El día después de que mis dos hijos adolescentes recibieron la primera inyección como parte del ensayo clínico para la vacuna de Moderna contra la COVID, encontré a mi hija de 13 años, Zoe, tumbada en la cama durante su clase de arte a distancia. Bajo una pila de cobijas, me dijo que tenía escalofríos. El corazón me dio un vuelco. En cualquier otro momento, me habría preocupado que faltara a sus clases o a su práctica de esquí nórdico, pero esta vez me puse eufórica cuando su temperatura llegó a ser de 38 grados Celsius.
La fiebre significaba que quizás estaba reaccionando a una vacuna de ARNm verdadera y no a un placebo. ¡Tal vez se había ganado la lotería de la vacuna!
Cuando se les otorgó a Pfizer y a Moderna el permiso para aplicar sus vacunas en diciembre, los fármacos fueron autorizados para las personas mayores de 16 y de 18 años, respectivamente. Pero muchos especialistas aseguraron que para poder acabar con la pandemia, también habría que vacunar a las personas más jóvenes.
Los ensayos clínicos en adolescentes, chicos de 12 a 18 años, para las vacunas contra la COVID tuvieron un arranque inicial lento debido, en parte, a que tardaron bastante tiempo en encontrar participantes: Pfizer no llenó sus 2259 lugares sino hasta fines de enero, y Moderna sigue seleccionando solicitantes para cubrir sus 3000 plazas. Además, tal vez para estos ensayos se requiera recabar información durante más meses (ya que, curiosamente, al disminuir el porcentaje de contagios, pasará más tiempo para que se contagie la suficiente cantidad de adolescentes como para determinar el funcionamiento de las vacunas, además de que es posible que los chicos contraigan el virus con menor frecuencia que los adultos).
AstraZeneca, Johnson & Johnson y Novavax, cuyas vacunas aún no tienen licencia en Estados Unidos para adultos, no han comenzado sus pruebas en niños. Sin embargo, Moderna espera que los adolescentes puedan comenzar a vacunarse por lo menos antes del próximo año escolar.
“Tenemos programado ofrecer información actualizada alrededor de mediados de 2021”, señaló Colleen Hussey, vocera de Moderna. Si los datos sobre los adolescentes son parecidos a los resultados de los adultos, entonces la empresa podría solicitar la autorización para su uso de emergencia en el grupo de 12 a 18 años, y habría posibilidades de recibir la inyección en el brazo antes de que comiencen las clases en el otoño.
No obstante, eso parece poco probable para los chicos más pequeños, cuyos ensayos clínicos ni siquiera han comenzado. Hussey afirmó que la empresa planea realizar pruebas en niños menores de 12 años y de manera progresiva ir disminuyendo la edad hasta los seis meses. Pero la empresa no ha determinado cuándo comenzará y solo ha dicho “en algún momento de 2021”, y el director general de Moderna, Stéphane Bancel, ha dicho que lo más probable es que la información no esté disponible sino hasta 2022.
A mi familia le ha ilusionado inscribirse en algún ensayo clínico, lo cual nos brindaría una vacuna de manera temprana y la oportunidad de ser parte de un momento histórico de la ciencia. Así que cuando un representante de los ensayos clínicos de Moderna llamó para preguntar si a mis hijos, Wes y Zoe, les gustaría participar, de inmediato se convirtieron en los sujetos número 56 y 57.
La inyección
Una tarde gris de enero, nos hicieron pasar a un sombrío salón de exámenes en el centro de Minneapolis para darnos a conocer los detalles sobre la participación. Una coordinadora de investigación explicó que Moderna pagaría a los chicos 75 dólares por visita al consultorio y 30 a la semana por hacer anotaciones sobre los síntomas en un diario, cantidad que podría sumar más de mil dólares durante un lapso de trece meses.
Sullivan explicó los riesgos de los efectos secundarios de la vacuna que se conocen, y el entusiasmo de Wes y Zoe disminuyó cuando habló de todos los raspados nasales y tomas de sangre que estaban aceptando (hasta cuatro de cada uno de estos procedimientos durante seis visitas). Pero, alentados por la posibilidad de poder ver a sus amigos de manera segura y, en el caso de mi hijo, tener mejores AirPods, se arremangaron la camisa.
