Basta ya de hipocresía

El pasado martes 16 de junio recibí un mensaje en un grupo de WhatsApp, el mensaje nos decía que una amiga y líder afro de Medellín estaba desaparecida desde el viernes. Quedé fría ante esta noticia, me angustié, se me salieron las lágrimas y pensé lo peor. Ese mismo día, nuestro país se levantaba con la noticia de Daniela Quiñones, una mujer estudiante de la Universidad EAFIT, quien había sido reportada como desaparecida pero que lastimosamente fue asesinada y arrojada al río Cauca. Según la organización Feminicidios Colombia, en lo que va del 2020 llevamos al menos 112 feminicidios, donde al menos 70 niñas, niños y adolescentes, la violencia en contra de las mujeres los ha dejado huérfanos. Entonces cuando nos alertaron sobre la desaparición de nuestra amiga, era evidente que pensáramos lo peor. 

Después de conocer la noticia, lo primero que hice fue llamar a la mamá de nuestra amiga, quería entender un poco los tiempos, los relatos de los hechos y obviamente quise ponerme a disposición de toda su familia para ayudar en su búsqueda. Nuestra amiga a la fecha llevaba 5 días sin volver a su casa. Si hubiera sido yo la desaparecida no me cabe la menor duda de que mi familia hubiera hecho todo lo que estuviera al alcance por encontrarme. Fue en este momento en el que varios movimientos de mujeres y afrodescendientes empezamos a regar la voz en redes de su desaparición, queríamos encontrarla sana y salva, esa era siempre nuestra meta. Pasaban las horas y ella no aparecía, comenzó un nuevo día y nada que sabíamos de ella. 

A eso de las 11:30 de la mañana, del miércoles, me llama una amiga y me dice “apareció, no sabemos nada, pero apareció”. Inmediatamente me dirijo a Twitter y veo que efectivamente el alcalde, Daniel Quintero Calle, pone en su perfil la noticia de nuestra amiga, pero también nos recuerda que Luz Leidy Vanegas, sigue desaparecida.

Nuevamente lo primero que hice fue llamar a la mamá de nuestra amiga. No me contestó. Esperé un rato y volví a intentar. La segunda llamada me contestó Karina, mi amiga, y mi cuerpo se llenó de felicidad al escuchar su voz. Lo primero que quise preguntarle era si estaba bien, le dije: ¿Amiga estás bien? ¿Dónde estás? ¿Estás completa? ¿Necesitas algo? ¿Si necesitas hablar con alguien acá estoy para ti? A lo que ella me dijo, estoy bien, en casa con mi hija, gracias por estar pendiente de mi y de mi familia. En ese momento no se me ocurrió preguntarle nada más, me bastaba con saber que no iba a ser un número más en el largo listado de mujeres asesinadas por el hecho de ser mujeres en nuestro país. 

Pero, así como estaba con esa alegría me llegó la tristeza. En redes empecé a ver la indiferencia e indolencia de las personas. Empezaron a llover cuestionamientos, vi cientos de mensajes diciendo: ¿Dónde estaba? ¿Qué pasó?, “Que haga una llamadita”, “andaba de parranda” “el colmo que la buscaran con el dinero de mis impuestos”, entre miles de cosas más, a mi parecer dolorosas. Y es que en este país decimos que queremos proteger la vida de las mujeres, pero solo como nos parezca a nosotros. Lo que evidenciaron las redes sociales es que las personas querían que nuestra amiga apareciera, pero que los titulares de los medios fueran: “Apareció drogada mujer que se encontraba desaparecida”, “Apareció violada mujer reportada como desaparecida”, “un feminicidio más en el país, mujer afro reportada como desaparecida fue asesinada”. Basta ya de hipocresía. No podemos jactarnos diciendo que en este país hay igualdad de género cuando el 89% de las víctimas de violencia intrafamiliar siguen siendo mujeres y niñas, cuando las mujeres le tenemos miedo al estar en la calle e incluso en nuestros hogares. En esta Pandemia la violencia intrafamiliar se ha incrementado en un 200%. Esto no es un chiste, esta es nuestra realidad. Basta ya de hipocresía. No podemos decir que queremos, valoramos y garantizamos los derechos de las mujeres, pero por otro lado nos decepciona que una mujer aparezca viva. 

El deber del Estado es proteger a todos sus ciudadanos y ciudadanas. Cuando hay una desaparición, sea cual sea su motivo, es completamente normal que su familia active los protocolos para encontrarlas sanas y salvas. Siempre diremos: ¡vivas nos queremos! Los protocolos de la institucionalidad no se activan solo para encontrar mujeres acosadas, abusadas y asesinadas. Esta es una visión errónea del deber del Estado, que además de atender este tipo de delitos y de velar por el restablecimiento de derechos, debe hacer todo lo que esté a su alcance para que se busque a las personas antes de la vulneración de los derechos. La prevención y las alertas tempranas son para proteger la vida. 

Basta ya de hipocresía. Sé que más de una de esas personas que se burlaron de los hechos si tuvieran una amiga, hija, conocida, familiar en esta situación, quisieran que este fuera siempre el final feliz de las mujeres que ellos quieren. En realidad, este debería ser el final feliz de todas las mujeres del país. Por eso digo, basta ya de hipocresía. Como vi en redes sociales también, lastimosamente Colombia es un país donde preferimos a las mujeres muertas que de fiesta. 

Para terminar, quiero aclarar que no estoy justificando lo que nuestra amiga hizo, seguramente ella y su familia sabrán todos los detalles. No se nada de su vida, realidades y sufrimientos para juzgarla y tampoco es su deber, como dicen algunos, darnos explicaciones. Yo celebro hoy que esté viva y eso me hace feliz, aunque no pueda decir lo mismo por las 112 mujeres y niñas a las que hombres asesinos le han robado sus sueños, sus vidas. La violencia en contra de las mujeres tampoco nos deja respirar.

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