En un país como Rusia en donde la gente va a la cárcel solo por manifestarse contra la invasión de Ucrania, no deja de ser rarísimo que el jefe de los mercenarios Warner, partícipe de esa invasión, Yevgueni Prigozhin, haya salido tan campante en su avión privado hacia Bielorrusia (o dondequiera que se encuentre) después de haberse tomado militarmente una población rusa, avanzado con sus tropas y llegado a 200 kilómetros de Moscú, y haber dejado con esta acción a Vladimir Putin con sus vergüenzas al aire.
Más misterioso aún: que Prigozhin haya llevado a cabo esta hazaña por su cuenta y riesgo, pretendiendo desbancar en su puesto al ministro de Defensa ruso, el general Serguéi Shoigú. De esta parte del enigma ya empezamos a enterarnos al conocerse el (posible) arresto del general Serguéi Surovikin, quien por lo visto sabía de antemano el movimiento a realizar por el jefe de mercenarios. A ambos, Prigozhin y Surovikin, les unía la animadversión hacia el ministro de Defensa. Al primero por la intención del ministro de absorber a los mercenarios Wagner en las filas del ejército regular, y al segundo porque el general Serguéi Shoigú lo desbancó en enero del comando de las tropas rusas en Ucrania.
Este movimiento de piezas en el tablero de ajedrez del inmenso país euroasiático encaja perfectamente en la lógica de acontecimientos que solo entienden los rusos, que suelen resolver los cambios políticos a tiros o en una ambiente de venganzas y traiciones más propios de la mafia que de las prácticas ortodoxas que conocemos en los relevos del poder. Sin contar con las “caídas” desde lo alto de un edificio, los envenenamientos a los opositores o las prácticas siniestras de los servicios secretos del Estado.
Aquí sí ninguna sorpresa. Es una tradición tan rusa como el vodka, las matrioskhas o el ballet, si quieren que nos pongamos finos. Algunos remontan estas prácticas al siglo XVI, cuando Iván el Terrible estableció la oprichnina, una especie de estado de emergencia que otorgaba al zar poderes absolutos. Una ola de terror y de sangre invadió entonces a Rusia y los oprichniks, todopoderosos integrantes de la guardia personal de Iván, llevaban a cabo su voluntad sembrando el miedo y la muerte. Y desde entonces un sistema represivo desde lo alto del poder sobre el pueblo ruso no ha parado. Yevgueni Prigozhin viene a ser el opríchnik de nuestros días.
El historiador inglés Orlando Figes en El baile de Natasha, una historia cultural de Rusia lo define muy bien: “El carácter asiático del despotismo de Rusia se volvió un lugar común entre la intelectualidad democrática del siglo XIX y más tarde también se usó para explicar el sistema soviético. Herzen (Alexander) declaró que Nicolás I era ‘Gengis Kan con un telégrafo’ y, siguiendo con la misma tradición, a Stalin se lo comparaba con Gengis Kan con un teléfono”. Así que de Putin podríamos decir que es Gengis Kan con internet.
Vladimir Sorokin, uno de los más mordaces y provocadores novelistas de la Rusia contemporánea, se atrevió a especular en una obra corta de 2006 con la realidad de su país en el momento actual pero como si estuviera hablando del 2027, con una Rusia aislada del resto del mundo y gobernada con mano de hierro por un omnipresente soberano, en una sociedad sumergida en una mezcla de pasado medieval y futuro tecnológico, y en donde el sistema del oprichnik tiene tareas tan variadas que van desde ahorcar al noble caído en desgracia u ocuparse de los asuntos amorosos de la soberana. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia…
En fin, que la clave de lo que pase en Rusia en el inmediato futuro podría estar en la suerte que corra el general Serguéi Surovikin, un militar peligrosamente competente, apodado el “general Armagedón” por su enfoque despiadado en el campo de batalla. Su desaparición de la escena arriesga profundizar la división en el ejército en un momento en que la contraofensiva ucraniana intenta hacer retroceder a los rusos. Con una sociedad atónita por la crisis del pasado fin de semana, y ante la visión sin precedentes de Putin perdiendo momentáneamente el control de la situación, a ver qué nos deparan en próximos días las intrigas intensas y opacas en la corte de Moscú.