Esta breve nota la escribo desde Popayán, el mejor lugar en donde pasar un domingo tan especial, después de ver la procesión y visitado algunas iglesias. Me siento en otros tiempos, esos en los que la fe religiosa palpitaba con fuerza. De lo que voy a tratar acá no es acerca de esos sentimientos, que los reservo para mí mundo íntimo, ni de la experiencia vivida, me la guardo como material para mis sueños; se trata, por desgracia, de lo mismo de lo mismo, es decir del sentimiento de impotencia ante un poder político destructor y una oposición acomodaticia que no concuerda con el malestar de una mayoría, de los colombianos. Es cierto que tres años y ocho meses se pasarán volando y serán tan inútiles como los de la tal pandemia con sus absurdos y nefastos confinamientos, pero nadie ni nada nos devolverá el tiempo tan valioso que habremos perdido. También es visto con buenos ojos aplicar el dicho que proclama que si no puedes con el enemigo te unes a él, sin tener en cuenta sus consecuencias: el deterioro y hasta el aniquilamiento de la dignidad unido a la servidumbre que conlleva la cobardía. Habrá quien crea que es solo cuestión de percepción, que los que están en el poder y los millones que se consideran hoy representados, en el pasado con otros gobiernos, se sintieron tan impotentes como nosotros con el actual.
¿Por qué darle vueltas a ese asunto de nuevo? Podría decir que es debido a una terca obstinación, la de los despechados. Durante los largos infames años del gobierno despreciable de Santos, y a pesar de la desazón sufrida, contamos con una oposición que alcanzó a consolidarse hasta el punto de haber logrado vencer con el No en el plebiscito y llevar a la presidencia al candidato del partido de la oposición de muy reciente formación para esos años. Lo anterior fue debido a que se mantenía una actitud de resistencia activa muy diferente a la pasividad de ahora, resultante de un liderazgo venido a menos, reducido en el congreso en número y en capacidad combativa, de parte de quienes obtuvieron sus curules con nuestros votos para que nos representarán en el legislativo pero que ya no cumplen con su cometido, ya no nos representan. Es comprensible, pero no perdonable, la actitud sumisa con su efecto devastador que se refleja en unas bases del partido sin voluntad de acción y dedicadas a replicar contenidos por las redes sociales que terminan adormeciendo y debilitando no al gobierno sino a la misma oposición. Ese tipo de activismo fácil, el de realizar la acción mecánica de compartir lo que algún ingenioso se le ha ocurrido escribir y documentar, no lleva a ninguna parte.
Un gobierno tan cínico juega con el desconcierto de la oposición. Conoce muy bien nuestras inconsistencias y les saca partido. Lleva décadas contemplando como gobiernos que se consideraron de derecha, le hicieron tantos guiños a la izquierda hasta terminar actuando para el enemigo hasta convertirse en sus promotores y aliados.
Y están aquellos que aplican la fórmula del sálvese quien pueda, así nos cueste hasta la misma democracia. Los efectos tangibles y dramáticos del gobierno de Petro vendrán acompañados de los intangibles en la moral y el alma de los colombianos.