Luego de la contraofensiva de Benjamín Netanyahu al atentado terrorista de Hamás a Israel el 7 de octubre, las posiciones típicamente proisraelíes de occidente están cambiando. La mayor parte de líderes occidentales manifestaron su repudio al ataque que dejó entre 1200 y 1400 muertos. No podía esperarse menos. La ofensiva sorpresa a civiles y militares con drones, ganadas y misiles de asalto es una infracción intolerable al derecho internacional humanitario. Pero la desproporción de la contraofensiva y la coyuntura política de Israel han hecho repensar muchas opiniones.
Esa semana de octubre buena parte de los columnistas de Colombia condenamos la indolente, parcial y desequilibrada respuesta del presidente Gustavo Petro. Se abstuvo de condenar el ataque de Hamás, comparó a los palestinos con la población de los campos de concentración nazis y produjo un caos diplomático con Israel. Es cierto que el embajador de ese país en Colombia no mantuvo el nivel de respeto que se le exige a los diplomáticos frente a los jefes de Estado, al haberle respondido con ironía, pero Petro ha mantenido su trato hostil.
La crítica a la postura del presidente en un importante sector de la opinión pública no ha cambiado, por no ser respetuosa frente al derecho internacional, el multilateralismo y la historia. Además, por ser inconsecuente con su postura frente a la invasión de Putin a Ucrania.
Sin embargo, no puede pasarse por alto que el gobierno de Benjamín Netanyahu también ha sido polémico desde su formación. Netanyahu es una figura disruptiva dentro y fuera de Israel. Se dedicó a estimular la división de Palestina, debilitando a Fatah (moderados) y fortaleciendo a Hamás (extremistas). Después de las elecciones parlamentarias de 2022, el primer ministro israelí volvió al poder en coalición con la alianza supremacista denominada Sionismo Religioso, acusada de racismo, homofobia e inducción a la violencia religiosa antiárabe, así como otros actores de extrema derecha que defienden la invasión de Cisjordania y se oponen a hacer concesiones con Palestina.
Retornó al poder en medio de un controversial juicio por corrupción en el que se le acusa de fraude, abuso de confianza y soborno en tres casos diferentes. Al parecer, a cambio de favores políticos, recibía dinero y cobertura mediática favorable. Pese a que niega las acusaciones y sostiene que corresponden a una persecución, el contexto actual de Israel, marcado por la inestabilidad política y la pandemia, le han impedido recuperar su popularidad.
Y el atentado terrorista del 7 de octubre no le ha favorecido. Le sigue yendo mal en las encuestas, que indican que buena parte de los israelíes preferirían a otro primer ministro si las elecciones se volvieran a celebrar. Y, aunque los EE. UU. han reafirmado oficialmente su apoyo «incondicional e inquebrantable» a Israel, sus prestigiosos centros académicos son cada vez más reacios a defender esta postura. Ha habido protestas estudiantiles propalestinas, mientras que los rectores afrontan presiones de algunos donantes que amenazan con retirar su financiación a prestigiosas universidades si no se condenan los atentados de Hamás.
El conflicto entre Israel y Palestina ha causado miles de muertes y sufrimiento desde hace décadas. La comunidad internacional tiene el reto de demostrar que el multilateralismo y la diplomacia son mecanismos idóneos para evitar la escalada de este y otros conflictos que pueden surgir en un planeta que poco a poco vuelve a dividirse entre el «mundo democrático» de los aliados occidentales y quienes desafían el orden establecido tras la caída del muro de Berlín. En un contexto tan complejo, las posturas parcializadas y extremistas son inconvenientes para un país como Colombia, que por sus condiciones geoestratégicas sirve más de mediador que de agente desestabilizador. El presidente Petro decidió irse en contra del interés nacional al coadyuvar la demanda de Argelia contra Israel ante la Corte Penal Internacional. La cooperación militar entre Israel y Colombia es estratégica para la seguridad nacional, pues los principales proveedores del Ejército son de Israel. Romper relaciones con Israel significaría el desmantelamiento de nuestra fuerza pública. Una cosa es Netanyahu y otra Israel; una cosa es Petro y otra Colombia; una cosa es el interés de gobierno y otra el interés nacional.