Bajo la ruana de ‘Don Jediondo’

Jue, 14/07/2011 - 17:00
Sin ruana y sin sombrero, Pedro Antonio González, ‘Don Jediondo’, es tímido y llorón. Conquistó a su esposa con cartas y esquelas de Snoopy que Martín de Francisco le ayudó a entregar. En un
Sin ruana y sin sombrero, Pedro Antonio González, ‘Don Jediondo’, es tímido y llorón. Conquistó a su esposa con cartas y esquelas de Snoopy que Martín de Francisco le ayudó a entregar. En una época prefería no decir ni una palabra en público, según él, porque no sabía tutear. Tampoco aprendió a bailar, pero disfruta la música carranguera. Se pone sentimental y llora al evocar los recuerdos de su infancia, en especial cuando escucha Por un capricho tuyo, una canción que él mismo ponía a los ocho años en la tienda de su mamá a cambio de tres o cuatro centavos.  ‘Don Jediondo’ llora cada vez que llega a Sutamarchán, Boyacá, el pueblo donde nació hace 47 años. También lo hace al ver jugar a Santa Fe, su equipo de fútbol favorito. Pero cuando tiene puestos la ruana y el sombrero, Pedro se convierte en un hombre extrovertido y ocurrente: en ‘Don Jediondo’. El campesino boyacense es el personaje que lo identifica desde los años noventa. Con su show humorístico, ha ido hasta el Japón y la China. Su restaurante tiene 28 sucursales en todo el país y lleva su mismo nombre, al igual que una cerveza rubia que en la etiqueta tiene impresa su cara. También, acompaña en las tardes a los oyentes del programa La Luciérnaga de Caracol Radio. Imita a más de una docena de personas, como Héctor Elí Rojas, Néstor Morales y Roy Barreras. Sus chistes, casi siempre de doble sentido, evidencian su regionalismo. Él mismo escribe los libretos para el programa. ‘Don jediondo’ es el resultado de una crisis económica en la vida de Pedro. En 1985 estaba desempleado y, por necesidad, tomó la decisión de retomar el humor luego de haberse dedicado al periodismo durante unos años en Caracol Radio. El nombre de su personaje está enlazado con sus orígenes y su paso por la emisora Radioactiva. Su madrina de bautizo, Anadelina, solía decirle “chino jediondo”. Pedro bromea y asegura que le decía “Chino jediondo, vaya juega con lo que orina”. Así adoptó la costumbre de llamar a todas las personas cercanas con ese apelativo. En la emisora Radioactiva le decían “jediondo”, sin el Don. Pedro buscó algunos chistes que había anotado en una libreta años atrás y, vestido de campesino boyacense, decidió ir a una audición del programa de televisión Sábados Felices. Fue elegido entre ochenta participantes para contar sus chistes en el programa más tradicional de la televisión colombiana. 'Don Jediondo' colecciona antigüedades y juguetes. Tiene más de diez mil objetos. El humorista recuerda el día exacto y la hora en la que grabó el primer programa: el 26 de septiembre de 1985 a las 8:00 p.m.  Para esa época no tenía su propio atuendo y tuvo que pedir prestada la ruana, el sombrero, las alpargatas y la mochila. Durante la grabación, Alfonso Lizarazo ─presentador de la época─ prefirió no llamarlo al escenario como ‘Don Jediondo’ porque consideraba que el nombre era un poco grosero para la televisión. En esa ocasión, lo presentó como un simple locutor de Sutamarchán. Sin embargo, así ganó cuatro programas como el mejor cuenta chistes. Hoy, 25 años después de esa primera presentación, volvió a hacer parte de Sábados Felices y en su ajuar tiene más de sesenta ruanas, cincuenta sombreros, diez mochilas y varios zurriagos. Hernán Orjuela lo vio y no dudó en llamarlo para que hiciera parte del programa No me lo cambie, donde su personaje se hizo popular. El primer personaje que Pedro interpretó fue a su papá, Luis Francisco. Desde niño siempre se preocupó por llevar las riendas del hogar porque creció en una familia encabezada únicamente por su mamá, Margarita González. Por eso admite que tuvo una infancia diferente, a los doce años aprendió a montar bicicleta y a los catorce a nadar. Hoy, ya viejo, atesora de manera compulsiva antigüedades y juguetes, entre ellos personajes del chavo, muñecos plásticos de piñata y un radio marca Philips que conserva desde niño. Estos son, según él, el resultado de su infancia reprimida. La