Ilusiones: un viaje espiritual con Richard Bach

Mié, 27/04/2022 - 16:49
El Maestro creía que disfrutaba de la facultad de ayudarse a sí mismo y de ayudar a toda la humanidad, y puesto que lo creía, así fue, de modo que otros vieron su poder y acudieron a él para que los curase de sus tribulaciones.
Créditos:
Pedro Vit

Vino al mundo un Maestro, 

nacido en la tierra santa de Indiana,

criado en las colinas místicas

situadas al este de Fort Wayne.

 

El Maestro aprendió lo que concernía

a este mundo en las escuelas públicas 

de Indiana y luego, cuando creció, 

en su oficio de mecánico 

de automóviles.

 

Pero, el Maestro traía consigo

los conocimientos de otras tierras 

y otras escuelas, de otras vidas que 

había vivido. Los recordaba, y puesto

que los recordaba adquirió sabiduría 

y fuerza, y la gente descubrió su 

fortaleza y acudió a él en busca 

de consejo. 

 

El Maestro creía que disfrutaba 

de la facultad de ayudarse a sí mismo

y de ayudar a toda la humanidad, 

y puesto que lo creía, así fue, de modo 

que otros vieron su poder y acudieron 

a él para que los curase de sus 

tribulaciones y sus muchas 

enfermedades. 

 

El Maestro creía que es bueno que todo hombre se vea a sí mismo 

como hijo de Dios, y puesto que

lo creía, así fue, y los talleres

y los garajes donde trabajaba

se poblaron y atestaron con quienes

buscaban su sabiduría y 

el contacto de su mano, y 

las calles circundantes con 

quienes sólo anhelaban que

su sombra pasajera se 

proyectara sobre ellos

y cambiara sus vidas. 

 

Sucedió, en razón de las multitudes, 

que varios capataces y jefes 

de talleres le ordenaron al 

Maestro que dejara sus herramientas, 

y siguiera su camino, 

porque el apiñamiento era tal

que ni él ni los otros mecánicos

tenían espacio para trabajar 

en la reparación de 

los automóviles. 

Ilusiones” en la voz del Terapeuta y Coach de Vida Armando Martí© (una adaptación del libro Ilusiones  de Richard Bach), para la sección Konciencia de KienyKe.com. Escúchalo, disfrútalo y compártelo:

Se internó, pues, en la campiña, 

y sus seguidores empezaron

a llamarlo Mesías, y hacedor

de milagros y puesto

que lo creían, así fue. 

 

Si estallaba una tormenta

mientras él hablaba, ni una sola 

gota de lluvia tocaba la cabeza

de unos de sus oyentes, y quienes

estaban en el fondo de la multitud 

escuchaban sus palabras

con tanta nitidez como los primeros, 

aunque en el cielo retumbaran rayos 

y truenos. Y siempre les hablaba 

en parábolas. 

 

Y les dijo “en cada uno de

nosotros reside el poder de prestar 

consentimiento a la salud y a la 

enfermedad, a las riquezas y 

a la pobreza, a la libertad y a 

la esclavitud. Somos nosotros quienes 

las dominamos y no otro”. 

 

Un obrero habló y dijo: “Es fácil 

para ti, Maestro, porque a ti te 

guían y a nosotros no, y no 

necesitas trabajar como trabajamos

nosotros. En este mundo el hombre

debe trabajar para ganarse la vida”. 

 

El Maestro respondió y dijo: “Una vez

vivía un pueblo en el lecho de 

un gran río cristalino. 

 

“La corriente del río se deslizaba 

silenciosamente sobre todos sus 

habitantes: jóvenes y ancianos, 

ricos y pobres, buenos y malos, 

y la corriente seguía su camino

ajena a todo lo que no fuera

su propia esencia de cristal”. 

 

“Cada criatura se aferraba como 

podía a las ramitas y rocas del 

lecho del río, por su modo de vida

consistía en aferrarse y porque desde

la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente. 

 

“Pero, al fin una criatura dijo: 

Estoy harta de asirme. Aunque no lo 

veo con mis ojos, confío en que la 

corriente sepa hacia dónde va. 

Me soltaré y dejaré que me lleve

adonde quiera. Si continuó

inmortalizada, me moriré 

de hastío”

 

“Las otras criaturas rieron 

y exclamaron: “¡Necia! ¡Suéltate, 

y la corriente que veneras te 

arrojará, revolcada y hecha pedazos, 

contra las rocas, y morirás más

rápidamente que de hastió!”

