Las encuestas son un elemento central de la política y las elecciones. Tienen la potencia suficiente para medir la realidad o construirla. Siempre habrá todo tipo de efectos, reacciones y conversación frente a sus resultados. Influyen siempre.
Revelan un estado de opinión. Su prestigio siempre se pone en juego el día de las elecciones. Si aciertan, la gente fue honesta a la hora de responder, si es lo contrario, significa que el ciudadano mintió.
Las encuestas también impactan a todas las campañas. Aquellas que no salen bien libradas de las mediciones, se apresurarán a modificar sus estrategias, los que suben, enfatizarán en lo que viene acertando, para seguir creciendo. Ninguno puede ser indiferente.
Pero la gran influencia es sobre el electorado. Sus resultados entusiasman o desilusionan a los potenciales votantes. Es muy factible que modifique conductas, preferencias y hasta mueva a los indecisos.
Todo lo convierte en acciones. El que diga que al publicarse una encuesta no le genera ningún tipo de reacción, se miente a sí mismo. Sí motiva a actuar, acomodarse, arrepentirse de una decisión predeterminada o reafirmarla. Estimula realidades.
La única manera de predecir el futuro es construirlo. Y este es justamente uno de los asuntos más importantes de las encuestadoras. A través de sus distintos métodos de medición, intentan contarnos lo que puede pasar el día de las elecciones. Dudo mucho que sea la fotografía de un momento
El efecto bandwagon, es decir, montarse al bus ganador, es más evidente en un sector de la ciudadanía que no se encasilla en alguna corriente ideológica. Se inclinan más por el candidato que encabece las encuestas.
No hay campañas sin encuestas y de las encuestas se habla más en campañas. En los círculos sociales de cada persona, un tema recurrente son los comicios presidenciales. Un voto podría no decidir una elección, pero una encuesta tal vez sí.