Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Salvemos la OEA

El último informe de auditoría presentado, por Martin Rubenstein, ante el Consejo Permanente de la OEA, concluyó que las finanzas del organismo han ido en declive en la última década. La situación es tan crítica que, para el futuro, la organización no resultaría sostenible, tal como lo informó la Agencia EFE a finales de junio. 

Salvar la OEA es un imperativo para el continente por varias razones: i) preservar la tradición jurídica de doscientos años; ii) salvaguardar valores como la paz y la seguridad continentales y iii) custodiar la democracia frente a presiones extracontinentales. 

Definamos el régimen jurídico americano como un acumulado histórico que se remonta, en el siglo XIX, a la visión geopolítica de la dupla Miranda-Bolívar y cuyas ideas más acabadas se encuentran en las obras de Torres Caicedo, González-Vigil y otros publicistas. 

En el siglo XX, estas ideas toman sendas formas jurídicas en la mente de ilustres juristas como Brown Scott, Sánchez de Bustamante, Anderson, Yepes y Álvarez o pensadores como Oliveira Lima y Maúrtua.  En fin, en ambos siglos la tradición jurídica se alimentó de un amplio canon de autores de casi todas las geografías del continente. 

Así, el derecho internacional americano he evolucionado desde el inicio de la era republicana. A lo largo de todo el siglo XIX tuvo mutaciones políticas que reflejaron sus formas jurídicas. En efecto, durante la oleada independentista el americanismo tomó fuerza hasta la guerra entre México y EE.UU. (1846-1848), que abrió paso al hispanoamericanismo

A mediados de este siglo, surge el latinoamericanismo como una reacción frente al expansionismo norteamericano y a las amenazas monarquistas en suelo mexicano, dominicano y peruano. A finales del siglo, nace el panamericanismo que será una forma de tender puentes entre Washington y sus vecinos del sur hasta la separación de Panamá (1903).

Entre la Gran Guerra y la II.G.M. el panamericanismo recobró sentido como una estrategia de defensa y alianza común en el hemisferio frente a las turbulencias europeas. En aquellos años, el sentimiento de la Buena Vecindad estrecharía los lazos continentales que se habían deteriorado por las maniobras de Washington en El Caribe. 

Ahora bien, desde su nacimiento en 1948 y en el marco del interamericanismo, la OEA ha estado comprometida con valores como la paz y la seguridad hemisféricas. Es así que, en 1947 durante la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, se aprobó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR. Al año siguiente, se adopta la Carta de la OEA y el Pacto de Bogotá conocido también como Tratado Americano de Soluciones Pacíficas. 

Así como el primero condena el uso de la fuerza, promueve la solución pacífica de las controversias también prevé la seguridad colectiva como una manera de enfrentar cualquier tipo de agresión; el segundo, por su parte, desarrolla todo lo concerniente a los mecanismos de solución pacífica de las controversias, entre ellos, investigación, mediación, buenos oficios, conciliación, arbitraje y procedimiento judicial.

Este régimen jurídico vino a fortalecer la incipiente organización como garante de un esquema de seguridad colectiva que fue posteriormente desafiado en momentos críticos como la Crisis de los Misiles (1962) y La Guerra de las Malvinas (1982). Sin embargo, hubo experiencias considerables como el Grupo Contadora (1983) y el Plan Arias (1987), en materia de paz, para la resolución de los conflictos de baja intensidad en Centro América. 

En efecto, en un continente que vivía la euforia democrática y que había entendido que el interamericanismo era el espacio natural para canalizar las relaciones hemisféricas, surge en 2001 la Carta Democrática Interamericana. 

En su artículo 1 se puede leer que "Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla". Entre sus valores encontramos: respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales; elecciones periódicas, libres y justas; transparencia, probidad y respeto por los derechos sociales; ejercicio del poder sobre la base del estado de derecho; sistema plural de los partidos y organizaciones políticas, separación e independencia de los poderes públicos; eliminación de todas las formas de discriminación; derecho y deber de todos los ciudadanos de participar en decisiones relativas a su propio desarrollo.

Este instrumento, en particular, y el valor del régimen jurídico interamericano, en general, es lo que riñe abiertamente con la oleada populista que se tomó parte del hemisferio a partir de la llegada del chavismo al poder. 

Además de lo anterior, y no menos importante, es valorar la OEA en su dimensión geopolítica. “La II Guerra Fría” entre Washington y Beijing se refleja en algunas maniobras que han incrementado la influencia china en proyectos económicos de infraestructura, energéticos y satelitales. Lo que ha venido a complementarse con el objetivo de aislar a Taiwán y reforzar expresiones autoritarias tal como recientemente lo ha descrito Diana Roy, del CFR-The Council on Foreign Relations, en artículo titulado: “China’s Growing Influence in Latin America”.  

Por todo lo anterior, creo que salvar la OEA beneficia más a la estabilidad continental de lo que otros organismos podrían hacer por el hemisferio. El debate está abierto. 

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Mario Huertas
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