Ningún jugador por poderosa que sea su imagen, con presencia fija en los medios, con talento y clase, puede, por sí solo, garantizar que llevara a su equipo a un título.
Talento sin esfuerzo, no sirve.
Quizás pelé y Maradona, aunque ellos también como Messi y Cristiano Ronaldo, se rodearon de estrellas para conseguir sus admirables logros.
Muchas veces lo que es un batacazo publicitario, con gran inversión en el fichaje de un futbolista, se convierte en una pesadilla.
No rinden lo esperado, entran en rebeldía, entrenan a medias, mantienen en la enfermería, huyen a sus países sin autorización y compiten con desgano. Se convierten en un mal ejemplo para sus compañeros y en un problema serio para sus técnicos y sus directivos, porque no cumplen los contratos.
Los hay determinantes en su juego. Que marcan caminos hacia los títulos. Que deleitan la tribuna y establecen un romance intenso con ellas.
Quintero, el gran fichaje de la temporada para América, motiva tanto el mercado como lo hizo Falcao. O como pretendía Junior con James. Pero no garantiza el éxito rotundo. Tiene pasajes de malos recuerdos en Junior y Medellín, con promesas no cumplidas.
Talento con sacrificio. Habilidad con compromiso. Cobros de falta inmaculados o goles de artistas. Es lo que se espera de él y de las pocas estrellas confirmadas. Pero no futbol a cuenta gotas que es lo que muchos aportan.
La suma de las partes hace un colectivo campeón. No solo una de ellas. Que falsos se ven algunos besando escudos y camisetas, cuando están a punto de colgar los botines. El beso de Judas.