La opinión aún no se resigna a que la elección del mandatario que gobernará a Colombia hasta 2018 se minimice a una campaña de ruidosos escándalos, acusaciones con calificativos de grueso calibre y pocas confrontaciones de las ideas que buscan llegar al Palacio de Nariño.
El ambiente desfavorable para los debates comenzó a vislumbrarse desde cuando se invitaba a los candidatos presidenciales a foros universitarios, para que participaran en la discusión de temas específicos con sus homólogos aspirantes. En la mayoría de eventos académicos solo asistían la candidata del partido Conservador, Marta Lucía Ramírez, la candidata del Polo Democrático, Clara López y el aspirante del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga.
Hasta el sol de hoy, ni el candidato por la reelección Juan Manuel Santos, ni el postulante de la Alianza Verde, Enrique Peñalosa, han aceptado la invitación de sentarse a una mesa de discusiones con sus demás contrincantes, y defender con argumentos el modelo de país que tienen en mente.
Compromisos de campaña que coinciden con esas invitaciones, actividades de gobierno que no se pueden mover de la agenda, o la discusión de temas que no consideran tan trascendentales son algunas de las excusas que se barajan para no asistir a las convocatorias en las que podrían concordar los cinco.
Estrategas de campañas, en cambio, reconocen que un debate para sus candidatos podría ser un tiro al aire sin garantías de resultados que les favorezcan en votos a sus asesorados.
Es quizá el principal temor que se tenía en la campaña a la reelección, que consideraba la partida casi ganada, hasta la semana pasada. Estimaban que un debate presidencial pudieran ser aprovechado por los otros candidatos para producir una ‘encerrona’ a Santos, haciéndole perder el encuentro y provocando una fuga de votos.
Lo cierto es que no sería la primera vez que Santos siente que sus contrincantes se unen en su contra en un debate. Sucedió hace cuatro años, cuando entonces él sí acepto discutir con sus contrincantes frente a las cámaras de televisión. Fueron tantas las críticas de sus contendores, que él acuñó la famosa palabra ‘Tocosán’ (todos contra santos). Sin embargo, los difíciles momentos de aquellos debates no le impidieron ganar, con holgada diferencia, la presidencia. En cambio, dichos encuentros sepultaron a su mayor contrincante, Antanas Mockus.
Pero este tipo de ejercicios, tan tradicionales y sanos en las democracias occidentales, no se han ausentado de la escena electoral colombiana sino una vez desde que se concibió la Constitución de 1991.
Sucedió, coincidencialmente, cuando el entonces presidente Álvaro Uribe buscaba su reelección. Declinó todas las invitaciones que hicieron medios nacionales e internacionales, para que se enfrentara a Horacio Serpa, Carlos Gaviria y Antanas Mockus. Argumentaban desde la campaña reeleccionista que no podrían permitir que apareciera en igualdad de condiciones con los demás candidatos, procurando olvidarse que era el jefe de Estado. Tampoco consideraban oportuno un escenario de confrontación en tanto Uribe contaba con una abrumadora popularidad que no tendría por qué ser puesta en riesgo.
Su portavoz de campaña y asesor de prensa, Ricardo Galán, defendió ante los medios que por decisión del mismo candidato-presidente, la táctica para debatir sus ideas no sería encarando a sus contrincantes, sino a la gente. “Para uno vender su propia panela, no tiene que desacreditar la panela del vecino”, declaró el presidente cuando sus críticos más cuestionaban su decisión.
No obstante, Uribe sí había asistido a ‘cara a cara’ con sus contrincantes electorales en las elecciones de 2002. Una de las oportunidades más acaloradas fue en el foro ‘El país visto desde Antioquia’, en el que coincidieron Horacio Serpa, Noemí Sanín, Luis Eduardo Garzón y Álvaro Uribe, los presidenciables del momento. Además Uribe, en aquella época, se midió a una confrontación televisada en vivo, y cuando su popularidad se afianzó, se dedicó a entregar entrevistas cara a cara a la prensa.
Los colombianos han seguido en vivo los debates presidenciales. En 1994 fue entre Ernesto Samper y Andrés Pastrana. Uno de los encuentros, transmitidos por televisión, recuerda el incómodo episodio en el que el tercer candidato de esa contienda, Antonio Navarro Wolff, apareció sorpresivamente en medio del set de grabación y saludó a los contrincantes, en protesta por no haber sido invitado a dicha discusión. El programa fue interrumpido sorpresivamente por el moderador, Yamid Amat, y tras los comerciales explicaron que habían decidido convocar a esa ‘ring’ a los dos aspirantes con mayor aceptación en las encuestas.
(Archivo) Debate presidencial de 1994.
