Hay personas que viven por muchos años solo desde la conciencia básica, recibiendo la información proveniente de los estímulos externos a través de los sentidos naturales como la vista, el tacto, el oído, el gusto y el olfato. Por eso, en ciertas ocasiones, reaccionan de forma impulsiva sin utilizar el filtro de la reflexión.
Si alguna situación está fuera del contexto funcional, para ellos no es relevante. Su interés se centra en adquirir y ejercer el poder personal hacia los otros. Como aprendieron a vivir para sí mismos, las interacciones humanas son usadas para su propio beneficio.
Por eso, tanto los vínculos afectivos como las necesidades colectivas los separan de sus metas y objetivos sin hacer parte de su realidad. Al parecer confunden “compartir” juntos con “combatir” a los demás.
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Asimismo, sus principales metas y objetivos están motivadas por el rendimiento laboral, el logro y las adquisiciones económicas. Critican y detestan los errores de los demás y, con sus comportamientos amenazantes, intimidan a sus subalternos e incluso a sus seres queridos.
No saben ser felices, pues creen que los sentimientos no producen ganancias, y, además los vuelve vulnerables. Por esta razón, cuando pierden el control sobre las situaciones y las personas, se desesperan y neurotizan. Piensan que en la vida no existe la esperanza y que al destino lo rige solamente las leyes matemáticas de “causa y efecto”.
Incluso, llegan a reprimir sentimientos como el amor, la compasión y la empatía con sus semejantes. Se podría decir que este es el resultado de un camino poco trascendente y muy enfocado en la apariencia, la vanidad y lo material.
Sin duda, estos distractores externos cuyo fin es huir de sí mismo, en muchos casos se manifiesta en las dependencias afectivas que son disimuladas a través de una personalidad agresiva y dominante.
Este complejo de superioridad está basado en un complejo de inferioridad, en donde el ego es tan solo el disfraz que disimula la profunda tristeza y la ausencia de inteligencia emocional y espiritual que habitan en su interior.
El sanador camino del desapego
Desde las enseñanzas budistas, el objetivo para alcanzar la felicidad plena es aprender el desapego que es la causa de los deseos desbordados y del sufrimiento innecesario en la vida.
Nada en este mundo es permanente, estamos en constante cambio. Desde la salud a la enfermedad, desde la prosperidad económica a la pobreza, desde el amor a la sexualidad, desde el abandono al aburrimiento. Todo esto y más, afecta el flujo de la seguridad y la incertidumbre cuyo origen es el miedo inconsciente a quedarse solos, ser olvidados y morir.
Según el Buda, la liberación del sufrimiento ocurre cuando ponemos fin a nuestros apegos por las cosas materiales, superfluas y temporales de la existencia.
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No obstante, los deseos y los apegos hacen parte de la vida misma. Sin esa fuerza, no podríamos realizar nuestras inspiraciones artísticas, triunfar en los negocios, emprender nuevos proyectos, amar e ilusionarse. Somos lo que pensamos y deseamos.
En lo posible, es importante buscar el equilibrio interior y no las exageradas expectativas en ninguna área de nuestra vida, así como también, cultivar la capacidad de superación y resiliencia ante los desafíos y los problemas de la existencia.
El ejercicio del desapego
Cuando logramos identificar y aceptar nuestro “ego enfermo”, nos damos cuenta de que es el verdadero culpable tanto del sufrimiento personal y de las enfermedades físicas y mentales, como de las adicciones y las dependencias afectivas.
Esta toma de conciencia habilita un cambio importante en nuestra calidad de vida con el fin de despertar a un nuevo nivel espiritual por encima de los sentidos conocidos, activando la intuición y el lenguaje del corazón para experimentar y disfrutar en su justa medida el mundo material.
Algunas de las motivaciones para el ejercicio del desapego son la paz interior, la conciliación, la armonía, la serenidad, la compasión y la amabilidad hacia nosotros mismos y hacia los demás, cuyo fruto es lograr nuestra salud integral.
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La práctica de la oración y la meditación fortalecen y equilibran casi todos nuestros bloqueos energéticos. Por eso, debemos poner nuestros planes y expectativas en manos de una inteligencia superior a nuestro ego enfermo, la cual actúa en el universo mucho más allá de la racionalidad de causa y efecto.
Esto nos libera de la insoportable sensación de la ansiedad y de ciertos vacíos, los cuales nos dominan y someten de forma continua, impidiéndonos la felicidad.
Al desapegarnos, dejamos de invertir nuestra energía emocional y mental en continuar alimentando sentimientos tóxicos de ira, soberbia, celos, venganza, mentira y manipulación, utilizados para desafiar y demostrar que queremos estar por encima de los demás.
Si pudiéramos renunciar a la inútil necesidad de tener siempre la razón, lograríamos dar un salto de fe y despertar hacia un nuevo y más sano amor por nosotros mismos, recobrando la llave para abrir la puerta hacia la libertad personal.
Este amor se manifiesta en dar más que en recibir, pues en la medida que damos a los demás, en esa misma medida recibimos una renovada energía positiva que nos convierte en soluciones y no en problemas para la sociedad.
Elegir una mejor actitud ante la vida
Por increíble que parezca, de nuestra actitud amorosa depende el equilibrio del planeta. Los campos de energía mental e intuitiva tienen interacciones con las vibraciones de cada persona con la que nos saludamos, conversamos y pensamos durante el día.
Una intención buena, conciliadora y tolerante cambia las emisiones de partículas energéticas negativas provenientes del miedo, la envidia y el estrés. Es importante entender, que el cerebro tiene el poder de materializar todas las cosas que pensamos.
Estas frecuencias adversas, son algunas de las causas de la violencia en nuestro país Colombia y en todas las naciones alrededor del mundo. Cada pensamiento causa un sentimiento, cada sentimiento una acción y cada acción un resultado que define el futuro.
Las enfermedades psicosomáticas también conocidas como enfermedades invisibles se producen por una hiperactividad cerebral debido a la ansiedad, la velocidad de la tecnología y los requerimientos sociales, que impiden momentos de sosiego y paz para con nosotros mismos creando cortos circuitos internos que desequilibran nuestro interior.
Reflexionemos sobre las decisiones que tomamos día a día, pues debemos aprender a adueñarnos del espacio que existe entre el estímulo y la respuesta.
De esta manera, no vamos a reaccionar en contra de nosotros mismos. Recordemos que el universo nos dotó de inteligencia natural y de sentido común, con el fin de aprender a través del ensayo y el error para lograr el bienestar personal y el mejoramiento continuo de toda la colectividad humana.
El desapego nos enseña que, así como existe un mundo material, también existe un maravilloso mundo espiritual. El mejor tratamiento para nuestras disfuncionalidades y desequilibrios proviene del despertar de la conciencia plena y los remedio que nos sanan son el amor y el perdón.
Dos fuerzas muy poderosas compiten por dominar nuestra mente: el miedo y la fe. Más allá de los pensamientos, existe un centro espiritual que nunca enferma y tampoco se debilita. Su fuente es el amor creador del universo que también habita en nosotros. Esta luz solo espera ser descubierta para revivir la conexión esencial con Dios, regresando a nuestro verdadero hogar desde la conciencia plena.