Las décadas de conflicto armado en Colombia han dejado en el camino cientos de historias, muchas de ellas relatos de la crudeza y la irracionalidad de la guerra. Una de ellas es la de “Sombra”, una canina antinarcótica que encabezó los titulares de prensa en 2018 porque literalmente el Clan del Golfo ofreció dinero por su cabeza tras revelar el paradero de varias cargas de estupefacientes. Una heroína de cuatro patas que comparte dicho honor con varias unidades caninas en todas las fuerzas, como la de la historia de hoy: los antiexplosivos del Ejército Nacional.
En Colombia existen solo dos centros de reproducción y entrenamiento canino, uno de los cuales está ubicado en la base militar de Tolemaida, específicamente en el Batallón de Ingenieros, bajo la comandancia del subteniente Juan Daniel Martin Becerra. En este lugar, se siente el profundo respeto por los héroes antiexplosivos de cuatro patas, esculpidos en el monumento de entrada como parte de esa primera línea de batalla que cuida del territorio colombiano a lo largo y ancho de su vasta geografía.
Perros que con su potente olfato y la disciplina de años de entrenamiento, han salvado la vida de miles de soldados colombianos. Así fue, por ejemplo, la vida de Iker, un canino antiexplosivos que hace ya un tiempo perdió una de sus patas por una mina antipersonal en El Tarra, Norte de Santander, protegiendo la integridad de toda su unidad y de su guía, el soldado profesional Montealegre. Mismo que luego lo acompañó, con la misma fidelidad y cariño, hasta el último de sus días.
“Iker pudo llevar una vida tranquila, pero al mismo tiempo de muchos retos. Una vida que lo enfrentó a una recuperación. Tanto su guía como él tuvieron que enfrentar el duelo de que ya no sería el mismo trabajo y la misma situación de tener cuatro apoyos, pero a pesar de eso fue uno de esos perros que es admirado. Hoy cumple año y medio de fallecido. Un perro de admirar y respetar”, relató Martin Becerra a Kienyke.com.
Antes de su partida, Iker participó como uno más de los héroes de la nación en uno de los desfiles del 20 de julio, con la cabeza en alto, un banderín de Colombia en su silla de ruedas y la felicidad de ir junto a ese guía que siempre estuvo para él en las más duras batallas. Su historia, es la de muchos binomios caninos que dedican sus días a asegurarse de que los soldados vuelvan a casa.
Sin embargo, para llegar a ese honor, los caninos pasan primero por un riguroso entrenamiento desde sus primeros días de nacidos, en el que aprenden a surcar desafiantes pistas de obstáculos, identificar diferentes tipos de explosivos y sobre todo a conectarse en cuerpo y alma con su guía. Una relación de extrema confianza entre perro y humano, antecedida por un análisis juicioso de la compatibilidad de ambas personalidades.
“El carácter del perro determina el carácter de búsqueda y la manera en la que realizará el trabajo de asociación a las sustancias (...) Entre más alto es el drive (energía), el perro requiere de un entrenamiento apropiado para edificar una estructura, pero al mismo tiempo de un guía intuitivo. No nos sirve un guía que siempre regañe al perro, sirve uno que sea flexible y entienda a su canino. Que sean un complemento el uno para el otro ”, explicó el subteniente Martín.
El primer paso en la vida de los caninos antiexplosivos, generalmente de raza labrador o pastor belga malinois, se le denomina “biosenso” y empieza por mucho a los 15 días de nacidos. En esta etapa lo que se hace es someter al cachorro a distintas condiciones exteriores para estimular su capacidad sensorial, mientras pasan el primer mes junto a su madre: situaciones de vértigo, sensibilidad térmica y el hisopado, donde los perros reciben un cuidadoso estímulo sensorial en su huellitas.
Luego de eso, sigue un acondicionamiento físico y mental en una pista construida en su mayoría con materiales reciclados y que está pensada para simular las condiciones de la espesa vegetación del territorio colombiano o retar a los cachorros a superar sus miedos para seguir adelante. Misma que luego es llevada a grande con los caninos de hasta 120 días, donde se potencian esos retos para fortalecer su resistencia y sagacidad.
Al tiempo, los perritos entrenan en una maqueta de vehículo en la que empiezan a conocer y asociar las sustancias explosivas (a través de sus juguetes), buscándolos entre otros olores externos como el de la gasolina o los alimentos. Una tarea que debe actualizarse constantemente para identificar nuevos compuestos.
De Urano a Luthor, la parte emotiva del trabajo
Una vez en el área de operaciones, estos perros antiexplosivos se convierten, literalmente, en un tercer ojo de las unidades militares: aquel que les deja ver al enemigo silencioso que yace enterrado en la tierra y que ha cobrado en Colombia la vida de cientos de personas.
Su trabajo en el campo es de 20 minutos de descanso por 20 minutos de trabajo, según explica el soldado profesional Juan Pablo Plaza Artunduaga, guía desde hace tres años de Luthor, un imponente labrador negro que se ha convertido en su sombra. “Despejes de patrulla móvil, pasos que sean riesgosos por que se cree que hay explosivos, se descartan con el ejemplar canino (...) La confianza lo es todo, con un buen entrenamiento tienes la confianza porque sabes lo que está haciendo y de lo que es capaz”, señala.
Sin embargo, Artunduaga halla razón en que se trata de una relación mucho más allá del trabajo: “Uno como guía se apega mucho a los ejemplares caninos por todo lo que significan para uno, la compañía. Realmente uno aprende a entender al perro por todo ese tiempo que lleva con uno, cada día uno aprende más y ellos siempre tienen más por dar”.
De hecho, la relación entre perro y soldado llega a ser tan profunda, que cuenta el subteniente Martín que en ocasiones cuando ocurren decesos en combate, hay unidades que los despiden "como si fueran un soldado más, con su despedida, honores fúnebres, su guardia y a veces son condecorados después de lo sucedido".
Esa misma relación, aunque una historia diferente, se refleja en el caso de Urano: un labrador que estuvo al borde de la muerte tras nacer con condición de enanismo, pero que gracias a su guía, el soldado profesional Arroyave Gil, logró salir adelante y hoy es un cachorro vigoroso. Un pequeño que se sabe todas las pistas de obstáculos a la perfección, pero que nunca será llevado al campo de operaciones.
Hoy por hoy, Urano hace parte del programa de adopciones del Ejército Nacional y cuenta el subteniente Martin que es muy probable que termine viviendo con su guía, con quien juguetea a diario en el centro de entrenamiento canino de Tolemaida. Un programa de adopciones en los que, cabe aclarar, generalmente son priorizados los propios soldados y en ocasiones algunas personas que pasen los requisitos exigidos por el Ejército.
No obstante, quizá el momento más emotivo en la vida de estos héroes antiexplosivos llega a los siete años, con la anhelada jubilación, tarea para la que se hace un estudio riguroso de las condiciones y espacio de los hogares en los que estos caninos pasarán sus últimos días. Generalmente con su guía canino, con su familia y viviendo sin peligro alguno como un perro doméstico lleno de amor.