El descontrol de James Rodríguez, increpando a la afición por el castigo con silbatina cuando, con resultados adversos y migajas de futbol, quebró la confianza de los hinchas, tuvo efectos colaterales lamentables.
Su disgusto descontrolado, aquel día, continuó en el vestuario, donde chocó con Falcao, el goleador histórico, su amigo y protector de siempre, quien se caracteriza por su decencia.
Las iras del ídolo popular han tenido otras víctimas, especialmente entre futbolistas de reparto, quienes sin levantar la voz lo increpan. “¡Cállate! Aquí tú no eres nadie”, les responde.
Del tema se habla en voz baja para evitar consecuencias, o se lleva al terreno de lo supuesto, puerta abierta para las rectificaciones.
Su manifiesta inconformidad, expresada de la peor manera, tuvo continuidad en el regreso a la concentración, cuando, se afirma, optó por hacerlo en el bus de la utilería, quizás pensando que en el transporte oficial no era digno.
Han sido comunes, como fueron sus brillos futboleros en el pasado, sus arrebatos coléricos. Por él, liderando un complot, se marchó Queiroz cuando la selección navegaba por aguas bajas y fue él quien marcó su ruta de salida en la Copa América, con pensamientos en contravía de los de Reinaldo Rueda.
Desde el comienzo del recorrido hacia el mundial, sin ser el único responsable, ha sido participante activo, presente o ausente, de la debacle.
Con tibieza la prensa fuerte se refiere al tema porque los jefes de medios prohíben la agudeza crítica, con James como protagonista, por ser un futbolista maniquí, eje publicitario de muchas firmas comerciales que patrocinan eventos.
La misma forma superficial y frívola con que se encara el penoso presente del equipo, sus entrenadores y los dirigentes, que guían un proceso con fracaso sin afrontar la seriedad de las consecuencias.
Se habla de falta de gol, de la debilidad argumental de los entrenadores, de la urgencia de relevos en la dirección técnica, de ver rodar cabezas, de los proyectos inconclusos, del interés codicioso, de la dictadura del negocio, de las roscas en las convocatorias y de la desconfianza de los aficionados.
Se acude a las justificaciones y al victimismo, pero no se acercan soluciones.
Cuánto daño hacen, en ocasiones, los patrocinadores, en este caso Adidas, como lo hizo Nike con Ronaldo Nazario, a quien impuso en la final del mundial del 98 en grave estado de salud, acelerando la derrota de Brasil ante Francia.
Adidas pide a James en la selección porque es su producto estrella.
PD. Estoy abierto a réplicas agresivas, rectificaciones y a contradicciones, porque tengo caparazón de tortuga. Lo digo como lo pienso así me cueste.