Títere con cabeza

Jue, 05/04/2018 - 03:37
Desde el mismo momento en que a José Obdulio Gaviria se le ocurrió proponer el nombre de Iván Duque Márquez como precandidato a la presidencia, comenzaron los ataques en su contra. Afianzados en l
Desde el mismo momento en que a José Obdulio Gaviria se le ocurrió proponer el nombre de Iván Duque Márquez como precandidato a la presidencia, comenzaron los ataques en su contra. Afianzados en las trincheras de una extrema derecha incrustada en el Centro Democrático, con ecos en dudosos personajes como Ernesto Yamhure y Ricardo puentes o estrafalarios exponentes como Alejandro Ordóñez y Fernando Londoño, lo descalificaban por blandengue, aguas tibias, inexperto, o por claudicar frente el supuesto castrochavismo. No lo bajaban de ser el hombre del presidente Juan Manuel Santos infiltrado en el uribismo, o de avizorarlo como el próximo traidor al expresidente Alvaro Uribe Vélez. Y hasta de mamerto llegaron a acusarlo en redes sociales y medios de comunicación de ultraderecha. Casi todos los demás precandidatos que aparecieron en el uribismo se sentían con más derecho, ya fuera por edad, por dignidad o por gobierno. Incluso lo subestimaban porque no mostraba ese discurso guerrerista que al parecer era el que más réditos daba en las filas del Centro Democrático. María del Rosario Guerra pensaba que mostrar extrema lealtad a Uribe y ser mujer la harían la escogida, Carlos Holmes Trujillo asumía que la voz de la experiencia y la habilidad política le darían el triunfo en la medición interna, Paloma Valencia se imaginó que haber sido la más estridente y sonora en el senado le daría los méritos suficientes para ser la elegida y Rafael Nieto Loaiza pensó que desenvainar la espada de la filosofía más derechista le haría merecedor al trofeo. Pero Duque siguió siendo él y eso le generó credibilidad. Su cara de buena gente y su capacidad argumentativa lo fueron mostrando poco a poco, no como el inexperto que trató de describir el candidato Germán Vargas Lleras al decir que estaba muy pollo, sino que fundamentalmente su exposición mediática lo dejó ver como un gallo fino aunque no de pelea, que tiene sus propios criterios a pesar de que comparte en general el pensamiento filosófico de Uribe, que no tiene ni un ápice de marioneta y que no es un hombre al que se puede libretear fácilmente. Ante las insistencias periodísticas ha dejado claro a quienes pretenden verlo como un títere que no sólo es inadmisible por que se le pretenda subestimar irrespetuosamente sino que es otorgarle superpoderes inexistentes al director de su partido. Ni hay títere ni hay titiritero, ha dicho enfáticamente. Precisamente esas posturas moderadas son las que lo han llevado a puntear en las encuestas. Lo hicieron ganar dentro de su partido y lo tienen al punto de ganar en la primera vuelta. Le quitó el espacio del centro que era el escenario natural para Vargas Lleras y derrotó la extrema derecha en su partido. Y por más que existan provocaciones para tratar de enredarlo en la idea de que debe comprar enemistades del expresidente Uribe o que va a ser un instrumento para tomar medidas retaliatorias contra quienes se han dedicado a hacer del antiuribismo una razón de ser, Duque no se sale del forro. Su decisión de mantenerse en el centro derecha con una postura equilibrada lo llevó incluso a disputarle el centro a Sergio Fajardo, quien con el mismo temperamento y talante conciliador se había adelantado por el centro izquierda. Duque ha construido su propia ruta y su estrella personal lo acompaña. En la consulta interna del Centro Democrático, desde las furiosas filas del ex procurador Alejandro Ordóñez y desde las huestes conservadoras que se la jugaron a muerte por Marta Lucía Ramírez, el fuego amigo no ahorró esfuerzos ni escatimó escrúpulos para ponerlo como un pelele a partir de la frase que hizo carrera en la fanaticada uribista, el que diga Uribe. Pero Duque siguió siendo él y eso le dio más popularidad. Incluso es fácil adivinar que ni siquiera sus propios mentores hubieran creído que su estilo y su talante fueran a dar tal resultado. Duque sabe escuchar y no desestima los aportes que le hacen desde las posiciones más radicales hasta las sugerencias más efectistas, pero principalmente refleja que sabe construir su propio criterio.  Y es que la idea de los opositores del uribismo en los medios de comunicación de no dejar títere con cabeza puede estar produciendo el efecto contrario. Los esfuerzos que hacen Daniel Coronell, Daniel Samper Ospina, los caricaturistas Vladdo y Matador y otros columnistas, que a veces se portan más como militantes de una secta antiruribista que como comentaristas veraces y objetivos, han llevado a los colombianos a creer cada vez más que una cosa es la opinión pública y otra la opinión publicada, como dice la filósofa española Adela Cortina; que no hay que tragar entero y que no todo lo que brilla es oro; que una cosa piensa el burro y otra el que lo está enjalmando, como decían las abuelas, y que no por mucho madrugar amanece más temprano o que las cosas se caen por su propio peso. Y a estas alturas del partido ya Duque se salió del partidor. Aunque muchos no crean en las encuestas o traten de matizar sus indicadores, cuando coinciden casi todas son un reflejo de lo que piensa el elector colombiano, que quiere derecha pero no tanto, que quiere que termine la guerra fría que ha sumido al país en una polarización paralizante y que quiere salir de la incertidumbre de si el país cogió para el castrochavismo o para el neofascismo paramilitar. Duque representa estabilidad y ponderación. Es respetuoso y atemperado lo cual le permite ser reposadamente analítico. Su bonhomía le ha permitido que los colombianos lo quieran oír y hasta lo quieran descubrir, como si algo no les hubiera dejado ver lo que había en él. Por eso sus competidores tendrán ahora que reinventarse si le quieren hacer chico. Y en el debate televisado de Teleantioquia y Semana se vio un Duque preparado y a la altura de sus contendores. No le fue tan bien en actitud escénica por pararle bolas a esos asesores de imagen que le apuestan más a la forma que al contenido y se mostró seguro en lo que dice aunque no tanto en la forma de hacerlo. Vargas Lleras reflejó que es lidiado en varias plazas y que la experiencia no se improvisa. Petro quedó un poco como mosca en leche. Su corbata lo hizo ver en camisa de 11 varas y el escenario formal le impidió exhibir su talante veintejuliero, con lo cual no pudo jugar en su cancha. Y Fajardo al insistir tanto en hacer la diferencia y concentrarse en la corrupción como eje temático pareció monotemático y perdió la oportunidad de exponer puntualmente sus ideas. De la Calle, ni siquiera se notó por su ausencia. 
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