‘Maravilla’, el maestro de los caballos

Lun, 01/08/2011 - 16:00
—Patricia, ahora sí me puedo morir tranquilo.
—¿Por qué, Luis Fer?
—Yo la conocí a uste

—Patricia, ahora sí me puedo morir tranquilo.

—¿Por qué, Luis Fer?

—Yo la conocí a usted aquí en Bolívar, aquí también gané mi primer campeonato y hoy nuestra hija acaba de ganar el primer campeonato de su vida: amor, eso es la felicidad completa.

Esto y un par de cosas más le dijo Luis Fernando Marín a su esposa, Patricia Escobar, el 10 de julio de 2011. Estaban sentados en el parque central de Ciudad Bolívar, un municipio del suroeste antioqueño. Hablaban de la competencia en la que había participado su hija Estefanía, quien con tan solo 22 años de edad, acababa de ganar el Campeonato en Yeguas de 48 a 60 meses en la Trocha, montando un ejemplar llamado La Obra Maestra de Santa Gertrudis. Luis Fernando estaba anonadado con la presentación de su hija. La abrazó, la cargó, la besó mientras levantaban el trofeo de campeones.

Luis Fernando Marín ganó cuatro campeonatos mundiales y 12 copas americas

Luis Fernando Marín Henao nació en Angelópolis (Antioquia) el 21 de enero de 1965. Su papá, Manuel, y su mamá, Josefa, tuvieron 13 hijos. Luis Fernando fue el séptimo. Cuentan que desde los cinco años ya andaba al lomo de un caballo. Se subía sólo, sin autorización de sus padres pero con el permiso de los caballos, que lo dejaban cabalgar sobre sus lomos y se abrían paso echándose a andar con suavidad por los caminos. A los 14 años, Luis Fernando, estaba en una de las fincas de don Fabio Ochoa. El muchacho se había trepado en un galápago que se encontraba encima de un burro de madera. Entonces, comenzó a imitar la forma de montar y hablar de  don Fabio: “¡Qué maravilla de potro, movelo, movelo! ¡Margot, míralo, míralo, qué maravilla!”, gritaba Luis. Lo qué no sabía era que el viejo Fabio Ochoa, el maestro del mundo equino en Colombia, se encontraba parado detrás suyo, viéndolo hacer sus mofas. Entonces, Ochoa, se echó a reír y pasándose por enojado lo bautizó:

—Muy bonito, de ahora en adelante vos sos una “Maravilla”.

Fabio Ochoa sería uno de sus grades profesores. Luis Fernando lo consideraba la biblia de la vaquería en Colombia. En la escuela equina  del viejo Ochoa, fue un hijo más. Allí trabajaba desde las cuatro de la mañana junto a Juan David, el menor de los hijos de don Fabio. Pero el ganador de ganadores, cuatro veces Campeón del Mundo, ocho veces Gran Campeón de América en el andar de Trote y Galope y cuatro veces Gran Campeón de América en el andar de la Trocha, también le aprendería a otros el arte de montar de a caballo. En 1982, llegó al criadero La Clara, donde aprendió a “quebrar” con las riendas, echando la cabeza del caballo de un lado al otro, para que los equinos aflojaran la cabeza y a la hora de andar la mantuvieran recta. Memorizaba esas técnicas cuando veía al viejo Juan Roberto Vargas “arrendar” caballos con mano dura pero con la sutileza de un cirujano. Después, vendría el aprendizaje en la Hacienda La Loma, en el suroeste antioqueño, donde adquirió el secreto de poner una buena barbadilla y de ejercitar durante 30 minutos a los caballos de trocha antes de salir a la pista. Uno a uno iban quedando los secretos guardados debajo de su sombrero de vaquero tejano.

Tenía truco para arrendar los caballos, como meterlos en una zanja haciendo las veces de torno

Un día de 1986, en la plaza principal de Bolívar (Antioquia), a Luis Fernando se le atravesó una mujer de pelo largo, labios rojos, caderas grandes y dientes perfectos: Patricia Escobar, el amor de su vida. Al verla, el jinete decidió seguirla. Advirtió que era hija del carnicero del pueblo, Alberto Escobar. Desde entonces, por dos meses siguió la misma ceremonia: cada mañana, pasaba por ahí, entraba a la carnicería, se quitaba el sombrero, lo ponía en su pecho, le entregaba una flor a Patricia y le decía: “Muy buenas, bonita”.

