Vino al mundo un Maestro,
nacido en la tierra santa de Indiana,
criado en las colinas místicas
situadas al este de Fort Wayne.
El Maestro aprendió lo que concernía
a este mundo en las escuelas públicas
de Indiana y luego, cuando creció,
en su oficio de mecánico
de automóviles.
Pero, el Maestro traía consigo
los conocimientos de otras tierras
y otras escuelas, de otras vidas que
había vivido. Los recordaba, y puesto
que los recordaba adquirió sabiduría
y fuerza, y la gente descubrió su
fortaleza y acudió a él en busca
de consejo.
El Maestro creía que disfrutaba
de la facultad de ayudarse a sí mismo
y de ayudar a toda la humanidad,
y puesto que lo creía, así fue, de modo
que otros vieron su poder y acudieron
a él para que los curase de sus
tribulaciones y sus muchas
enfermedades.
El Maestro creía que es bueno que todo hombre se vea a sí mismo
como hijo de Dios, y puesto que
lo creía, así fue, y los talleres
y los garajes donde trabajaba
se poblaron y atestaron con quienes
buscaban su sabiduría y
el contacto de su mano, y
las calles circundantes con
quienes sólo anhelaban que
su sombra pasajera se
proyectara sobre ellos
y cambiara sus vidas.
Sucedió, en razón de las multitudes,
que varios capataces y jefes
de talleres le ordenaron al
Maestro que dejara sus herramientas,
y siguiera su camino,
porque el apiñamiento era tal
que ni él ni los otros mecánicos
tenían espacio para trabajar
en la reparación de
los automóviles.
“Ilusiones” en la voz del Terapeuta y Coach de Vida Armando Martí© (una adaptación del libro Ilusiones de Richard Bach), para la sección Konciencia de KienyKe.com. Escúchalo, disfrútalo y compártelo:
Se internó, pues, en la campiña,
y sus seguidores empezaron
a llamarlo Mesías, y hacedor
de milagros y puesto
que lo creían, así fue.
Si estallaba una tormenta
mientras él hablaba, ni una sola
gota de lluvia tocaba la cabeza
de unos de sus oyentes, y quienes
estaban en el fondo de la multitud
escuchaban sus palabras
con tanta nitidez como los primeros,
aunque en el cielo retumbaran rayos
y truenos. Y siempre les hablaba
en parábolas.
Y les dijo “en cada uno de
nosotros reside el poder de prestar
consentimiento a la salud y a la
enfermedad, a las riquezas y
a la pobreza, a la libertad y a
la esclavitud. Somos nosotros quienes
las dominamos y no otro”.
Un obrero habló y dijo: “Es fácil
para ti, Maestro, porque a ti te
guían y a nosotros no, y no
necesitas trabajar como trabajamos
nosotros. En este mundo el hombre
debe trabajar para ganarse la vida”.
El Maestro respondió y dijo: “Una vez
vivía un pueblo en el lecho de
un gran río cristalino.
“La corriente del río se deslizaba
silenciosamente sobre todos sus
habitantes: jóvenes y ancianos,
ricos y pobres, buenos y malos,
y la corriente seguía su camino
ajena a todo lo que no fuera
su propia esencia de cristal”.
“Cada criatura se aferraba como
podía a las ramitas y rocas del
lecho del río, por su modo de vida
consistía en aferrarse y porque desde
la cuna todos habían aprendido a resistir la corriente.
“Pero, al fin una criatura dijo:
Estoy harta de asirme. Aunque no lo
veo con mis ojos, confío en que la
corriente sepa hacia dónde va.
Me soltaré y dejaré que me lleve
adonde quiera. Si continuó
inmortalizada, me moriré
de hastío”
“Las otras criaturas rieron
y exclamaron: “¡Necia! ¡Suéltate,
y la corriente que veneras te
arrojará, revolcada y hecha pedazos,
contra las rocas, y morirás más
rápidamente que de hastió!”
“Para lo que había hablado en
primer término no les hizo caso,
y después de inhalar profundamente
se soltó; inmediatamente la
corriente la revolcó y la lanzó
contra las rocas.
