Diego García Bejarano

Ingeniero ambiental sanitario. Especialista en gerencia de recursos  naturales y magister en gobierno y políticas públicas. Fui director de Arborizacion Urbana en el Jardín Botánico, director de Ambiente y ruralidad en Secretaría de Planeación Distrital, concejal de Bogota, director de la Región Administrativa Planeación Especial. Guía profesional de turismo, profesor universitario. Co creador del programa BiciRegion y la ruta turística de la leyenda del Dorado. Asesor de turismo de naturaleza.

Diego García Bejarano.

Andanza por el cerro Nevado de Sumapaz, donde nacen los ríos Guape y Ariari

En el páramo más grande del mundo, se esconde el vestigio natural milenario de un cerro llamado Nevado. Allí se alberga el conjunto de lagunas glaciares que surte las aguas de los ríos Magdalena y Orinoco. Este sitio, que doblegó a una de las gestas conquistadoras más aguerridas de la historia, a cargo del alemán Nicolas de Federmann, se convertía en el nuevo escenario a explorar con mi hijo y yo. 

Durante los años 1530 a 1596, se emprendieron cerca de 15 expediciones autorizadas por la Corona Española en busca del Dorado, pero solo una de ellas se atrevió a atravesar el páramo de Sumapaz, y padecer sus escalofriantes caminos. 

El pico Federmann, que se encuentra acompañando el cerro Nevado, le hace homenaje a la tercera expedición descubridora del representante del emperador Carlos V, que, tras la codicia del oro, cumplía de paso la misión colonizadora de la compañía Welzer. Para ese entonces, estas empresas financiaban las exploraciones al nuevo mundo con el fin de ampliar sus rutas de explotación, en especial de indígenas. 

Estar en este lugar, imaginando el año 1539, cuando 300 soldados y 130 jinetes españoles, ingresaron por Venezuela, tomaron el río Apure, navegando por el Pauto para llegar al río Meta, y luego embarcar en la cabecera del Guaviare, cruzando los llanos del Ariari, te hace sentir privilegiado. La osadía de estos conquistadores es irrepetible. Aunque sus fines no hayan sido loables, la proeza merece todos los honores. 

El recorrido con mi hijo sería un apéndice de lo vivido por Federmann, pero les prometo que la andanza vivida nos hace partícipes de la historia en el mundo de los caminantes, porque muy pocos han explorado este sitio inigualable del planeta. 

Para intentar describirlo, debes imaginar un lugar de montañas, tras montañas, donde la neblina te cubre sin verla llegar, el granizo golpea tu impermeable, las paredes de piedra se asemejan a las rocas de las Tablas de Moisés en los relatos de la biblia, y el filo del cerro, solo da pie para colocar un paso cuidadosamente detrás del otro. 

Nosotros lo hicimos desde Bogotá, tomando la carretera hacia San Juan de Sumapaz y empezando la caminata en el desvío de la quebrada la Honda, a pocos kilómetros del centro poblado. Cuando empiezas a alistarte para perfilar las montañas, aparece la “aleta de tiburón”, una morrena que caprichosamente deja la huella de lo que antes pudo ser mar. 

Este pico de montaña es el portal de entrada a la magnífica ruta del Cerro Nevado, el mismo que habría visitado Erwin Kraus en el año 1937, en búsqueda de un glaciar desaparecido en el año 1917, tras el terremoto del 31 de agosto que prácticamente destruyó Bogotá.

A menos de 10 kilómetros de camino, encuentras el Filo del Perdido, lugar que hace honor a su nombre, y del cual no seríamos la excepción. Oscar Apolinar, gran acompañante de la aventura, supuso que nos habíamos desviado y durante una hora anduvo por el sector buscándonos, para finalmente retornar al mismo lugar donde siempre estuvimos. 

Prontamente cruzas la divisoria de aguas que divide Bogotá del departamento del Meta, y aparece gota a gota el nacimiento de la quebrada los Frailes, tributario del asombroso río Guape. Aquí entiendes porque cada frailejón vale oro, y cada escurrimiento de la neblina y el granizo, genera las aguas que, para este caso, bañan el Orinoco. 