 

“Para lo que había hablado en 

primer término no les hizo caso, 

y después de inhalar profundamente 

se soltó; inmediatamente la 

corriente la revolcó y la lanzó

contra las rocas.

 

“Mas la criatura se empecinó 

en no volver a aferrarse, y entonces

la corriente la alzó del fondo y 

ella no volvió a magullarse ni a lastimarse. 

 

“Y las criaturas que se hallaban 

aguas abajo, que no la conocían, 

clamaron: ¡Ved al Mesías, que ha venido 

a salvarnos a todas!”

 

“Y la que había sido arrastrada

por la corriente respondió: No soy, 

más mesías que vosotras. El río 

se complace en alzarnos, con la 

condición de que nos atrevamos a 

soltarnos. Nuestra verdadera tarea

es este viaje, esta aventura. 

 

“Pero seguían gritando, aún más alto: 

¡Salvador!, sin dejar de aferrarse 

a las rocas. Y cuando volvieron a 

levantar la vista, había desaparecido, 

y se quedaron solas, tejiendo

leyendas acerca de un Salvador” 

 

Y sucedió que cuando vio que la 

multitud crecía día a día, más 

hacinada y apretada y enfervorizada 

que nunca, y cuando vio que los 

hombres le urgían para que les curara 

sin descanso, para que les alimentara 

con sus milagros, para que aprendiera

por ellos y viviera sus vidas, 

se sintió afligido, y ese día subió 

solo a la cima de un monte 

solitario y allí oró. 

 

Y dijo en el fondo de su alma: 

“Será un Portento Infinito, si esa 

es tu voluntad, que apartes de mí 

este cáliz, que me ahorres esta 

tarea imposible. No puedo vivir las 

vidas de los demás, y sin embargo diez 

mil personas me lo suplican. Lamento haber

permitido que sucediera todo esto. Si esa 

es tu voluntad, autorízame a volver a mis 

motores y a mis herramientas, y 

a vivir como los otros hombres”. 

 

Y una voz le habló en las alturas, 

una voz que no era ni masculina ni 

femenina, poderosa ni suave, sino 

infinitamente bondadosa. Y la voz 

le dijo: “No se hará mi voluntad, 

sino la tuya. Porque lo que tú 

deseas es lo que yo deseo de ti. 

Sigue tu camino como los otros

hombres y que seas feliz 

en la tierra”. 

 

Al escucharla, el Maestro se 

regocijó, y dio las gracias, y bajó 

de la cima al monte tarareando 

una cancioncilla popular entre los 

mecánicos. Y cuando la multitud 

le urgió con sus penas, y le imploró 

que la curara y aprendiese por ella 

y la alimentará incesantemente con 

su sabiduría y le entretuviera 

con sus milagros, él le sonrió 

y le dijo apaciblemente: 

“Renuncio”. 

 

Por un momento, la muchedumbre 

quedó muda de asombro. 

 

Y él continuó: “Si un hombre le dijera 

A Dios que su mayor deseo consistía 

en ayudar al mundo atormentado, 

a cualquier precio, y Dios le 

contestara y le explicara 

lo que debía hacer ¿tendría 

el hombre que obedecer? 

 

¡Claro, Maestro!, clamó la

multitud. “¡Si Dios se lo pide 

deberá soportar complacido 

las torturas del mismísimo infierno!”

 

“¿Cualesquiera que sean esas torturas, 

y por ardua que sea la tarea? 

 

“Deberá enorgullecerse de ser 

ahorcado, deleitarse de ser 

clavado a un árbol y quemado, 

si eso es lo que Dios le ha pedido”, 

contestó la muchedumbre. 

 

¿Y qué haríais – pregunto el Maestro 

a la concurrencia – si Dios os hablara 

directamente a la cara y os dijera: 

“Os ordeno que seáis felices 

en el mundo, mientras viváis” ¿Qué haríais entonces? 

 

La multitud permaneció callada. 

y no se oyó una voz, un ruido, 

entre las colinas ni en los valles

donde estaba congregada. 

 

Y el Maestro dijo, dirigiéndose 

al silencio: “En el sendero de nuestra 

felicidad encontraremos la sabiduría 

para la que hemos elegido esta 

vida. Esto es lo que he aprendido 

hoy, y opto por dejaros ahora 

para que transitéis por vuestro 

propio camino, como deseáis” 

 

Y marchó entre las multitudes

y las dejó, y retorno al mundo 

cotidiano, de los hombres 

y las máquinas. 

De: Richard Bach (escritor estadounidense, conocido también por su libro Juan Salvador Gaviota)

Creado Por
Armando Martí
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