Juan Restrepo

Ex corresponsal de Televisión Española (TVE) en Bogotá. Vinculado laboralmente a TVE durante 35 años, fue corresponsal en Manila para Extremo Oriente; Italia y Vaticano; en México para Centro América y el Caribe. Y desde la sede en Colombia, cubrió los países del Área Andina.

Juan Restrepo

Turismo, el cuento de la lechera

Imagine esta secuencia: me bajo de un taxi a toda prisa en Cartagena antes de entrar en directo a un informativo de televisión. A la puerta del lugar me espera mi colaborador, cartagenero de pura cepa; le digo que el taxista me ha robado cobrando una cantidad exorbitada desde mi hotel hasta allí. Mi asistente corre hacia al taxi, que no tuvo tiempo de huir, le recrimina, y el conductor le replica: “Ese tipo está de paso por aquí, no lo volveremos a ver”. Es lo que supe que dijo, después terminar el programa, pues no andaba yo con tiempo para regateos con un estafador callejero.

Me ocurrió, hace de esto ya algunos años. Y por lo visto la práctica se ha institucionalizado a todos los niveles en Cartagena. Esta semana hemos visto en las redes sociales —y la cosa parece auténtica— que a unos turistas mexicanos les cobraron allí más de 6.000.000 de pesos por una consumición para cuatro personas. Recuerdo haber visto que en esa factura una bolsa de hielo costaba 40.000 pesos.

Zion Hwang, un “influencer” surcoreano, cuenta también esta semana cómo fue atracado allí en la playa con el cuento de que probara gratis un masaje, al que se negó reiteradamente, y por el que insistieron en cobrarle 600.000 pesos. 

¿Dónde están las autoridades? ¿A qué esperan para acabar con estos atropellos? Porque no son casos aislados, son muchas las denuncias de este tipo de las que oímos hablar en Cartagena y sus alrededores. Por si todo esto fuera poco, la prensa reporta, también esta semana, la muerte por intoxicación de una pareja de turistas holandeses después de haber comido en el mercado local.

Durante la intervención que hizo Gustavo Petro en el Congreso de la Asociación Colombiana de las Agencias de Viajes y Turismo, ANATO, el presidente desglosó algunos de los asuntos que, desde su punto de vista, podrían fortalecer el negocio turístico en Colombia.

Entre las cuentas alegres que hace Petro sobre este asunto estarían las decenas de miles de casas/hotel de familias que podrán vender servicios de hostelería y no las cadenas hoteleras. Y que, ojo a esta cifra, “pasaremos de 15 millones de turistas con ingreso de 15.000 millones de pesos, equivalente a la mitad de las exportaciones de petróleo”

Esto recuerda al cuento de la lechera, aquella protagonista de la fábula infantil que, por ir haciendo castillos en el aire con los negocios que se derivarían del cántaro de leche que llevaba, lo deja caer, derrama su contenido y, con la leche esparcida por el suelo, se esfuman sus sueños de riqueza.

Para qué hacerse ilusiones con la industria del turismo en un país sin infraestructuras y, sobre todo, con la mentalidad cutre y miserable de tanto prestador de servicios básicos (transporte, alimentos, albergue). Aquí hay que empezar por algo tan elemental como educar a quienes se relacionan con el turista, y enseñarles, siguiendo en el mundo de las fábulas, que no hay que matar la gallina de los huevos de oro.

Antes de que el turismo se convirtiera en un fenómeno de masas, cuando los viajeros del siglo XIX y principios del XX legaron  el testimonio de sus experiencias, uno de los mejores cronistas de viajes de los años 30, Robert Byron, dejó escrito en su extraordinario Viaje a Oxiana, un brillante recuento de su recorrido por Asia Central, un comentario que viene al pelo para lo que ocurre en Colombia con los turistas.

El antiguo viajero era alguien que iba en busca de conocimiento, y al que las gentes del lugar se complacían en agasajar con cosas locales interesantes. Ya entonces, en tiempos de Robert Byron, por lo menos en Europa aquella actitud de conocimiento mutuo había desaparecido y los turistas habían dejado de ser un fenómeno. Empezaron a formar parte del paisaje.

No ocurría así, en cambio, en tierras “exóticas”. Entonces, escribe Byron, la naturaleza del viajero seguía siendo una aberración. “Si vienes de Londres a Siria por negocios —escribió aquel cronista— entonces tienes que ser rico. Si vienes de tan lejos y no es por negocios, entonces tienes que ser muy rico. A nadie le importa si el lugar te gusta, si lo odias o qué. Eres solo un turista, del mismo modo que un primo es un primo, una variante parasitaria del género humano que existe únicamente para sacarle el jugo, como una vaca lechera o un árbol de caucho.”

En Colombia, un país premoderno en muchos aspectos, el turista sigue siendo como en los países exóticos del siglo XIX, una anomalía, y también una vaca lechera, “alguien que no volverá por aquí” y del que hay que aprovechar lo que se deje. Así que no ve uno razones para el entusiasmo oficial con la industria turística colombiana. Por lo pronto, podríamos empezar impidiendo que una mojarra frita valga 200.000 pesos, y que una bolsa de hielo en la playa salga mucho más cara que un “corrientazo” en un restaurante popular en Bogotá.

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