Cuatro años más tarde, Andrés Pastrana intentaba conseguir la presidencia de Colombia y en primera vuelta decidió no aceptar invitaciones a debates. No obstante, tras verse en desventaja para la segunda vuelta frente a Horacio Serpa, accedió a debatir y para algunos esa aparición ante las cámaras, confrontando al liberal, le sumó importantes apoyos que le garantizaron la victoria en segunda vuelta.
Las democracias quieren debates
En Europa y gran parte de América, los debates presidenciales televisados son una condición fundamental para la legitimidad de cualquier contienda presidencial. En Estados Unidos, por ejemplo, es impensable una carrera por la Casa Blanca sin un buen enfrentamiento de los aspirantes ante las cámaras de televisión.
Es más. Los debates presidenciales norteamericanos son un show que no se pierde ninguna familia del país. Desde 1960 han sido transmitidos en vivo por televisión abierta, y cada episodio tiene sus anécdotas que perjudican o impulsan la imagen del demócrata o el republicano.
Muchos evocan, en cada debate presidencial, cuando Richard Nixon se enfrentó con John F. Kennedy, apareciendo nervioso y cansado ante las cámaras. La opinión creyó que estaba siendo amedrentado por su contrincante.
O incluso en 1992, cuando el republicano George Bush padre trataba de reelegirse frente a Bill Clinton, y en el debate transmitido por televisión miró su reloj en una señal interpretada como impaciencia o aburrimiento.
Por el ejemplo anterior se evidencia que el hecho de que un candidato a la reelección esté en la presidencia no lo exime del ruedo. George W. Bush sabía que tendría un difícil desempeño en sus debates de la reelección de 2004, y aunque Kerry le venció en dialéctica, en las urnas su discurso de la guerra contra el terrorismo le garantizó la victoria.
Y en 2012, para la reelección de Barack Obama, los enfrentamientos que tuvo con el republicano Mitt Romney fueron considerados de los más emocionantes y determinantes para las elecciones que había habido en décadas recientes.
El presidente Barack Obama, a pesar de buscar un segundo mandato mientras seguía gobernando, participó en debates con su oponente Mitt Romney.
Más al sur, la ausencia de Andrés Manuel López Obrador en un debate presidencial de México en 2006 le costó un golpe electoral que facilitó la victoria de Felipe Calderón. De esta forma, seis años después, López Obrador no se arriesgó y alentó a un debate en el que participó el actual presidente de México, Enrique Peña Nieto.
En las dos oportunidades que se ha postulado, y vencido en las presidenciales, la política chilena Michelle Bachelet ha ido gustosa a los ‘cara a cara’ con sus contrincantes. Primero con Sebastián Piñera en 2006, y luego con Evelyn Matthei en 2013.
Lamentablemente en el Cono Sur, Argentina ha evadido la tradición de los debates transmitidos por televisión; en cambio Brasil no deja que se escape oportunidad para que sus presidenciables defiendan a capa y espada sus posturas.
Como reciente anécdota, por primera vez desde 1992 El Salvador celebró este año un debate presidencial transmitido en vivo. La audiencia fue arrasadora a pesar de que en la práctica no se permitía el enfrentamiento directo entre los aspirantes. Los votantes celebraron tan valiosa oportunidad que les permitiría afianzar o evaluar nuevamente su voto.
Aún hay tiempo para el debate
Los candidatos Marta Lucía Ramírez y Enrique Peñalosa, en recientes entrevistas con KienyKe.com, se han manifestado interesados en participar en un debate presidencial televisado, con todas las garantías de transparencia. Públicamente también se han comprometido a una contienda argumentativa Óscar Iván Zuluaga y Clara López.
La Misión de Observación Electoral, MOE, envió una carta a las cinco candidaturas para que acepten una invitación extraordinaria este jueves 22 de mayo, tres días antes de las elecciones, a un debate de 60 minutos que se transmitirá por el canal público Señal Colombia. Según conoció este medio digital, la campaña que falta por aceptar la cita es la de Juan Manuel Santos. La MOE ha dicho que así falte un candidato, el debate se realizará, porque “debemos devolverle la dignidad a esta campaña, y promoviendo que en Colombia las elecciones de basen en la deliberación ciudadana, queremos que se realice este encuentro y que las cadenas nacionales de televisión se enlacen”.
KienyKe.com quiere participar en la promoción de una campaña limpia, de ideas, y ha invitado a los candidatos presidenciales a que respondan un cuestionario que dejará ver a los lectores sus principales propuestas en los asuntos que más le interesan a la ciudadanía, y con el estilo que caracteriza a este medio digital. Los candidatos que respondan verán sus propuestas publicadas en nuestro portal el próximo miércoles 21 de mayo.
Todavía queremos un debate presidencial
Dom, 18/05/2014 - 14:01
La opinión aún no se resigna a que la elección del mandatario que gobernará a Colombia hasta 2018 se minimice a una campaña de ruidosos escándalos, acusaciones con calificativos de grueso calibr