A varios kilómetros emerge el Murallón. Una enorme pared de piedra, con una grieta inhóspita, de semejanza a las losas de roca con los mandamientos bíblicos y que marca el descanso de una primera jornada. Este día, la carga de la maleta, el frio, el viaje en carro para llegar al punto de inicio, la madrugada, la altura, y los más de 20 kilómetros andados, te hace cumplir la prueba de caminante andino, y demostrar si verdaderamente ésta, es tu pasión. 

Llenos de satisfacción plena, nos dispusimos a pasar la noche estrellada a los pies de su majestad el “murallón”, ubicando nuestras carpas en lo que podría ser el patio de la finca de un rancho con indicios de vida, pero deshabitada. En el lugar encontramos una manguera con agua, un terreno plano con la suficiente área para montar la tienda, y la mejor panorámica para ver las montañas. 

Desde este sitio tienes varias opciones. Una, es rodear las 6 lagunas en un circuito de paisajes glaciares, otra, es intentar la cima del pico Nevado, y otra, es disfrutar del nacimiento del río Guape y sus extrañas formaciones geológicas. Pues adivinen que, decidimos hacer todas en un solo día. 

La salvajada iniciaría muy de madrugada. Bordeamos el murallón por su costado derecho para encontrar la primera laguna llamada La Guitarra.  Un primer tramo de caminata que sentimos tranquilo, ya sin maleta completa del equipo, con el cuerpo agradecido, aunque no sabíamos que el día sería más largo de lo previsto.

Andamos con contemplación la primera laguna y encontramos otro rancho a pocos metros del agua. Extrañamente había en su interior dos botes, sus motores y remos en muy buen estado. De seguro que lo usan para aprovechar la gran cantidad de trucha que existe a estas alturas, aunque no pudimos contactar un alma para evidenciar esta hipótesis. Unos kilómetros más y otra escena glaciar: la laguna Sorbedera y la laguna El Nevado. 

En este punto puedes tomar el circuito para regresar por el costado contrario del Murallón, o iniciar el serio ascenso al pico. La hora no era la más conveniente, y muy pasado el mediodía, propuse humildemente la idea de abortar el cerro nevado. Esta insinuación tuvo una reacción amorosa pero airada de mi hijo: - y entonces pa!, ¿a qué vinimos? – Y pues tenía razón, a coronar el filo del cerro Nevado.

Aceleramos el paso, deteniéndonos a explorar en varias de las pequeñas cuevas que parecían conectarse entre ellas, pero por temor a no desaprovechar la pequeña ventana que se abría en el cielo para disfrutar el cerro, caminamos a tope.

Un par de miradas hacia atrás para divisar lo recorrido, unas varias veces dando pasos con vista a las tres lagunas andinas que se posaban a nuestro horizonte, el abrazo de padre e hijo ante el viento paramuno y las ganas del alma al mil por sentirnos vivos. 

En menos de dos horas estábamos en el lugar donde el rio Ariari hace su aparición. Aunque la nubosidad apenas permitía mirar la roca a nuestros pies y percatarnos del borde de precipicio por donde nos balanceábamos, esa sensación que solo un montañista entiende, y que solo en la montaña se comprende, nos invadía con mi hijo. Una merienda para las fuerzas de regreso, unas palabras de amor por la creación, cada quien en su momento de silencio, y, retorne “papito” porque va siendo tarde.

Descendimos de los más de 4.300 metros, volvimos a observar las tres lagunas, vimos de refilón la pequeña laguna la Hundida, y a la altura de 3.700 metros vimos en el paisaje la nueva triada glaciar: las lagunas La Larga, La del Medio y La Primavera. Bien caída la tarde, y con el sol a un solo rayo potente y grueso descargando energía sobre la laguna del Medio, supimos que la noche era inminente, y las turberas, junto con la vegetación que ocultaba el camino, serían nuestro desafío final.

