Miguel Ángel Nule Amín no cree que su historia pueda interesarle a nadie. Prefiere vivir como un ermitaño moderno, en su inmensa casa campestre del Nueve, una vereda ubicada antes de llegar a Santiago de Tolú, en el departamento de Sucre, en la vía hacia Sincelejo, donde es visitado con frecuencia por sus amigos.
Fueron ellos, sus amigos –como el ex gobernador Roberto Samur Esguerra, el dirigente cívico William Quessep Maravi y el gerente del Fondo Mixto de la cultura, Jorge Martínez– quienes lograron desatornillarlo de su estado de inercia social, para que aceptara un homenaje a tres ganaderos en el marco de las Fiestas del 20 de enero de Sincelejo, al lado de Salim Guerra Tulena y Jorge Tamara Samudio.
Miguel, ex gobernador de Sucre, ganadero raizal de los de antes, es un hombre de 72 años que ha vivido entre el éxito y el fracaso, máxime ahora que sus dos hijos son presa del escándalo más grande del país: el “carrusel” de la contratación en Bogotá.
Ni sus amigos, ni sus familiares y ni él quieren referirse al caso de los Nule Velilla, aquellos muchachos que hace pocos años no eran más que unos jóvenes comunes y corrientes, que habían quedado huérfanos por la muerte tempranera de su mamá, Graciela Velilla.
Sólo el ex gobernador Roberto Samur Esguerra, columnista de El Meridiano de Sucre, había tocado el tema de esta familia en su artículo dominical, que defendía su estirpe de un posible ataque regional de los cachacos por su procedencia Caribe. Se habían metido con los intocables de la capital.
Alto, pelo cano, cejas enormes, narigudo y ojos negros penetrantes, con su voz gutural y entrecortada, Nule Amín siempre ha huido de los grandes escenarios. Prefiere vivir entre peones y ganaderos, en forma sencilla, pero rodeado de bienestar. El ganado, más que la política, fue su pasión desde joven. Él era un buen negociante de ganado que se convirtió en Gobernador de Sucre por Decreto, como cuota del Nuevo Liberalismo, en el gobierno de Belisario Betancur. Era amigo personal de Luis Carlos Galán.
De caminar un poco desgarbado –quizá por su enorme estatura–, Miguel Nule Amín fue el último en recibir su placa, la más importante en su larga vida pública. Su discurso recordó en sus amigos su ajetreo político, cuando fue derrotado cuatro veces en fila india en sus aspiraciones a la gobernación de Sucre, alcaldía de Sincelejo, Cámara y Senado, poco antes de salir del país amenazado por la guerrilla, que antes le había hecho explotar una bomba en su residencia.
Nule, de quien se dice hizo una buena gobernación, no dudó en inscribirse para la primera elección popular de gobernadores en Sucre en 1991, pero fue derrotado por Álvaro García Romero con un rumor. Un mes antes de las elecciones, Nule encabezaba las encuestas, apoyado por las principales fuerzas políticas tradicionales, pero la oposición soltó el rumor de que “estaba quebrado”. Eso provocó un remezón en su candidatura, porque sus principales tenientes se fueron donde el opositor, que tenía su plata en rama. Perdió con Édgar Martínez Romero la gobernación y quedó en la banca rota. Tuvo que vender cuatro fincas que había adquirido en muchos años de trabajo para pagar las deudas de su campaña.
Según el periodista Silvio Cohen, su amigo personal, Nule volvió a recorrer Sucre para comprar ganado. Adquirió 700 mil reses en un negocio gigante y recuperó su fortuna, que volvió a perderla en tres aspiraciones fallidas a la alcaldía de Sincelejo, Cámara y Senado.
A Nule lo atacaron a punta de rumor. Su casa en Sincelejo fue objeto de un atentado de la guerrilla. Su esposa, Graciela Velilla, procedente de la tierra mítica de Sucre Sucre, murió bastante joven. Tuvo que irse del país. Lo vincularon a un proceso por presunto paramilitarismo del que salió ileso. Regresó a su tierra a hacer lo de siempre: criar y negociar ganado, por eso, ahora que sus hijos son presa del escándalo, lo menos que puede hacer es esquivar la prensa.
Para los oferentes fue difícil convencerlo de que aceptara el homenaje tributado. Nule recibió la placa a nombre de los ganaderos que vadean ríos y cruzan montes embarbascados para hacer de esta actividad un negocio digno y rentable. Pero más allá del reconocimiento a los ganaderos, Nule rompió el protocolo para pedirle a la audiencia que abogara por una solución pronta al problema de incomunicación del Golfo de Morrosquillo por la caída del puente en el arroyo Pechelin, antes de Tolu Viejo. Él había sido uno de los afectados. El rodeo para llegar a Sincelejo había sido extenso para un hombre de la tercera edad.
En la audiencia había gente influyente: los senadores Teresita García y Antonio Guerra de la Espriella; los ex gobernadores Roberto Samur y Eric Morris Taboada, y el ex representante Jorge Luis Feris Chadid. La petición de Nule, de reparar el puente en forma urgente, fue ovacionada.
Éxito y fracaso han sido, entonces, las dos caras de la vida de Nule. Y cuando está en las buenas, también recuerda las malas. Hace cuatro años, recorriendo la sabana a caballo, recordó su niñez casi llorando. No sabía cómo diablos había llegado tan alto en su vida empresarial. En la política lo acabaron con rumores bajo la sindicación de ser un paramilitar. Cuando aspiró a la alcaldía de Sincelejo, su eslogan invitaba a trabajar en equipo y la imagen corporativa de su campaña era un grupo de hombres y mujeres en siluetas, con azadones, palas y machetes, como símbolo del trabajo, pero la oposición decía que eran los paramilitares. Por las noches, un grupo de niños pagados por la oposición pasaban raudos por su comando político en la plaza de Majagual y gritaban: “Voten por Nule Amín y van a llevar balín”. Después vino la amenaza de la guerrila y el autoexilio fue la solución.
Viajó a Río de Janeiro. Un día, cuando subía el ascensor de un edificio de cien pisos, se preguntaba si estaba preparado para la misión que le habían encomendado. Iba a reunirse con los más grandes empresarios del mundo para hablar sobre la instalación del gas domiciliario en esa ciudad. En ese momento se acordó de la imagen del pajarito muerto, esa que siempre se le aparece cuando afronta un negocio o una empresa. Veía la imagen de su mamá. Tenía ocho años de edad y había hecho su primer negocio. Había comprado a otro menor un pajarito muerto con sus ahorros. Cuando se lo mostró a su progenitora y ella supo que había pagado por él, le dio tres lapos:
–¡Eso es para que nunca más compres un pájaro muerto! ¿A quién se le ocurre comprar un pájaro muerto? No vas a servir ni para taco de escopeta!
