para un exclusivo propósito: manipular la opinión pública y captar electores indecisos e insatisfechos con el único objetivo de obtener espacios temporales de poder.
En esas circunstancias de crisis de los partidos políticos como consecuencia de la corrupción, clientelismo y su exigua conexión con las bases sociales, existe también, una oportunidad histórica para reinventarse, transformarse, readaptarse, revitalizarse y sintonizarse con las nuevas demandas sociales, económicas y políticas de una sociedad contemporánea más independiente y mejor informada.
En Colombia, los partidos políticos han pasado por grandes transformaciones, de la época dorada del bipartidismo político (liberales y conservadores), el frente nacional (1958_1974) que estableció una alternancia en el ejercicio del poder político, a los sistemas multipartidistas producto de la Constitución Política del 91, que permitió abrir el sistema de partidos, degradando así, la política con más 40 organizaciones y movimientos políticos de garaje que aparecen y desaparecen con gran facilidad del escenario político, sin ideologías, valores, principios estructuras, convertidos en simples empresas electoreras, expendedoras de avales políticos, promotoras de candidaturas presidenciales producto de coaliciones políticas multipartidistas, matizando el populismo, la demagogia, la polarización, quitándole altura y seriedad a los debates políticos de los últimos años.
Todo lo anterior, evidencia grandes fallas estructurales en nuestro sistema político, que persisten aunque se hayan adelantado varias reformas políticas sin modificaciones de fondo que logren recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas, por el contrario, incrementaron la apatía.
La percepción de confianza ciudadana en los partidos políticos en Colombia, se ha venido deteriorando notoriamente, hemos pasado de niveles del 30 % al 80 % como consecuencia de los altos niveles de corrupción, la profundización de las desigualdades sociales, desconexión con el ciudadano en sus nuevas demandas sociales, que acabaron minando su credibilidad.
En cuanto a lo tiene que ver con la participación política de los ciudadanos en los procesos electorales en nuestro país, el abstencionismo político es sin duda, unos de los problemas más preocupantes y recurrentes en nuestra democracia. En los últimos 40 años los niveles de abstención han oscilado entre el 40 % y 52 % particularmente, en las elecciones legislativas, esto conlleva a cuestionar la legitimidad de esos procesos de elección, sus resultados, su financiación, transparencia, competitividad y por supuesto, debilita la capacidad de acción de los gobernantes de turno en las distintas esferas de poder, lo que acaba en el aprovechamiento de las organizaciones que ejercen la oposición política.
En el último debate electoral para elecciones regionales de alcaldes, gobernadores diputados y concejales, el abstencionismo político alcanzo del 39,35%, un punto menos que hace cuatro años, pero aun así, sigue siendo un indicador alarmante, que pone de manifiesto el desinterés por la política de los electores colombianos.
Es claro, que el país requiere una reforma política de fondo, que brinde transparencia, competitividad, legitimidad y garantía, en temas como la financiación pública de campañas, la composición de listas cerradas, el voto obligatorio, el voto electrónico, la disminución del número de parlamentarios, ampliación de los tiempos de votación y un congreso unicameral entre otros aspectos; son tareas pendientes que deben asumirse, con seriedad y responsabilidad por los partidos políticos representados en el Congreso.
Es el momento de recuperar la confianza ciudadana para legitimar nuestro régimen democrático, fortalecer nuestras instituciones y cultura política. En las actuales circunstancias, los partidos políticos deben actuar con grandeza, mostrar su liderazgo, capacidad, sentido de patria, formular propuestas audaces que generen solución a los diferentes problemas que ocasiona esta pandemia en el corto y mediano plazo. No es el momento de la polarización política, del discurso populista, demagogo, electorero y mezquino para buscar réditos políticos, los ciudadanos requieren soluciones prontas y efectivas; de lo contrario, aumentará la apatía en las próximas elecciones.
Si bien es cierto, que el gobierno nacional cuenta con instrumentos legales establecidos en los Artículos 215, 212 y 213 de la Constitución Política y en la Ley 137 de 1994; para declarar el Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica en todo el territorio nacional por un periodo hasta de treinta 30 días y extenderse a 90 días calendario, para atender la crisis sanitaria y económica producto del Covid-19; expedir decretos con fuerza de ley para establecer medidas y lineamientos con carácter de urgencia; deberán ser revisados por la Corte Constitucional para su control de legalidad y dependiendo de la efectividad de las mediadas para conjurar la crisis, así será la credibilidad, legitimidad de lo que resta de este gobierno y por supuesto, será determinante para el próximo debate electoral.
Los partidos políticos representados en el congreso, no pueden ser convidados de piedra en este momento histórico, al contrario, tienen que ser propósitivos y acompañar con gallardía las decisiones de gobierno y ejercer el control político que corresponda. En estas circunstancias, tendrán que modernizarse, utilizando los medios tecnológicos de comunicación para poder llegar a los ciudadanos, sintonizarse con los jóvenes, ser más visibles, tendrán que cambiar las estrategias y discursos de campaña para convencer a unos electores cada vez más exigentes. ¡O cambian o serán duramente castigados!