Ese mismo año, a los 21 años de edad, y en el mismo pueblo, ‘Maravilla’ ganaría su primer campeonato como montador de caballos. Patricia se encontraba en la tribuna viendo al que sería su esposo recibir el premio Mejor Chalán Don Danilo. Aquel apetecido galardón llevaba ese nombre en honor a un caballo que había marcado la historia de los equinos en los años setenta. Desde entonces, Fernando Marín, ‘Maravilla’, empezaría a marcar la historia de los caballos con decenas de mitos que acabarían por convertirlo en leyenda.

Uno de los primeros mitos que se conocerían de aquel montador de montadores era el de la doma psicológica. Contaban las lenguas mágicas que cuando ‘Maravilla’ llevaba al torno a los caballos –una rotonda donde se obliga a los equinos a dar vueltas en círculo para que aprendan a caminar de izquierda a derecha y de derecha a izquierda–, no utilizaba el lazo largo con el que se guiaba al animal, sino que con la mirada y algunos sonidos guturales les daba órdenes para que los animales giraran. La gente dice que cuando ‘Maravilla’ paraba de girar, el caballo hacía lo mismo. Pero en varias entrevistas el propio ‘Maravilla’ desvirtuaría el mito.

Contaba que creía en algunos puntos de la doma psicológica: como que el animal siente los miedos de quien lo monta, que el animal sabe quien lo quiere y quien nunca lo va a dejar morir,  que un caballo llega a ser como un hijo propio que obedece de su amo, porque a su amo se debe. Que al animal hay que hablarle para que reconozca la voz de su montador y hacerle sonidos especiales para que los entienda como órdenes. Pero para ‘Maravilla’ había algo muy claro y certero: el mejor lenguaje que tienen montador y caballo es el de las riendas. Son éstas las que transmiten el mensaje, como los cables al teléfono. Por eso había que tener arte en las manos y no arte en la boca, decía el montador.

Y aquel arte de saber manejar las riendas se dio por la disciplina diaria que tenía ‘Maravilla’ con los animales. Todos los días desde que empezó su carrera profesional se levantaba a las cuatro de la madrugada, bebía un café negro e iba las pesebreras, en donde se quedaba hasta las seis o siete de la noche. Si tenía tiempo, él mismo los ensillaba, peinaba y bañaba, y les enseñaba a sus aprendices a poner desde el cabezal hasta los amarros. Aprendió todo lo que tenía que ver con el arte equino, desde el cepillado del pelaje hasta cómo aplicar una vacuna. Decía que había que saber todo para poder exigir de todo.

—Si un herrero hace mal su trabajo, uno debe tener la capacidad de quitar las herraduras y volverlas a poner bien. Todo para que, el que lo hizo mal, aprenda que quien monta es un profesional, decía Maravilla.

Su hija Andrea estudia veterinaria es apasionada por los caballos, ganó su primer campeonato 10 días antes de la muerte de su papá

Un año más tarde, por aquel orden, conducta y talento al montar, lo buscaría el dueño de un ejemplar llamado Candidato de Sociagro. Era un caballo blanco y trotón galopero que habían traído de la Costa Atlántica para que ‘Maravilla’ lo montara y entrenara. Caballo y montador estarían juntos durante seis años, tiempo en el que ganarían todos los campeonatos a los que asistieron. ‘Maravilla’ lo sacaría Gran Campeón y Gran Campeón Reservado. Una de las mejores competencias que se han visto en el mundo equino la hizo montando a Candidato. El caballo llegó a la final con otro gran ejemplar, Barquero. Estaban tan parejos los dos animales que los jueces los pusieron a andar en la pista durante 40 minutos. Como no se decidían, dos jueces tuvieron que montarlos. Al final dieron como ganador a Candidato con una sentencia Maravilla nunca recordaría siempre: “Candidato es el campeón por la suavidad de su boca y facilidad de conducción”.

Llegarían los años noventa. El nombre de aquel paisa ya sonaba más duro que los pasos herrumbrosos de los caballos golpeando las tablas. Fue entonces cuando lo llamaron a trabajar del Criadero La J. El criadero y los caballos eran de un millonario vallecaucano llamado Juan Carlos Ramírez Abadía. ‘Maravilla’ y su esposa se fueron a vivir a Jamundí, en el Valle del Cauca. El primer caballo de aquel criadero que sacó Gran Campeón de América fue Silverio de la J. Allí conocería a una yegua llamada La Carrilera, el animal al que más quiso y el que más triunfos le dio en los campeonatos de Trocha Colombiana.  De La Carrilera se cuenta que llegó a ser la yegua más cara del país, que a su dueño le ofrecían miles de millones por ella. Pero Ramírez Abadía no la vendía. Se dijo también que la intentaron secuestrar por vendetas, pero que nunca lo lograron. Lo que sí es verdad es que ‘Maravilla’ la sacó campeona mundial en el 2003, dos veces campeona en La Copa América de 2001 y 2002, y una decena de veces Gran Campeona en los campeonatos nacionales. Cuenta su esposa que cuando ‘Maravilla’ se tomaba unos tragos, se iba hasta la pesebrera del animal, abría sus puertas, abrazaba a la yegua, le daba besos, la contemplaba y le decía:

—Vos sos mi gran amor, nunca te voy a abandonar y siempre te voy a querer.

http://www.youtube.com/watch?v=ZaSebBjfY1Y

La Carrilera, ha sido una de las yeguas más famosas del país, ganó todo cuanto se le puso por delante

En el criadero la J estaría de planta trabajando más de siete años. Cuando llegaron los problemas judiciales de su propietario, Juan Carlos Ramírez Abadía, más conocido como ‘Chupeta’, el montador decidió cancelar su contrato contemplando la posibilidad de que se le fuera a tildar en negocios ajenos a su profesión.

—Para que manjares si hay que andar escondido, prefiero una agua e’ panela y andar tranquilo, decía Luis Fernando.

En los años siguientes, daría de qué hablar montando a Marco Polo, La Consentida, La Mensajera, Cónsul, Preámbulo de la Luisa, Cacique de Calarcá y La Candela, entre otros. Esos caballos perfeccionaron los andares equinos. Los jueces, a pesar de su sapiencia, sabían que en las tribunas también había personas que juzgaban desde la pisada del caballo hasta la falta de brío. Por brío se entiende que un caballo es vivaz, atento al mensaje que envíe con la rienda su montador. Entonces se tejió el mito de que cuando montaba, ‘Maravilla’ chuzaba la cabeza del animal con su dedos meñiques para activar los bríos y ponerlos más atentos que los demás. Mentira o verdad, a ‘Maravilla’ le funcionaba hasta rezarle a María Auxiliadora antes de salir a cada campeonato.

Como su fama tomó vuelo, en el medio equino se empezó a decir que ‘Maravilla’ cobraba hasta diez millones de pesos por arrendar –entrenar- un caballo. Su esposa y algunos palafreneros niegan todo lo anterior y cuentan que él nunca quiso desbaratar el gremio cobrando esas sumas escandalosas de dinero. Un millón y medio eran sus tarifas por caballo. En ese monto iba incluido el pago de veterinario, alimentación, y pesebreras. Llegó a tener por encargo hasta treinta caballos en su haber, si se hacen sumas al mes podía ganar de cinco a siete millones de pesos. Lo que ganaba lo iba ahorrando para comprar caballos y, algún día si se podía, poder cumplir su sueño de comprar su propia finca. Así lo hizo. La primera finca que compró quedaba en Pereira, pero la vendió para comprar una más grande en Caldas (Antioquia), que bautizó como Los tres potrillos en honor a sus tres hijas, Andrea, Estefanía y Valeria. A ellas siempre les dijo que uno debía ahorrar para comprar una tierra, porque así cayeran diluvios o sucedieran terremotos, la tierra quedaba y ahí estaba lo trabajado.

Se contaba que coleccionaba relojes finos, pero la verdad sustenta que el único reloj de marca que tuvo fue un Cartier, el cual recibió a cambio de un potro que parecía tener todas las condiciones para ser campeón. Lo que sí coleccionaba eran sombreros: tenía más de 40. Sus preferidos eran marca Stetson. Su otra pasión eran los zapatos. Tenía cientos. Algunos los escondía en su finca para  que su esposa no lo regañara por despilfarrador, cuenta uno de sus palafreneros.

"Maravilla" era un hombre casero, le encantaba compartir sus días de descanso con su esposa Patricia y sus hijas Andrea, Estefanía y Valeria

Cuando llegaba a casa, no veía mucha televisión, repasaba junto a sus hijas los videos de los campeonatos en los que había participado. Era como un técnico de futbol que corregía los encuentros enseñándoles a sus jugadores en cámara lenta los movimientos en los que había fallado y en los que había logrado dar en el punto. Cuando no veía videos, leía revistas. Fedequinas y Fedecolombia eran sus preferidas. Su libro de cabecera era Mi vida en el mundo de los caballos, de Fabio Ochoa. El otro era el El Secreto, que leyó tres veces.