colección de chécheres supera los diez mil objetos. El humor comenzó desde su época escolar. Allí fundó el trío Cascabel. ‘Don Jediondo’ es el quinto de ocho hermanos, entre ellos dos pares de mellizos. Pedro es uno de ellos. Su mellizo se llama Uriel Francisco y hoy vive en el Valle del Cauca. Cuando eran niños, ambos representaban al Colegio Cooperativo de Sutamarchán en actividades culturales. La fuente económica de su familia era una tienda que producía el mejor pan de la región, de allí proviene el mejor recuerdo que tiene Pedro de su infancia, el olor a pan fresco. Su mamá también vendía todos los viernes en la plaza del pueblo jeta con papa salada, por esta razón nunca supo que era ir un viernes a la escuela. Pedro conoció Bogotá de una manera muy particular. Su madre, como lo hacen las gallinas, ocultaba a sus hijos bajo la ruana para pagar solo un pasaje en la flota. Llegaba a la capital los fines de semana cargada de arepas, quesos y curubas para vender en la plaza del barrio de Santa Isabel. El humor se le despertó a Pedro durante la época escolar, sin saber que en su ADN llevaba el humor ácido que tenía su papá. En el colegio no se destacó por su rendimiento académico, ni por sus calificaciones, pero sí por ponerles apodos y parodiar a sus compañeros y profesores. También creó un trío llamado Cascabel, dedicado a las burlas, que fue vetado por los directivos del colegio. El programa Sábado Felices lo catapultó al reconocimiento. Estudió hasta noveno grado en su pueblo natal porque no había un colegio para terminar el bachillerato. Para esta época ya estaba buscando su sueño, convertirse en escritor y, como él dice, en “periodista de periódico”. Tomó la decisión de estudiar mecanografía con un profesor llamado Carlos Neira, en Tinjacá. Allí escribió algunos poemas y crónicas. Ahorraba para comprar los periódicos, que llegaban a su pueblo con un día de retraso; además, cuando tenía la oportunidad, pedía regaladas las hojas de periódico donde se envolvía la panela para leerlas. Siempre buscaba las caricaturas y a los columnistas Lucas Caballero Calderón ‘Klim’ y Enrique Aguirre López, conocido en el periodismo como Cimifú. De allí su afición por las letras, Pedro lee al mes entre tres y cuatro libros y su preferido es la biografía de Roberto Gómez Bolaños. Confiesa que para esta época ya se sentía periodista y quería sacar su licencia de locución. Sin embargo, era necesario ser bachiller. Su primera idea fue comprar una bicicleta para viajar todos los días a Sáchica y  terminar allí su bachillerato. Para poder comprar la bicicleta en Bogotá, trabajó como obrero de construcción. Asegura que cuando llegó a la ciudad parecía un ‘gomelo’ boyacense. Tenía el pelo largo, se vestía con pantalones bota campana de terlenca y guardaba en el bolsillo de su camisa una peinilla y un espejo que debía estar a la vista, para darle caché. Por iniciativa de una tía, se quedó en Bogotá, se matriculó en el Colegio San Judas Tadeo y se cortó el pelo. Pero Pedro nunca ha se distanciado del campo. Hoy vive en las afueras de la ciudad. Madruga como cualquier campesino y sale a pasear con sus cuatro perros, un labrador, dos cocker spaniel y un maltés. Los animales lo persiguen. En un lote cerca en el municipio de Cota ─donde abrirá un restaurante con el museo de la comunicación y una granja─ tiene gansos, cabros, conejos, gallinas y una yegua de catorce meses. Está pendiente de las crías de los animales y suele llevarles 10 mil pesos de pan. El profesor Sutatán es uno de sus personajes. En Bogotá se costeó el bachillerato con el apoyo de su mamá, su hermano mayor y su trabajo como mesero en el Club de Empleados Oficiales. El día de su grado se estrenó un vestido de paño marca Jordan que su mamá le regaló y que todavía conserva. Además, tuvo la oportunidad de ir a una excursión por tierra hasta Cartagena, donde conoció el mar. Tenía claros sus intereses y decidió buscar trabajo para ahorrar 18 mil pesos, que era el valor de un semestre de comunicación social en la Universidad Incca. Sin embargo, terminó graduándose de la Universidad Central. Pedro tenía su destino marcado en el periodismo. Un sábado después de hacer un trabajo en la Biblioteca Nacional, vio en la calle al hombre que se convertiría en su padrino, el periodista Alberto Piedrahita Pacheco. Lo reconocía porque lo había visto en el programa de televisión Fútbol, el mejor espectáculo del mundo. Pedro cuenta que estaba emocionado, pero que no se atrevía a saludarlo. No obstante, un par de amigos que lo acompañaban lo convencieron de que se le acercara. Fue así como se presentó como su admirador y estudiante de comunicación.  