La inflación es la muerte del dinero. Se trata de un golpe certero para estimular la desigualdad, más empobrecimiento y angustia. El denominado impuesto invisible se ubicó en el más alto porcentaje de los últimos 20 años. Más sombras que luces en los meses venideros.
La inflación tiene consecuencias. Una disparada descomunal de los precios de los productos cotidianos de la canasta familiar, ha provocado que millones de familias modifiquen en gran medida, sus hábitos de consumo alimenticio, o lo que es peor, suprimir alguna de las tres comidas del día.
Los productos como la papa, yuca, naranjas, tomates, huevos, leche, carne y legumbres, han tenido variación de precios que en algunos casos superaron el 100%. Es sin duda, un fuerte castigo contra los que tienen ingresos fijos y más, sobre los trabajadores informales.
Lo anterior, afecta de forma certera la calidad de vida de las personas. El dinero no alcanza y la capacidad de compra se arrincona hasta apretar al máximo el cinturón de los hogares. Debilita el poder adquisitivo de todos los consumidores.
Para ser justos, esta cascada incontenible de alza de precios, está muy influenciada de lo que pasa en el resto del mundo. Y ningún experto se atreve a predecir su fin, en lo que sí coinciden, es que la medida de los bancos de incrementar las tasas de interés para contener la inflación, casi siempre preceden las recesiones. Ojalá no.
En estos tiempos de tanta advertencia, la que realmente se ajusta a la realidad del bolsillo de la ciudadanía, es una sola: Ojo con la inflación. Si ésta se prolonga, los estragos sobre la economía están por verse y los efectos contra la democracia también.
Este es un fenómeno social y económico que nadie niega, todo lo opuesto, se acepta y preocupa, pues no se advierte en el corto plazo, ninguna posibilidad de desaceleración, es la verdadera papa caliente que le corresponderá asumir al nuevo gobierno.
Esto significa, ni más ni menos, que cualquiera sea el Presidente de la República, tendrá que dormir con el enemigo que encarna la inflación y si no se controla, representaría un desgaste político con efectos aún inciertos por determinar.