Cuando Rozaida salió de su casa esa mañana no sabía qué podría suceder. El sol le golpeaba el rostro. Era un camino de más de cuatro horas a pie, en medio de trochas y senderos destapados. Una joven de quince años que iba sola a rescatar a su pequeño hermano de diez años de las manos de la guerrilla.
Villanueva, Guajira, es cuna de acordeones, el lugar más importante de la cultura vallenata después de Valledupar. Un lugar envuelto por una mística especial, pero que también ha sido golpeada por una violencia sin sentido. Allí creció Rozaida Rodríguez, parte de una familia de músicos ilustres que, entre otros, dio a figuras importantes como el Rey Vallenato Egidio Cuadrado.
Pero ella vivía en una casa humilde, sin lujos y con algunas necesidades. De pequeña fue criada por su tía, sin contacto con sus padres, a quienes conoció cuando ya era adolescente. A sus 14 años se fue a vivir con su mamá y sus hermanos.
“Mi hermano era un poco rebelde y cuando peleaba con mi mamá se iba por uno o dos días. Una vez salió, pero no tuvimos noticia de él hasta seis meses después. Mi papá vivía con su esposa, que tenía algunos hijos dentro de la guerrilla. Uno de ellos lo vio en una finca que se llamaba La Esperanza, donde se la pasaba mucho el grupo”, contó.
El padre de Rozaida tenía miedo de ir. No era un hombre de guerra y temía por su vida y lo que sería de su familia si él llegase a faltar: “Pero yo siempre he pensado que uno debe enfrentarse a las cosas que le ponga la vida en frente, sea lo que sea. Lo que tenga que suceder, que suceda”, dijo.
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Armada de todo su valor salió una mañana muy temprano. No llevaba consigo más que la esperanza de recuperar a su hermano. Era un largo camino de cerca de cuatro horas a pie, subiendo y bajando montes, atravesando trochas y selva. El trayecto hasta esta finca no era nada sencillo, pero debía hacerlo. Era su deber, su compromiso era llegar a casa acompañada por su ser querido.
Al llegar, agotada y cansada, vio un numeroso grupo de hombres, todos en uniforme y fuertemente armados. Los jefes, aquellos con un rango más alto, cubrían su rostro con una pañoleta que solo les dejaba ver los ojos.
¿Qué haces aquí? - dijo uno de ellos.
Vengo por mi hermano - respondió Rozaida con voz temblorosa.
No le hagan daño, ella es hermana - intervino su hermanastro, el mismo que le llevó información a su padre.
Seguían preguntándole cosas, con miradas extrañas que ella no sabía cómo interpretar. Eran unos ojos profundos, inquisitivos, curiosos. Su cuerpo temblaba, pero sacando valentía de donde no la tenía y solo respondía: “quiero ver a mi hermano, ¿dónde está mi hermano?”.
Rozaida Rodríguez: el rescate de la fe
Sáb, 28/04/2018 - 03:20
Cuando Rozaida salió de su casa esa mañana no sabía qué podría suceder. El sol le golpeaba el rostro. Era un camino de más de cuatro horas a pie, en medio de trochas y senderos destapados. Una j