Evidentemente un par de veces fuimos y volvimos por tramos escarpados y muy oscuros, sabíamos que estábamos a media falda de montaña, con una pendiente a pocos metros, y donde debía reinar la tranquilidad y precaución, porque algo era obvio, a muchos días de distancia alguien podría venir por alguno de nosotros. 

Del diario de Nicolas de Federmann se narra lo vivido: "Subimos a la gran montaña que parece tocar el cielo, donde el frío era tan intenso que muchos de mis hombres cayeron enfermos. No hallábamos camino, sino que teníamos que abrirnos paso entre las rocas y los abismos, siempre temiendo caer a nuestro fin.".. en otro aparte menciona: "En lo alto de la sierra, donde nada crece, nuestras provisiones se agotaron y tuvimos que alimentarnos de raíces y plantas que apenas aliviaban nuestra hambre. Las noches eran especialmente crueles, pues el viento helado atravesaba nuestras ropas y hacía temblar hasta a los más fuertes."

Al páramo lo caminas con permiso, con el alma alivianada y con fe, con mucha fe. Confías en quien te lleva, en la montaña que te permitirá volver, en tus pies con sus piernas, y sobre todo, en que tu amor por la pasión de andar, es la que domina tu mente.

Luego de pasar a oscuras la montaña, llegamos al paso del río Guape a pocos metros de nuestro campamento, y una poceta de agua rodeada con un reflejo de cueva blanca, quizás por algún tipo de caliza que con el rayo de luna se entreveía en el río, nos impactó con mi hijo. Quisimos sumergirnos en ella, pero de manera oportuna y convincente, Oscar nos dijo lo delicado de esa acción, además nos advirtió que si o si nos quedaba escalar literalmente a 4 manos una pared de roca que nos separaba del pequeño plan hacia la carpa.

Nos pusimos los zapatos, seguíamos asombrados de ver estas primeras cuevas del Guape, y de como una muestra de los impresionantes cañones que encuentras aguas abajo en el tubing que haces en el municipio de Uribe, son grandes hijos de su nacimiento. 

La pared de roca fue delicada. Aun no somos conscientes de lo que estábamos escalando, pero no había otra opción. A las 10 de la noche solo quieres encontrar el atajo que te lleve pronto a tu destino. 

Esa noche, Oscar y Jacobo terminaron extasiados del cansancio. Yo, me encargaría de la pasta caliente, la aguadepanela, la cena a la carpa y el cierre final de la cremallera antes de dormir. Me tomé mi tiempo para volver a ver el murallón con sus estrellas, de masajear mis pies, de admirarme por sentirme bien, de agradecer por el lugar donde nací y el momento del tiempo en el que estoy. Sabía que esta tierra de indios Guahibos, Sutagaos y Guaypies corría en nuestras venas y que no en vano estábamos recordando, porque, aunque creamos que descubrimos, todo indica que lo que hacemos es volver a vivirlo.

El tercer día de regreso, estuvo lleno de mensajes naturales. Horas de sol para el baño prometido en una inmersión paramuna de “cold therapy”; una granizada que formaba hielo entre el musgo para calmar la sed; vientos que te quieren penetrar a los huesos; unas maletas de campaña que pedían cambio, y las panorámicas de muchas montañas rebosantes de frailejones, turberas y todo tipo de vegetación enana. 

Nos subimos a la camioneta tipo 4 de la tarde, tomamos la foto final de rigor y por la carretera que algunos llaman Bolivariana, retornamos a Bogotá antes de la media noche. 

Ante tantas triadas, pensaba cuales eran mis mensajes aprendidos. Y aquí van mis tres reflexiones. Una vez más creo que las montañas no son desafiantes por su altura, sino por lo que tuviste que hacer para llegar a ellas. Una palabra de un hijo, también es una voz de aliento a un padre cansado y confundido. Y, por último, ya sé cuándo es el día que el planeta termine: cuando en el río Guape, que lo alimentan más de 6 lagunas, no baje agua. 