Wes, de 16 años, tenía un aspecto como si fuera a desmayarse durante la toma de la muestra de sangre, así que la mujer de la jeringa, Karla McBrady, mantuvo una charla animada: “¡Solo quiero agradecerte que lo hagas! Quizás ahora no te des cuenta de lo mucho que esto está ayudando a otras personas”.
Por lo general, los ensayos clínicos comienzan con sujetos adultos debido a que pueden proporcionar un consentimiento informado y se pueden identificar efectos secundarios importantes antes de hacer pruebas con los niños. A los investigadores también les gustaría probar las vacunas por separado en diversas edades debido a que algunas no son seguras o no funcionan en personas más jóvenes, señaló Robert Jacobson, pediatra y director médico del Programa de Inmunización de Atención Primaria de la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota. Por ejemplo, las vacunas de SRP (sarampión, rubeola y parotiditis), varicela y hepatitis A no funcionan bien en niños menores de 12 meses, y la vacuna contra la influenza no funciona en bebés menores de seis meses.
Al realizar pruebas en personas cada vez más jóvenes, los investigadores esperan determinar si los efectos secundarios se manifiestan de manera similar en adolescentes y si la vacuna alcanza en los niños la misma eficacia del 95 por ciento que alcanza en adultos. Eso parece probable, debido a “las respuestas inmunitarias de los niños de 12 a 16 años que por lo general son sanas y estables”, señaló Jill Weatherhead, profesora adjunta de Enfermedades Infecciosas en la Escuela de Medicina de Baylor en Houston.
Para la vacuna contra la COVID, los efectos secundarios más adversos han sido las reacciones alérgicas (solo se detectaron diez casos de anafilaxis en las primeras 4.041.396 dosis de la vacuna de Moderna, nueve de los cuales sucedieron en personas que tenían alergias conocidas). Era un riesgo que estábamos dispuestos a correr, pero al parecer no todos corren ni siquiera los riesgos pequeños, señaló Jacobson. Weatherhead comentó que, al igual que todos los chicos del ensayo actual, Wes y Zoe recibieron la misma dosis que los adultos, lo cual es normal en la fase tres de los ensayos clínicos. Pero cuando Moderna comience a probar su vacuna en chicos más pequeños, los investigadores usarán una dosis más baja, mencionó Hussey. Según Weatherhead, es muy poco común cambiar la dosis sin volver a empezar en la fase 1, pero añadió que “Como hemos visto con el desarrollo de las vacunas para adultos, existen etapas que pueden ocurrir de manera simultánea y etapas que pueden acelerarse para llegar más pronto al punto final de una vacuna segura y eficaz”.
Ojalá que aparezca un sarpullido
Durante los siguientes siete días, Wes y Zoe respondieron preguntas en sus diarios de internet acerca de si tuvieron dolor, malestar, inflamación, fiebre o fatiga. A diferencia de la mayoría de los ensayos de las vacunas contra la COVID en adultos, que prefieren a los participantes que por lo general no solo están en contacto con personas de su familia, Moderna no nos dio instrucciones de cambiar nuestro estilo de vida. Así que la vida siguió en el aprendizaje remoto y la práctica de esquí con distanciamiento social.
Luego, el séptimo día, llegó a mi teléfono un mensaje de una amiga cuyo hijo participó en el ensayo el mismo día que nosotros: “Zach tiene sarpullido alrededor del lugar en donde le pusieron la inyección”.
Me olvidé de mi envidia instintiva (habíamos prometido seguir siendo amigas si una de nuestras familias recibía el placebo). La noche siguiente, escuché cierto alboroto en la planta alta que hizo que apartara mi libro: Wes había descubierto una mancha parecida en su brazo. Con alegría, medimos el sarpullido para informarle a nuestra coordinadora.
Incluso si resulta que alguno de mis hijos, o ambos, recibieron el placebo de agua salada, el cual se le administra a una tercera parte de los participantes en el ensayo para adolescentes, ninguno de nosotros se arrepentirá de haberlos inscrito. Cuando les pregunté a Weatherhead y a Jacobson si ellos inscribirían a sus hijos, dijeron que nunca lo dudarían.
“El mayor de mis hijos recibió una vacuna experimental Hib en 1986 cuando tenía 18 meses”, comentó Jacobson, refiriéndose a una vacuna contra una infección bacteriana que puede provocar meningitis. Su hijo menor la recibió al mes de nacido. “Creo que es como donar sangre; es una de las grandes contribuciones que una familia puede hacer”.
Por: Sheila Mulrooney Eldred, The New York Times