Para 2025 el panorama de la ciberseguridad se vislumbra en una encrucijada, producto de la acelerada convergencia entre el mundo digital y el físico, que ha transformado nuestras sociedades y economías en una interdependencia, cada vez con mayor vulnerabilidad a los ciberataques. Como lo expone Kim Zetter en “Countdown to Zero Day”, la historia nos ha mostrado que los ataques cibernéticos pueden tener consecuencias devastadoras, y es precisamente esa capacidad de destrucción la que enfrentamos hoy en una escala exponencial.
El desafío a encarar radica en la continua evolución de las técnicas de los ciberdelincuentes, y en nuestra capacidad para adaptarnos y proteger lo que está en juego: desde los datos sensibles de ciudadanos y gobiernos hasta la estabilidad económica global. Resulta elemental comprender que solo a través de una innovación constante y la adopción de estrategias proactivas podremos evitar que el cibercrimen supere las defensas actuales y, en última instancia, frene el avance de la sociedad digital.
El cibercrimen ha evolucionado desde simples ataques de malware a una industria compleja y altamente rentable. El ransomware-as-a-service (software malicioso comercializado digitalmente) es un ejemplo claro de la profesionalización de la ciberdelincuencia. Según un informe de Cybersecurity Ventures, se estima que los daños globales por la criminalidad cibernética alcanzarán los 10.5 billones de dólares anuales para 2025. Esta cifra refleja el impacto económico directo y las repercusiones a largo plazo, como la pérdida de confianza en las infraestructuras digitales y la vulnerabilidad de sectores clave como la salud, la educación y los servicios públicos.
En ese sentido, la adopción de tecnologías disruptivas son fundamentales para mantener la seguridad en un mundo cada vez más digitalizado. Un concepto clave que emerge como respuesta a las amenazas actuales es el modelo “Zero Trust”, que promueve una estrategia de seguridad basada en la verificación continua de todas las solicitudes de acceso, sin importar la ubicación del usuario dentro o fuera de la red corporativa. Según Rick Howard en “Cybersecurity First Principles”, este enfoque permite cerrar las brechas de seguridad que existen en los modelos tradicionales, que asumían que los usuarios dentro de la red eran confiables por defecto.
Por su propia naturaleza, la ciberseguridad implica un abordaje conjunto dentro y fuera de la red que obstaculice las amenazas al minimizar los daños que trasciendan fronteras y, por lo tanto, se necesita una cooperación internacional efectiva. Así lo manifiesta, Ben Buchanan en “The Hacker and the State”, al argumentar que se debe posicionar el ciberespacio como un terreno esencial en el poder estatal moderno, al destacar que la competencia en este ámbito ya no es opcional, y es una necesidad estratégica en el futuro, en donde los Estados que no desarrollen capacidades cibernéticas robustas estarán en desventaja frente a aquellos que lideren en esta área.
El panorama de ciberseguridad en Colombia exige un cambio radical en las estrategias de defensa para el 2025, en donde es esencial que las autoridades implementen una serie de medidas inmediatas, como la construcción de una cultura digital resiliente, impulsar la adopción de tecnologías revolucionarias como Zero Trust en los sectores público y privado, para asegurar una defensa más sólida y ágil.
El cibercrimen se está sofisticando a un ritmo alarmante, y las defensas actuales parecen ser insuficientes para hacerle frente. En 2025, si no se adoptan medidas innovadoras y proactivas en ciberseguridad, el impacto de los ataques cibernéticos podría paralizar economías enteras, desestabilizar gobiernos y poner en riesgo la privacidad de millones de personas.
Como sociedad, tenemos que comprender que la ciberseguridad es un asunto urgente y colectivo. Las autoridades colombianas y la ciudadanía deben ser conscientes de la magnitud de los riesgos y actuar en consecuencia, implementar medidas de seguridad avanzadas, adoptar tecnologías emergentes y colaborar a nivel global. El futuro de la seguridad digital depende de nuestra capacidad para transformarnos. Innovar o sucumbir, esa es la disyuntiva que enfrentamos.