Posdata 1: ¡Quemas a esa altura, que posiblemente sean provocadas, son un crimen que se le exige a Corporinoquia y Parques Nacionales para que actúen YA! 

Posdata 2: nuevo récord mundial. Jacobo García el caminante más joven en llegar al punto más alto, del páramo más grande del mundo.

En el páramo más grande del mundo, se esconde el vestigio natural milenario de un cerro llamado Nevado. Allí se alberga el conjunto de lagunas glaciares que surte las aguas de los ríos Magdalena y Orinoco. Este sitio, que doblegó a una de las gestas conquistadoras más aguerridas de la historia, a cargo del alemán Nicolas de Federmann, se convertía en el nuevo escenario a explorar con mi hijo y yo. 

Durante los años 1530 a 1596, se emprendieron cerca de 15 expediciones autorizadas por la Corona Española en busca del Dorado, pero solo una de ellas se atrevió a atravesar el páramo de Sumapaz, y padecer sus escalofriantes caminos.

El pico Federmann, que se encuentra acompañando el cerro Nevado, le hace homenaje a la tercera expedición descubridora del representante del emperador Carlos V, que, tras la codicia del oro, cumplía de paso la misión colonizadora de la compañía Welzer. Para ese entonces, estas empresas financiaban las exploraciones al nuevo mundo con el fin de ampliar sus rutas de explotación, en especial de indígenas. 

Estar en este lugar, imaginando el año 1539, cuando 300 soldados y 130 jinetes españoles, ingresaron por Venezuela, tomaron el río Apure, navegando por el Pauto para llegar al río Meta, y luego embarcar en la cabecera del Guaviare, cruzando los llanos del Ariari, te hace sentir privilegiado. La osadía de estos conquistadores es irrepetible. Aunque sus fines no hayan sido loables, la proeza merece todos los honores. 

El recorrido con mi hijo sería un apéndice de lo vivido por Federmann, pero les prometo que la andanza vivida nos hace partícipes de la historia en el mundo de los caminantes, porque muy pocos han explorado este sitio inigualable del planeta. 

Para intentar describirlo, debes imaginar un lugar de montañas, tras montañas, donde la neblina te cubre sin verla llegar, el granizo golpea tu impermeable, las paredes de piedra se asemejan a las rocas de las Tablas de Moisés en los relatos de la biblia, y el filo del cerro, solo da pie para colocar un paso cuidadosamente detrás del otro.

Nosotros lo hicimos desde Bogotá, tomando la carretera hacia San Juan de Sumapaz y empezando la caminata en el desvío de la quebrada la Honda, a pocos kilómetros del centro poblado. Cuando empiezas a alistarte para perfilar las montañas, aparece la “aleta de tiburón”, una morrena que caprichosamente deja la huella de lo que antes pudo ser mar. 

Este pico de montaña es el portal de entrada a la magnífica ruta del Cerro Nevado, el mismo que habría visitado Erwin Kraus en el año 1937, en búsqueda de un glaciar desaparecido en el año 1917, tras el terremoto del 31 de agosto que prácticamente destruyó Bogotá.

A menos de 10 kilómetros de camino, encuentras el Filo del Perdido, lugar que hace honor a su nombre, y del cual no seríamos la excepción. Oscar Apolinar, gran acompañante de la aventura, supuso que nos habíamos desviado y durante una hora anduvo por el sector buscándonos, para finalmente retornar al mismo lugar donde siempre estuvimos. 

Prontamente cruzas la divisoria de aguas que divide Bogotá del departamento del Meta, y aparece gota a gota el nacimiento de la quebrada los Frailes, tributario del asombroso río Guape. Aquí entiendes porque cada frailejón vale oro, y cada escurrimiento de la neblina y el granizo, genera las aguas que, para este caso, bañan el Orinoco. 