“Mas la criatura se empecinó
en no volver a aferrarse, y entonces
la corriente la alzó del fondo y
ella no volvió a magullarse ni a lastimarse.
“Y las criaturas que se hallaban
aguas abajo, que no la conocían,
clamaron: ¡Ved al Mesías, que ha venido
a salvarnos a todas!”
“Y la que había sido arrastrada
por la corriente respondió: No soy,
más mesías que vosotras. El río
se complace en alzarnos, con la
condición de que nos atrevamos a
soltarnos. Nuestra verdadera tarea
es este viaje, esta aventura.
“Pero seguían gritando, aún más alto:
¡Salvador!, sin dejar de aferrarse
a las rocas. Y cuando volvieron a
levantar la vista, había desaparecido,
y se quedaron solas, tejiendo
leyendas acerca de un Salvador”
Y sucedió que cuando vio que la
multitud crecía día a día, más
hacinada y apretada y enfervorizada
que nunca, y cuando vio que los
hombres le urgían para que les curara
sin descanso, para que les alimentara
con sus milagros, para que aprendiera
por ellos y viviera sus vidas,
se sintió afligido, y ese día subió
solo a la cima de un monte
solitario y allí oró.
Y dijo en el fondo de su alma:
“Será un Portento Infinito, si esa
es tu voluntad, que apartes de mí
este cáliz, que me ahorres esta
tarea imposible. No puedo vivir las
vidas de los demás, y sin embargo diez
mil personas me lo suplican. Lamento haber
permitido que sucediera todo esto. Si esa
es tu voluntad, autorízame a volver a mis
motores y a mis herramientas, y
a vivir como los otros hombres”.
Y una voz le habló en las alturas,
una voz que no era ni masculina ni
femenina, poderosa ni suave, sino
infinitamente bondadosa. Y la voz
le dijo: “No se hará mi voluntad,
sino la tuya. Porque lo que tú
deseas es lo que yo deseo de ti.
Sigue tu camino como los otros
hombres y que seas feliz
en la tierra”.
Al escucharla, el Maestro se
regocijó, y dio las gracias, y bajó
de la cima al monte tarareando
una cancioncilla popular entre los
mecánicos. Y cuando la multitud
le urgió con sus penas, y le imploró
que la curara y aprendiese por ella
y la alimentará incesantemente con
su sabiduría y le entretuviera
con sus milagros, él le sonrió
y le dijo apaciblemente:
“Renuncio”.
Por un momento, la muchedumbre
quedó muda de asombro.
Y él continuó: “Si un hombre le dijera
A Dios que su mayor deseo consistía
en ayudar al mundo atormentado,
a cualquier precio, y Dios le
contestara y le explicara
lo que debía hacer ¿tendría
el hombre que obedecer?
¡Claro, Maestro!, clamó la
multitud. “¡Si Dios se lo pide
deberá soportar complacido
las torturas del mismísimo infierno!”
“¿Cualesquiera que sean esas torturas,
y por ardua que sea la tarea?
“Deberá enorgullecerse de ser
ahorcado, deleitarse de ser
clavado a un árbol y quemado,
si eso es lo que Dios le ha pedido”,
contestó la muchedumbre.
¿Y qué haríais – pregunto el Maestro
a la concurrencia – si Dios os hablara
directamente a la cara y os dijera:
“Os ordeno que seáis felices
en el mundo, mientras viváis” ¿Qué haríais entonces?
La multitud permaneció callada.
y no se oyó una voz, un ruido,
entre las colinas ni en los valles
donde estaba congregada.
Y el Maestro dijo, dirigiéndose
al silencio: “En el sendero de nuestra
felicidad encontraremos la sabiduría
para la que hemos elegido esta
vida. Esto es lo que he aprendido
hoy, y opto por dejaros ahora
para que transitéis por vuestro
propio camino, como deseáis”
Y marchó entre las multitudes
y las dejó, y retorno al mundo
cotidiano, de los hombres
y las máquinas.
De: Richard Bach (escritor estadounidense, conocido también por su libro Juan Salvador Gaviota)