Este 2022 que ya ha acabado, deja un dato para la historia que no por pasar desapercibido carece de importancia y significado: la India ha desbancado a Gran Bretaña, su antigua metrópoli, como quinta potencia económica mundial. El subcontinente, que estuvo gobernado durante años desde Londres, deja atrás aquellos dos siglos y medio de sometimiento y opresión para ocupar con orgullo el puesto de sus colonizadores en el concierto internacional.
Hace unos días, me llegó por una red social una de esas historias que suelen ocupar el tiempo de quienes no tienen otra cosa que hacer, según la cual en una hipotética charla entre Vladimir Putin, Xi Jinping y Narendra Modi jugaban a ver quién de los tres tenía más poder. Los dos primeros ganaban en titulares de prensa ocupados durante todo el año; pero Modi, el primer ministro indio, sacó la lista de compatriotas que ocupaban la cabeza de grandes multinacionales (Google, Apple, Microsoft, IBM, Twitter..), y remató recordándoles que no solo el primer ministro de Gran Bretaña es indio: si el presidente norteamericano llegase a desaparecer, su puesto sería ocupado por Kamala Harris cuya madre, Shyamala Gopalan, una bióloga y activista de derechos humanos, nació en Tamil Nadu, un estado al sur de la India.
Gobernada desde 2014 por el Bharatiya Janata Party, BJP, un partido nacionalista hindú, la India parece escorarse cada vez más del lado de Occidente y la economía de mercado, dejando de lado los agravios históricos contra el imperialismo occidental; ha tomado buena nota de la derrota soviética y percibe cada vez más a China como un rival económico y un potencial enemigo; y cada vez habla con voz más firme, y con más autoridad moral: Narendra Modi le ha dicho a Putin claramente que se metió en un embrollo en Ucrania del que debe ir pensando cómo salir, y en septiembre pasado no tuvo reparo tanto en evitar a su anfitrión, Xi Jinping, en los pasillos de su propia casa, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), como en admitir que ha mantenido conversaciones con el Dalai Lama, líder tibetano en el exilio, que es materia tabú para el gobierno de Pekín.
Según el Banco Mundial, la tasa de crecimiento de la India prevista para 2023 estará dos puntos por encima de la de China. Este adelanto es tanto más notable en un régimen capitalista y democrático. Todo lo contrario de lo que ocurre en China. Por supuesto que el capitalismo indio es desigual, se están gestando grandes fortunas, al tiempo que una masa ingente de campesinos están sumidos en la pobreza. Pero quien piense que China, con su sistema represivo de libertades individuales, ha sacado de la pobreza a todos sus campesinos, se equivoca.
He tenido la oportunidad de cubrir lo que en Occidente llamamos “jornada electoral” en India, es decir unas elecciones generales, y les aseguro que es un espectáculo digno de verse. En ese inmenso país hay que hablar de “jornadas” porque son como mínimo dos días; de otra forma no se podría hacer llegar aquellos millones de personas a depositar el voto en las urnas.
Hay que admitir que la democracia india está penetrada por el mal endémico de la corrupción y que en aquellas maratonianas jornadas electorales se compran votos (¿les suena la cosa?). Y algo muy muy grave: que el BJP es un partido que aprovecha el clima de confrontación religiosa entre las dos principales comunidades del país. Pero las elecciones en India suponen una alternancia en el poder y en el país ser disidente o estar en contra del Gobierno no supone el peligro que tal cosa implica en China.
Dicho de otra forma, la India demuestra que para sacar de la pobreza a millones de personas no es necesario un sistema despótico, y que la economía de mercado permite la formación de una clase media -–hoy son en el país unos trescientos millones de personas de ese estrato— que es el motor de su sociedad.
Ramabadran Gopalakrishan, ex director ejecutivo del gran conglomerado Tata Sons y autor de The made in India Manager, asegura que “ningún otro país del mundo entrena a tantos ciudadanos a manera de gladiadores, como hace India… crecer en la India prepara a los ciudadanos para ser gerentes natos”. En otras palabras, dice este experto, “es la competencia y el caos lo que los convierte en solucionadores de problemas con capacidad de adaptación.”
Y un dato al margen: los directores ejecutivos de Silicon Valley nacidos en India forman parte de un grupo minoritario de cuatro millones de personas que se encuentra entre los más ricos y educados de Estados Unidos. Aproximadamente un millón de ellos son científicos e ingenieros. Cosa que no ocurre con ciudadanos de origen chino.
Entre los dos gigantes de Oriente existe un contencioso fronterizo que los ha llevado a choques esporádicos con muertos de por medio, en los que casi siempre India ha llevado las de perder. Pero por mucho que China y la India sean diferentes, comparten, no obstante, características generales que pueden ser determinantes para el futuro de la humanidad. Siempre hay que tener en cuenta, cuando se habla de esos dos gigantes, que son civilizaciones milenarias, orgullosas de su pasado, asentadas en extensos territorios y densamente pobladas. Y nos ocupamos demasiado de China y demasiado poco de la India.