A varios kilómetros emerge el Murallón. Una enorme pared de piedra, con una grieta inhóspita, de semejanza a las losas de roca con los mandamientos bíblicos y que marca el descanso de una primera jornada. Este día, la carga de la maleta, el frio, el viaje en carro para llegar al punto de inicio, la madrugada, la altura, y los más de 20 kilómetros andados, te hace cumplir la prueba de caminante andino, y demostrar si verdaderamente ésta, es tu pasión. 

Llenos de satisfacción plena, nos dispusimos a pasar la noche estrellada a los pies de su majestad el “murallón”, ubicando nuestras carpas en lo que podría ser el patio de la finca de un rancho con indicios de vida, pero deshabitada. En el lugar encontramos una manguera con agua, un terreno plano con la suficiente área para montar la tienda, y la mejor panorámica para ver las montañas. 

Desde este sitio tienes varias opciones. Una, es rodear las 6 lagunas en un circuito de paisajes glaciares, otra, es intentar la cima del pico Nevado, y otra, es disfrutar del nacimiento del río Guape y sus extrañas formaciones geológicas. Pues adivinen que, decidimos hacer todas en un solo día. 

La salvajada iniciaría muy de madrugada. Bordeamos el murallón por su costado derecho para encontrar la primera laguna llamada La Guitarra.  Un primer tramo de caminata que sentimos tranquilo, ya sin maleta completa del equipo, con el cuerpo agradecido, aunque no sabíamos que el día sería más largo de lo previsto.

Andamos con contemplación la primera laguna y encontramos otro rancho a pocos metros del agua. Extrañamente había en su interior dos botes, sus motores y remos en muy buen estado. De seguro que lo usan para aprovechar la gran cantidad de trucha que existe a estas alturas, aunque no pudimos contactar un alma para evidenciar esta hipótesis. Unos kilómetros más y otra escena glaciar: la laguna Sorbedera y la laguna El Nevado. 

En este punto puedes tomar el circuito para regresar por el costado contrario del Murallón, o iniciar el serio ascenso al pico. La hora no era la más conveniente, y muy pasado el mediodía, propuse humildemente la idea de abortar el cerro nevado. Esta insinuación tuvo una reacción amorosa pero airada de mi hijo: - y entonces pa!, ¿a qué vinimos? – Y pues tenía razón, a coronar el filo del cerro Nevado.

Aceleramos el paso, deteniéndonos a explorar en varias de las pequeñas cuevas que parecían conectarse entre ellas, pero por temor a no desaprovechar la pequeña ventana que se abría en el cielo para disfrutar el cerro, caminamos a tope. 

Un par de miradas hacia atrás para divisar lo recorrido, unas varias veces dando pasos con vista a las tres lagunas andinas que se posaban a nuestro horizonte, el abrazo de padre e hijo ante el viento paramuno y las ganas del alma al mil por sentirnos vivos. 

En menos de dos horas estábamos en el lugar donde el rio Ariari hace su aparición. Aunque la nubosidad apenas permitía mirar la roca a nuestros pies y percatarnos del borde de precipicio por donde nos balanceábamos, esa sensación que solo un montañista entiende, y que solo en la montaña se comprende, nos invadía con mi hijo. Una merienda para las fuerzas de regreso, unas palabras de amor por la creación, cada quien en su momento de silencio, y, retorne “papito” porque va siendo tarde.

Descendimos de los más de 4.300 metros, volvimos a observar las tres lagunas, vimos de refilón la pequeña laguna la Hundida, y a la altura de 3.700 metros vimos en el paisaje la nueva triada glaciar: las lagunas La Larga, La del Medio y La Primavera. Bien caída la tarde, y con el sol a un solo rayo potente y grueso descargando energía sobre la laguna del Medio, supimos que la noche era inminente, y las turberas, junto con la vegetación que ocultaba el camino, serían nuestro desafío final.

Evidentemente un par de veces fuimos y volvimos por tramos escarpados y muy oscuros, sabíamos que estábamos a media falda de montaña, con una pendiente a pocos metros, y donde debía reinar la tranquilidad y precaución, porque algo era obvio, a muchos días de distancia alguien podría venir por alguno de nosotros. 

