No siempre la vida del futbol es maravillosa, ni placenteros son los resultados. Es inspiración profunda con alegría en las victorias y desolación, cuando devoran las derrotas, con sus efectos inesperados. Que exitistas somos.
No hay tolerancia al error. Fáciles son los partidos, micrófono en mano, con analistas empeñados en minimizar los esfuerzos de los futbolistas.
Frivolizar la altura en el estadio “El alto”, charlatanería pura, con demagogia. Como hablar de el espionaje con sus idioteces, los resultados de la Inteligencia artificial con pronósticos desvirolados, o el penalti que no fue a tenor de reglamento, como elemento de justificación.
Sus efectos se sintieron como se preveía con afectación profunda en el rendimiento individual y colectivo de la selección Colombia. Algunos jugadores martirizados al respirar, con torpezas en su accionar, como ocurrió en el gol en contra.
Comprender las caída, que siempre es alternativa, no es fácil, cuando un estadio-trampa por sus condiciones, los temores y la inefectividad juegan en contra, como le ocurrió a la selección nacional.
Aunque las circunstancias del juego durante muchos pasajes fueron favorables y el rival de poca categoría, a Colombia le costó mucho el trámite del compromiso. Tuvo las opciones para ganar o empatar, pero las perdió por la descoordinación en la idea y el gol.
Con la superioridad numérica a su favor desde la expulsión de Cuellar, la que no supo aprovechar, asumió el control de la pelota, con movimientos inteligentes, pausados, de un lado a otro de la cancha, sin desgastes físicos, tejiendo con técnica, con ataques esporádicos que lo acercaron al gol, pero sin la certeza frente al arco rival.
Supo salir del asedio boliviano de los primeros minutos, cuando Camilo Vargas se destacó frente a la ofensiva local, inclinada a los balones largos buscando la portería por la velocidad que gana el balón
James jugó a sus anchas porque todo el espacio era para él. Caminador, fue el guía del juego especialmente lateral, con el balón al piso, con toques cortos, de extremo a extremo.
Cada roce físico le dio la oportunidad de robarle segundos al reloj.
Pero, cuando el partido lo necesitaba cerca de la portería contraria, por el resultado adverso, apareció sin claridad, porque sus piernas ya eran frágiles y sus asistencias imprecisas.
De centros se llenó Colombia en la ofensiva. Cerca de treinta sin poder rematar, dividiendo siempre el balón, dirigidos a la cabeza los centrales, quienes montaron un sólido bloque de contención, el que, rebasado, tuvo el aporte del portero Vizcarra, excelente en su actuación.
Díaz fue una versión más del gambeteador empalagoso, negado ante el gol. El partido era para él, pero no lo entendió.
Del primer tiempo inteligente, Colombia pasó a la complejidad del segundo, con dominio engañoso e improductivo. Con equivocadas decisiones del técnico, empeñado en oxigenar y no en potenciar, sin chispa en las soluciones para mejorar el pase final o la definición.
Mal jugó Bolivia, pero ganó, con un gol maravilloso de Miguel Terceros que Camilo, tan milagroso en la jornada, no pudo evitar.
Fue atípico el partido, incómodo el trámite, grande el desgaste, sin alternativas tácticas bien ejecutadas, con relevos poco funcionales y desespero en el banco del entrenador.
El partido que no acerca, ni aleja, a Colombia del mundial, era para los futbolistas livianos y no para corpulentos como Córdoba y Ditta.
Quizás algunos minutos para Quintero, apuntalado en sus pases y en la pelota quieta, pudieron mejorar el trámite final.