Cuando hablaba de montadores, no olvidaba los nombres de Carlos Mario Penagos, Luis Fernando Agudelo, Gabriel Martínez, ‘el Mono’ Candelo, Niño Piedrahita, Alberto lozano y Nel Uribe. Y cuando se le preguntaba por criadores, mencionaba a Mario Valencia, propietario del criadero La Luisa, a quien le montó caballos por encargo hasta meses antes en que Valencia fuera extraditado a los Estados Unidos por lavado de activos.

A partir de 2009, poco a poco ‘Maravilla’ comenzó a retirarse del mundo equino. Se sentía un tanto cansado, comentaba de las envidias que existían en el medio, de lo pesado que se encontraba el ambiente. Los rumores dicen que en el mundo equino ya no están los “señores” que nunca mezclaron los asuntos de los caballos con los negocios: sino “traquetos” jóvenes que son capaces de mandar a  matar porque un jinete no les quiere montar un caballo. ‘Maravilla’, entonces, decidió emprender un proyecto distinto pero con la disciplina que siempre lo caracterizaba. Vendió algunos de sus caballos para comprar en Betania (Antioquia) una finca productora de café llamada La Bogotana. La sembró de loma a loma con cultivos de café tipo exportación. Allá se traslado a vivir para él mismo aprender a recolectar los granos, tostarlos y sacarlos a vender. Quería saber todos los secretos del negocio y en un mediano plazo montar una empresa llamada Alquería Café de Colombia. Sus tres hijas iban cada fin de semana y trabajaban con él. Terminadas las jornadas, las jovencitas llegaban con las manos ampolladas pero con la felicidad de saber que lo que se trabaja se disfruta.

Era tan respetado que los que más hablaban de Maravilla nunca se le acercaban. Los que si lo hicieron confirmaban que era un caballero bastante amable

La gente lo seguía llamando para que montara sus caballos. En agradecimiento a su confianza, ‘Maravilla’ sólo montaba los ejemplares de los viejos criadores, aquellos caballeros que no lo habían desamparado en los momentos más difíciles de su vida. Como en aquel Febrero de 2008, cuando mostrando una mula en la pista sonora de su finca, la apretó muy duro y ésta lo sacó volando por los aires hasta estrellarse contra una pared. El accidente le dejó cuatro fracturas en su cara, las manos quebradas y siete operaciones encima. Casi se muere.

En agradecimiento, ‘Maravilla’ volvió grandes a dos caballos en especial. Ejemplares con los cuales ganaría durante los últimos tres años todo lo que se le ponía por delante.  A Contrincante le pondría las cintas de Gran Campeón en el andar de Trote y Galope. Mientras que a la Brisa, la encumbraría como la mejor yegua en Trocha Pura Colombiana. Barranquilla, Cartagena, Medellín, Manizales, Pereira, y finalmente Bogotá se deleitaron con aquellos binomios.

En la mañana del miércoles 20 de julio, en su finca de Betania,  ‘Maravilla’ salió junto a su yerno Mateo en un par de cuatrimotos a ver la plantación de café. Llevaba puestas unas botas Timberland, unos jeans claros, una camiseta blanca y una gorra negra que decía Alquería Café de Colombia. Minutos antes, había hablado con su esposa sobre temas de la finca pero, sobre todo, seguía feliz al recordar que su hija Andrea había ganado un par de días atrás su primer campeonato de caballos. Estaba emocionado. Los planes para esa mañana eran darle una vuelta a la finca y entrenar a uno de los dos caballos que tenía por encargo. Justo en una de las lomas más altas, se detuvo para ver los sembrados de café. Mientras observaba el horizonte, la moto se fue inclinando y cayó con todo su peso llevándose a ‘Maravilla’ al abismo. Maravilla intentó dominar la moto como dominaba a La Carrilera, ponerla en el centro como ponía a Cónsul, “chuparla” como lo hacía con la Brisa y sujetarla fuerte, como cuando sujetaba las riendas de todos sus caballos. Pero la moto, terca, cayó rodando loma abajo, levantando polvo y dando tumbos. El peso del aparato lo hirió de manera fatal. Murió de inmediato, sin alcanzar a vivir lo que predijo la última vez que habló con su esposa:

—Estefanía es una maravilla y va a ser más grande que su papá en los caballos.

http://www.youtube.com/watch?v=Uyidwm2HD3w

Homenaje de sus fans en la red social You Tube

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