Del diario de Nicolas de Federmann se narra lo vivido: "Subimos a la gran montaña que parece tocar el cielo, donde el frío era tan intenso que muchos de mis hombres cayeron enfermos. No hallábamos camino, sino que teníamos que abrirnos paso entre las rocas y los abismos, siempre temiendo caer a nuestro fin.".. en otro aparte menciona: "En lo alto de la sierra, donde nada crece, nuestras provisiones se agotaron y tuvimos que alimentarnos de raíces y plantas que apenas aliviaban nuestra hambre. Las noches eran especialmente crueles, pues el viento helado atravesaba nuestras ropas y hacía temblar hasta a los más fuertes."

Al páramo lo caminas con permiso, con el alma alivianada y con fe, con mucha fe. Confías en quien te lleva, en la montaña que te permitirá volver, en tus pies con sus piernas, y sobre todo, en que tu amor por la pasión de andar, es la que domina tu mente.

Luego de pasar a oscuras la montaña, llegamos al paso del río Guape a pocos metros de nuestro campamento, y una poceta de agua rodeada con un reflejo de cueva blanca, quizás por algún tipo de caliza que con el rayo de luna se entreveía en el río, nos impactó con mi hijo. Quisimos sumergirnos en ella, pero de manera oportuna y convincente, Oscar nos dijo lo delicado de esa acción, además nos advirtió que si o si nos quedaba escalar literalmente a 4 manos una pared de roca que nos separaba del pequeño plan hacia la carpa.

Nos pusimos los zapatos, seguíamos asombrados de ver estas primeras cuevas del Guape, y de como una muestra de los impresionantes cañones que encuentras aguas abajo en el tubing que haces en el municipio de Uribe, son grandes hijos de su nacimiento. 

La pared de roca fue delicada. Aun no somos conscientes de lo que estábamos escalando, pero no había otra opción. A las 10 de la noche solo quieres encontrar el atajo que te lleve pronto a tu destino. 

Esa noche, Oscar y Jacobo terminaron extasiados del cansancio. Yo, me encargaría de la pasta caliente, la aguadepanela, la cena a la carpa y el cierre final de la cremallera antes de dormir. Me tomé mi tiempo para volver a ver el murallón con sus estrellas, de masajear mis pies, de admirarme por sentirme bien, de agradecer por el lugar donde nací y el momento del tiempo en el que estoy. Sabía que esta tierra de indios Guahibos, Sutagaos y Guaypies corría en nuestras venas y que no en vano estábamos recordando, porque, aunque creamos que descubrimos, todo indica que lo que hacemos es volver a vivirlo.

El tercer día de regreso, estuvo lleno de mensajes naturales. Horas de sol para el baño prometido en una inmersión paramuna de “cold therapy”; una granizada que formaba hielo entre el musgo para calmar la sed; vientos que te quieren penetrar a los huesos; unas maletas de campaña que pedían cambio, y las panorámicas de muchas montañas rebosantes de frailejones, turberas y todo tipo de vegetación enana. 

Nos subimos a la camioneta tipo 4 de la tarde, tomamos la foto final de rigor y por la carretera que algunos llaman Bolivariana, retornamos a Bogotá antes de la media noche. 

Ante tantas triadas, pensaba cuales eran mis mensajes aprendidos. Y aquí van mis tres reflexiones. Una vez más creo que las montañas no son desafiantes por su altura, sino por lo que tuviste que hacer para llegar a ellas. Una palabra de un hijo, también es una voz de aliento a un padre cansado y confundido. Y, por último, ya sé cuándo es el día que el planeta termine: cuando en el río Guape, que lo alimentan más de 6 lagunas, no baje agua. 

Posdata 1: ¡Quemas a esa altura, que posiblemente sean provocadas, son un crimen que se le exige a Corporinoquia y Parques Nacionales para que actúen YA! 

Posdata 2: nuevo récord mundial. Jacobo García el caminante más joven en llegar al punto más alto, del páramo más grande del mundo.

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Diego García Bejarano.
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