Olvídate de los Museos Vaticanos. Ve al Museo Nacional de Catar

Vie, 10/01/2020 - 13:08
El futuro del mundo del arte puede encontrarse en un paisaje desértico donde museos audaces están fusionando la cultura local y el mundo exterior de una forma novedosa y revolucionaria.

Las ciuda
El futuro del mundo del arte puede encontrarse en un paisaje desértico donde museos audaces están fusionando la cultura local y el mundo exterior de una forma novedosa y revolucionaria. Las ciudades de la región del Golfo —las metrópolis de hoy bañadas de sol, con sus rascacielos que se han propagado como la maleza— albergan algunos de los museos, escenarios de artes visuales y casas de ópera más nuevos y revalorados del mundo. Estas metrópolis alimentadas por el tránsito y el calor han sido impulsadas hacia el futuro a una velocidad vertiginosa en los últimos decenios —como resultado del aire acondicionado a la máxima potencia y la abundante producción de petróleo extraído de las entrañas de sus desiertos que comenzó a aumentar en la década de los cincuenta— y tienen el espacio, el deseo y los ingresos para ayudar a crear la nueva frontera para las artes y la cultura. La percepción futurista de estas ciudades se deriva de cómo se concibieron y curaron los museos, en especial a través de impresionantes avances tecnológicos. Las galerías no solo aceptan el arte y la cultura preislámicos, prohibidos durante siglos, sino además el arte contemporáneo mundial, creando un crisol de obras que hay que admirar. Esa mezcolanza de sensibilidades también se encuentra en el núcleo de la crítica global en torno a las violaciones a los derechos humanos en la región, desde la explotación de trabajadores procedentes de países asiáticos y africanos hasta la discriminación contra los homosexuales y las mujeres. Esas cuestiones constituyen la base de los problemas de desarrollo de la región: ¿quién dicta cómo deben cambiar los países y a qué velocidad? ¿Hay que evitar estos países o apoyar su surgimiento como centros mundiales del arte y el turismo y, por ende, ayudarlos a inducir el cambio? En los últimos tres años, he pasado varias semanas en la región, a menudo para hacer una escala entre mi hogar en China y los viajes a Europa y Estados Unidos. En estas relucientes ciudades del Golfo pude sentir la emoción de la apertura de nuevos establecimientos y el amor por el arte occidental, a medida que los jóvenes de la región del Golfo aceptan su riqueza y la curiosidad del mundo exterior, consecuencia principalmente de las redes sociales. Solo por mencionar algunas, están las simples e imponentes esculturas de acero de Richard Serra de la serie “East-West, West-East” en un remoto escenario cuasimarciano a las afueras de Doha y la recientemente cerrada exposición del artista estadounidense KAWS (por no mencionar sus enormes piezas de vanguardia que pueden verse en el aeropuerto internacional de la ciudad). Esta región se siente bastante distante, pero al mismo tiempo adelantada, de los lugares de peregrinaje —y sus multitudes extenuantes— del turismo obsesionado con las selfis que recorre Europa y Estados Unidos. Mi paso del nuevo y alucinante Museo Nacional de Catar a los siempre abarrotados Museos Vaticanos en una semana, como hice este otoño, me hizo experimentar un auténtico choque cultural. Sí, quizás es injusto comparar estos espacios en una ciudad del Golfo con lugares como, por ejemplo, la Capilla Sixtina o el Louvre, que son ritos de paso del viajero. A nivel mundial, el arte occidental es más defendido y promovido (quizá demasiado, puramente por razones de mercantilismo), a menudo en detrimento del arte no hecho por caucásicos en lugares como el mundo árabe y África. Sin embargo, nos hace preguntarnos qué es lo que nos atrae a los museos: ¿se trata simplemente de tener el derecho de presumir cuán cosmopolitas (o conocedores de Instagram) somos? ¿O es para aprender sobre distintas culturas, historias y religiones? En el Medio Oriente, estos nuevos museos y espacios de