El futuro del mundo del arte puede encontrarse en un paisaje desértico donde museos audaces están fusionando la cultura local y el mundo exterior de una forma novedosa y revolucionaria.
Las ciudades de la región del Golfo —las metrópolis de hoy bañadas de sol, con sus rascacielos que se han propagado como la maleza— albergan algunos de los museos, escenarios de artes visuales y casas de ópera más nuevos y revalorados del mundo. Estas metrópolis alimentadas por el tránsito y el calor han sido impulsadas hacia el futuro a una velocidad vertiginosa en los últimos decenios —como resultado del aire acondicionado a la máxima potencia y la abundante producción de petróleo extraído de las entrañas de sus desiertos que comenzó a aumentar en la década de los cincuenta— y tienen el espacio, el deseo y los ingresos para ayudar a crear la nueva frontera para las artes y la cultura.
La percepción futurista de estas ciudades se deriva de cómo se concibieron y curaron los museos, en especial a través de impresionantes avances tecnológicos. Las galerías no solo aceptan el arte y la cultura preislámicos, prohibidos durante siglos, sino además el arte contemporáneo mundial, creando un crisol de obras que hay que admirar.
Esa mezcolanza de sensibilidades también se encuentra en el núcleo de la crítica global en torno a las violaciones a los derechos humanos en la región, desde la explotación de trabajadores procedentes de países asiáticos y africanos hasta la discriminación contra los homosexuales y las mujeres. Esas cuestiones constituyen la base de los problemas de desarrollo de la región: ¿quién dicta cómo deben cambiar los países y a qué velocidad? ¿Hay que evitar estos países o apoyar su surgimiento como centros mundiales del arte y el turismo y, por ende, ayudarlos a inducir el cambio?
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