Casanare, la majestuosidad de la Orinoquía colombiana
La vastedad de los llanos orientales en Casanare se despliega como un lienzo interminable de paisajes que parecen salidos de un sueño. Este departamento, una joya en el corazón de la Orinoquía colombiana, no es solo tierra de sabanas y ganadería; es un santuario natural donde la fauna y la flora conviven en perfecta armonía con las tradiciones ancestrales de la cultura llanera.
Recorrer Casanare es encontrarse con una selva que parece infinita, una presencia omnipotente que lo rodea todo. Desde las primeras horas del día, cuando el sol apenas empieza a despuntar, los tonos verdes, dorados y marrones de la vegetación se mezclan para crear un espectáculo visual que solo la naturaleza puede ofrecer.
Aquí, los árboles imponentes se alzan como guardianes de un ecosistema que sigue resistiendo a los embates del tiempo y del hombre. En la espesura, se escuchan los cantos de aves exóticas, mientras que el murmullo del viento entre las hojas parece contar historias de tiempos antiguos, de leyendas que solo los más viejos del lugar conocen.
Al adentrarse en la selva, uno no puede evitar sentirse pequeño ante la inmensidad de la naturaleza. El olor a tierra húmeda, mezclado con el aroma de las flores silvestres, es embriagador.
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ProColombia, como entidad encargada de dar a conocer a 'El país de la belleza' a nivel internacional, nos permitió vivir esta aventura, en la que fuimos testigos de un safari llanero, la majestuosidad de la Orinoquía colombiana, entre otros descubrimientos.
"Los venados se ven permanentemente acá, y los picores, que yo pensaba le tenían miedo al ser humano, no. Los vemos como es una reserva natural, y protegemos a todas las especies", aseguró Jorge Jiménez, gerente del Hotel Savanna Orinoquía Lodge.
En la Orinoquía colombiana los animales viven en libertad, un equilibrio que desafía la intervención humana. Las sabanas se llenan de vida con la presencia de venados, chigüiros y osos hormigueros que se desplazan con la majestuosidad de quien sabe que es dueño del lugar. Los ríos, arterias vitales que serpentean por el departamento, son el hogar de caimanes, delfines rosados y una variedad de peces que alimentan no solo el cuerpo, sino también las tradiciones culinarias de la región.
La biodiversidad de Casanare es tan rica que cada encuentro con un animal, por pequeño que sea, es un recordatorio de la maravilla que es la vida en su estado más puro.
"Nosotros tenemos grandes cosas para mostrar, cosas que no apreciamos, como el río y la diversidad que alberga", expresó Hernán Méndez, lanchero y habitante de Orucué, arteria del departamento de Casanare.
La gastronomía casanareña es un reflejo fiel de su entorno: rica, variada y profundamente conectada con la tierra. Los sabores de Casanare son robustos, llenos de la fuerza que caracteriza a sus habitantes. Aquí, la carne a la llanera, asada en varas al calor de la leña, es más que un plato; es un ritual, una ceremonia que reúne a las familias y amigos alrededor del fogón, donde las historias fluyen al ritmo de las brasas.
Pero la cocina casanareña va más allá de la carne. El sancocho de gallina criolla, cocinado a fuego lento con verduras frescas recogidas del huerto, es un plato que reconforta el alma. El picadillo de carne, preparado con recetas ancestrales, es otro de los manjares que no se pueden dejar de probar. Y qué decir del arroz con chigüiro, un platillo que combina lo mejor de la tierra y el agua, y que lleva en cada bocado la esencia de los Llanos.
La tradición de la música llanera
Pero si algo define a Casanare, más allá de su naturaleza exuberante y su rica gastronomía, es su gente y sus tradiciones. Aquí, el llano se vive y se siente en cada rincón, en cada nota de arpa, cuatro y maracas, en cada caballo que galopa libre por la sabana. El llanero, orgulloso de sus raíces, es un hombre de pocas palabras pero de gran corazón, cuyas manos fuertes son testimonio del trabajo duro y la vida al aire libre.
Las faenas del llano, como el arreo de ganado y el ordeño de las vacas, son más que tareas cotidianas; son rituales que conectan a los llaneros con su tierra y sus ancestros. El joropo, ese baile que es casi una declaración de amor a la vida, se escucha en las fiestas y celebraciones, donde las parejas se deslizan por el suelo de tierra en un zapateo que parece imitar el ritmo del corazón.
"En la música llanera mostramos todo lo que es Casanare, todo lo que es el llano", dice Lorenza, mientras sus dedos rasguean las cuerdas del cuatro. Para ella, esta música es una forma de desahogo, un medio para expresar las alegrías y las dificultades de la vida en el campo.
Casanare no es solo un destino, es una experiencia que invita a desconectar del mundo moderno y a sumergirse en la autenticidad del llano. Es un lugar donde la fauna y la flora se despliegan en toda su magnitud, donde la música llanera resuena como el latido de un pueblo orgulloso de su herencia, y donde cada río, cada árbol, y cada amanecer cuenta una historia de belleza y resistencia.
En este lugar mágico del país de la belleza, el visitante no solo encuentra paisajes de ensueño, sino una lección de vida, una invitación a reconectarse con lo esencial. Porque aquí, en el corazón de los llanos, la vida sigue fluyendo, lenta y segura, como el curso de un río que nunca deja de avanzar, llevando consigo las historias de un pueblo que, a pesar de todo, sigue cantando.