artes escénicas también presentan los diseños más recientes de arquitectos famosos y los impactantes giros culturales de una zona del mundo históricamente rígida y aislada. En ninguna parte es más evidente que en Catar, el apéndice del tamaño de Connecticut en la costa oriental de la península árabe, que se ha posicionado como un importante centro del arte casi tres años antes de su entrada oficial en el escenario mundial con la Copa del Mundo en 2022, aunque con unas cuantas inquietudes. Y sus vecinos se unieron para transformar la región y quizás la cultura mundial en general, con el Louvre de Abu Dabi y la Ópera Real de Mascate, en Omán, por mencionar dos ejemplos sorprendentes. Uno podría argumentar que los rebasados museos europeos —el Museo de la Academia en Florencia, por ejemplo— son lugares de peregrinaje al igual que las deslumbrantes exposiciones que se han convertido en los nuevos conciertos de rock del mundo cultural, muchas de las cuales parecen existir solo para mantener vivos a los museos occidentales. La exposición “El Rey Tut: Tesoros del Faraón de Oro”, la cual se inauguró en noviembre con reseñas extáticas en la Galería Saatchi de Londres, es un buen ejemplo: se espera la visita de más de un millón de personas antes de que cierre en mayo, a un costo de 28,50 libras (unos 37 dólares) por persona. Y muchas exposiciones están empezando a percibirse como festivales para boquiabiertos, en los que hay que abrirse paso entre la multitud o quedarse de puntitas para alcanzar a ver una pintura de Vincent van Gogh o Edward Hopper, como si estuviéramos tratando desesperadamente de ver un accidente automovilístico o ver pasar por un segundo a una celebridad. Rara vez se siente como el análisis y consumo de arte cuando estás siendo empujado por una línea de ensamblaje. Sin embargo, en el Museo Nacional de Catar (diseñado por el arquitecto Jean Nouvel, quien también diseñó el Louvre de Abu Dabi, inaugurado apenas hace dos años) hay poca gente, las salas son tranquilas, abundantes en historia y, gracias a Dios, hay muchos menos paloselfis en general. El museo abrió sus puertas en marzo y es la vara con la que deben medirse las galerías en el futuro. No es una vitrina de tesoros obtenidos por sultanes o reyes ricos, sino un museo que realmente muestra el recorrido nacional, pues rastrea los orígenes del país desde que era un páramo, pasando por su historia de beduinos y pesca de perlas, hasta llegar a su transformación pospetrolera en uno de los países más ricos del mundo. Su diseño se inspira en la famosa rosa del desierto, que en realidad es un cristal de piedra de yeso desértico originario de estas regiones que crece en forma de pétalos de rosa, y sus 76.000 paneles están redondeados y se levantan como platos, como si las tazas de té del juego mecánico de “La fiesta del té del Sombrerero Loco” de Disneylandia hubieran salido volando y tazas y platos hubieran caído formando un montón desordenado. La imagen ondulante de su fachada desde la cercana calle principal te pone en el estado de ánimo perfecto para lo que hay en su interior: 40.000 metros cuadrados de piezas audazmente expuestas en video y audiovisuales, de una factura pulida, así como recreaciones de la vida beduina y herramientas, trajes y artefactos antiguos. No es una sala permanente de esculturas y pinturas religiosas con un guardia de seguridad aburrido en un rincón. Desde su apertura en marzo, el Museo Nacional de Catar ha recibido más de 450.000 visitantes (más del 70 por ciento de los cuales eran cataríes) y documenta la historia del país, no a través de pinturas y esculturas, sino mediante luces, sonidos e imágenes del siglo XXI. En el cercano Museo de Arte Islámico (construido en 2008 y diseñado por I. M. Pei), los planes incluyen una revisión importante de las descripciones que acompañan a las antiguas obras de arte islámico. En un reciente recorrido por el museo, su directora, Julia Gonnella, describió cómo el museo está planeando una experiencia más interactiva