Piedrahita lo invitó a ver cómo se hacía su programa radial La barra de las trece. Ubicado frente a los micrófonos, Pedro no dudó en saludar con entusiasmo y comentar las noticias deportivas, detalle que a Piedrahita le gustó. Desde entonces, se encargó del resumen de noticias los fines de semana. Al poco tiempo lo contrataron, hizo libretos y hasta leyó las noticias imitando a Cristóbal Américo Rivera ‘Alerta’. Don Jediono y su mamá, Margarita González. Una de sus responsabilidades fue buscar noticias en las federaciones deportivas. En la Federación Colombiana de Esgrima conoció a su esposa, María Eugenia Díaz. Ella trabajaba en la parte administrativa y era deportista de alto rendimiento. Pedro solía llevarle algunos chocolates y cartas con poemas que María Eugenia todavía conserva. Pero por su timidez no le permitía decirle que quería algo serio con ella y convirtió a Martín de Francisco en su celestina. Martín fue el encargado de dejarle en el puesto de trabajo a María Eugenia una tarjeta que decía que le gustaba mucho y que quería tener algo serio con ella. Ese fue el inicio del noviazgo. Se casaron hace 22 años y tienen tres hijos, Diana Carolina, Pedro Giovanni y Ricardo Andrés. Ella de cariño le dice ‘Don Pedrito’. Juntos han luchado por su familia, su prueba más grande fue la crisis económica que vivieron luego de la salida de Pedro de Caracol Radio, a comienzos de los años noventa. En un artículo publicado en el periódico El Tiempo, confesó que crió a sus dos primeros hijos con leche fiada, además casi pierde un apartamento que había comprado en el sur de Bogotá porque el valor de la cuota que tenía que pagar el mismo de su sueldo. Pero la historia cambió cuando se presentó en Sábados Felices y llegó a No me lo cambie. Alcanzó a tener entre cinco y seis shows al día. Sus ingresos económicos le permitieron tomar la decisión de invertir en un negocio luego de que en 1999 se dejara de emitir No me lo cambie. Luego de ahorrar por varios años, en diciembre de 2005 compró un local en una plazoleta de comidas de un centro comercial de Bogotá, su intención era  arrendarlo. Quince días antes de inaugurarse el lugar, el supuesto arrendatario dijo que no quería ese local. Para evitar una multa diaria de 600 mil pesos, Pedro decidió abrir un restaurante improvisado de sopas y carnes. El primer día que abrieron vendió solo cien mil pesos. Pero una estrategia publicitaria, cambiar la imagen del restaurante por una tienda campesina parecida a la de su mamá, lo llevó al reconocimiento. Hoy su empresa es catalogada como la que mejor hace uso de Twitter a nivel nacional. Allí vende comida típica colombiana como sopas típicas boyacenses, además de longaniza, cerveza y arepas boyacenses de su propia marca. Cada plato de la carta tiene un nombre con humor y en cada restaurante hay objetos de su colección. Hoy, como hace 47 años, en la casa de Pedro Antonio González nunca ha faltado el pan y los animales. Su día comienza en las oficinas de su restaurante. Allí tiene varios cuadros de su autoría y óleos de imágenes de campesinos. Llama la atención el retrato de la última cena, donde él aparece al lado de Jesús diciendo “¿Qué más les provoca a sus personas?”. Pedro siempre lleva consigo una cadena de oro con un Cristo que le regaló su esposa hace 20 años, y las fotografías de sus hijos en su billetera. Carga a todos lados una maleta negra con el Ipad y un cuaderno en el que anota las ideas que le llegan a la mente. Su jornada es de doce horas, termina cuando sale de La Luciérnaga. En su mesa de noche tiene una libreta, porque hasta dormido y sin ruana, ‘Don Jediondo’ le cuenta chistes al oído.
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