Oppenheimer es probablemente la mejor película del año por su cuidadosamente escogido reparto e hilada trama, que emanan las viejas épocas de Hollywood. No es El padrino ni Casablanca, pero bebe de ellas en al menos dos sentidos. De una parte, relata la historia del poder y de las intrigas de los incautos individualistas que ponen su beneficio personal por encima del bien común. De otra parte, propone a la audiencia dialogar acerca de un tema trascendental para la humanidad del siglo XXI: la paz mundial.
Al cine estadounidense no le ha hecho falta calidad artística y cinematográfica en sus producciones. Se le conoce por sus sorprendentes efectos audiovisuales, sus famosas escuelas de actuación y su incomparable potencia para ser el nido de grandes ídolos. Sin embargo, como plataforma comunicativa, venía ocupándose predominantemente de los asuntos cotidianos de la vida en el siglo XXI.
Ningún tema puede vedarse al arte; sus dominios son suficientemente espaciosos como para ocuparse tanto de las epopeyas como de las comedias. Aunque todos tengamos preferencias, ningún género es intrínsecamente mejor que otro. A lo que me refiero es a que Oppenheimer se produjo con un sentido de actualidad política internacional que no parecía tan común hace pocos años.
Como un péndulo, la historia del arte muestra (con sus vicios occidentalistas) que las obras son producto de los ánimos de cada época. Desde esta perspectiva, Oppenheimer no solo podría ganar el premio de mérito a la mejor película del año, sino que nos recuerda lo espeluznante que era vivir en el mundo polarizado de la Guerra Fría, bajo la amenaza de las armas termonucleares.
Emana ese período al que los autócratas del mundo nos quieren devolver; es tan bueno para el arte, como terrorífico para los espíritus democráticos. Se ha bebido del ponzoñoso poso que llevó a Hitler a invadir Polonia y forzó a los liberales del mundo a tomar las armas para defender los derechos que trajo la modernidad a la humanidad. Es por este motivo que, como ya lo hemos dicho en este espacio, debemos defender al Estado social y democrático de derecho de sus predadores.