En Colombia, patria del “Realismo Mágico”, la cotidianidad supera con creces la ficción. Nos hemos dado, por ejemplo, el “gusto” de no elegir para un segundo periodo como alcalde de Bogotá a un hombre que, como Enrique Peñalosa, es reconocido como una autoridad mundial en urbanismo y planeación. En su lugar, la capital de la República fue gobernada por el cleptómano de Samuel Moreno, y por el inepto y resentido social de Gustavo Petro. Cambiamos a un técnico conocedor y con experiencia por un par de paquetes politiqueros, en el sentido amplio de la expresión.
La gran transformación de Bogotá se dio de la mano de Peñalosa, gracias al saneamiento fiscal que en su momento hizo Jaime Castro. Sin embargo, como este es un pueblo sin memoria, preferimos aventurarnos con la izquierda, cuyos gobiernos han sido desastrosos; no hay que ser un experto en el tema para advertir que la otrora renovada y cosmopolita urbe está a pocos pasos de convertirse en una cloaca, por cuenta de los innumerables huecos en las calles, la inseguridad que ha sitiado a sus pobladores y una movilidad a la que solo le queda el nombre.
La izquierda no es mala per se (sería una estupidez señalar tal cosa). Hay importantes ejemplos en todo el planeta de lo bueno que puede ser un gobierno de ese corte ideológico, cuando deja de lado la demagogia y el populismo, y se dedica a trabajar con compromiso y seriedad. Lastimosamente, el caso de Bogotá no es el de mostrar: primero fue Lucho Garzón, una caricatura completa, y luego vinieron Moreno y Petro, para acabar de completar el trágico panorama de una ciudad que ya no aguanta más improvisaciones.
Hay que decir las cosas como son: Peñalosa es un mal político, le falta carisma y sentido de la oportunidad, pero no es menos cierto que es el único candidato capacitado de verdad para dirigir los destinos de una ciudad que va rumbo al despeñadero. La alcaldía de Bogotá requiere de un administrador altamente especializado. Elegir a otro aspirante sería tanto como obligar a realizar una operación de cerebro a un médico general.
Tengo mi conciencia tranquila: siempre he votado por Peñalosa cuando ha aspirado a la alcaldía de Bogotá. No lo hice cuando buscó la Presidencia (en ese escenario la cosa es diferente y tengo mis reservas). De lo que no me cabe duda es de que, si no lo elegimos esta vez, Bogotá su hundirá en el barro para no salir a flote nunca más.
Si los otros candidatos quisieran un poco a Bogotá, como lo dicen repetidamente, renunciarían a sus aspiraciones a favor de Peñalosa, todos ellos saben en el interior de su ser, que el “gallo” para rescatar a la ciudad es Peñalosa, pero no; como buenos políticos, anteponen sus intereses personales y orgullos, a contra pelo de lo que le conviene a toda una comunidad sumida en la desesperanza y la intranquilidad.
En otras dos ciudades que llevo en mi corazón (Barranquilla y Montería), la intención de voto está muy bien definida, a favor de los políticos que las transformaron. Alejandro Char y Marcos Pineda, con todos sus defectos y virtudes, son los artífices del renacimiento de “Curramba” y de la “Perla del Sinú”. En esos casos, tampoco se puede improvisar y hay que ir a la segura, gústele a quien le guste.
Si queremos salvar a Bogotá, la cosa es con Peñalosa, que a nadie le quepa duda.
La ñapa I: Bien por el presidente Santos, el cambio de tono con el gobierno venezolano está dando resultados: los bandidos como Maduro, solo entienden a las malas.
La ñapa II: La injusta condena contra Leopoldo López nos enseña que no hay nada más nefasto para una democracia, que una justicia politizada.
La ñapa III: Y el premio a la arribista del año es para… Natalia Springer, Lizarazo, Tocarruncho, o como sea que se llame.
La cosa es con Peñalosa
Dom, 13/09/2015 - 18:38
En Colombia, patria del “Realismo Mágico”, la cotidianidad supera con creces la ficción. Nos hemos dado, por ejemplo, el “gusto” de no elegir para un segundo periodo como alcalde de Bogotá