y educativa antes del inicio de la Copa del Mundo y la llegada de las multitudes en 2022. “La línea de la historia del arte islámico será totalmente distinta y más significativa, ya que vamos a trazar un hilo argumental desde sus raíces orales, pasando por el momento en el que se introdujo el papel en el siglo VIII, hasta la propagación de la religión desde al-Andalús al sudeste asiático”, explicó. “Esta es una historia geográfica”, añadió. Para los museos de Catar, la Copa del Mundo (y los casi tres años para que llegue) es el momento para dejar una clara huella en el arte mundial. “Queremos ser diferentes a los museos europeos”, afirmó Gonnella. “Estamos en el Medio Oriente y deberíamos partir desde esa perspectiva. Estamos narrando la historia de esta parte del mundo”. “Es algo que debemos presumir”, manifestó. “Deseamos mostrar el aporte del mundo islámico al patrimonio de la humanidad”. Esta idea también es evidente en el Museo Árabe de Arte Moderno. En un modesto edificio al otro extremo de Doha, a la sombra de uno de varios estadios masivos en construcción para la Copa del Mundo, el artista ghanés El Anatsui es el tema de una exposición que hace una retrospectiva de sus cincuenta años de carrera, con obras como sus enormes esculturas de madera, corcholatas y tejidos. Este museo poco conocido nos regala propuestas de afamados artistas internacionales, algunos de los cuales suelen criticar a los gobiernos políticos de todo el mundo musulmán (por supuesto que uno no espera ver una retrospectiva de Robert Mapplethorpe por estos lares pronto, pues sabemos lo que ocurrió en la ciudad de Cincinnati hace casi treinta años, cuando un curador pasó casi un año en la cárcel por presentar material sexualmente explícito). Los lugares destinados a las artes escénicas de la región son igualmente progresistas. La Ópera Real de Mascate, la capital de Omán, es la clase de ópera que habría sido construida en el siglo XIX como un recinto digno de presumir para, digamos, una capital europea de la cultura. Construido hace casi diez años con una imponente arquitectura de estilo bizantino y un vestíbulo a la altura de las grandes casas de ópera del mundo, este espacio recibe a algunos de los cantantes de ópera más importantes (los artistas de primera categoría Erwin Schrott y Olga Peretyatko estelarizaron una producción de “Ana Bolena” de Donizetti a finales del año pasado). Sin embargo, aunque es una verdadera sala de ópera —a diferencia de la denominada casa de ópera en la vecina Dubái, que es más como un centro de artes escénicas que alberga producciones de ópera itinerantes ocasionales—, la Ópera Real de Mascate cuenta con un programa de eventos que incluye tanto música nativa de Omán como música de todo el mundo. En octubre, un musical de Bollywood atrajo a la vasta población de inmigrantes indios del país. Y el futuro de las artes en esta región es vertiginoso: la ciudad porteña de Yeda, en Arabia Saudita, planea la construcción de una casa de ópera de estilo italiano, además de un museo de arte moderno importante en la capital, Riad. El tan postergado Museo Guggenheim en Abu Dabi, diseñado por Frank Gehry, aparentemente es un proyecto en marcha de nuevo. Y el Museo del Futuro de Dubái, con su nombre tan adecuado, está programado para abrir a tiempo para la Expo 2020 que se llevará a cabo en septiembre en esta ciudad. En un mundo donde el turismo básicamente se centra en obras de arte y destinos con los que todos estamos familiarizados —ya sea gracias a las redes sociales o a las clases de estudios sociales—, esta región se percibe no solo como el camino a seguir en lo que respecta al arte, sino también quizá como la vía hacia la iluminación y a un mayor entendimiento. Visitar estos espacios se siente como estar en algo nuevo, no en una excursión de rutina a un museo, sino en un recorrido de educación privada sobre una parte del mundo que muchos de nosotros deberíamos conocer o experimentar.
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