Sucedió el miércoles pasado durante una entrevista en televisión a Emmanuel Macron. Respondía el presidente francés a los periodistas, sentado frente a una mesa, tratando de convencer en directo a sus compatriotas de que la reforma de las pensiones era un asunto incuestionable. El polémico aumento de la edad de jubilación de 62 a 64 años, ha incendiado de protestas las calles de las principales ciudades del país, y las palabras del presidente se esperaban como agua de mayo. De repente, tras la indicación de uno de sus asesores, Macron dejó de gesticular, escondió sus manos bajo la mesa y, cuando las volvió a alzar, el reloj que lucía en su muñeca izquierda había desaparecido.
Era, dicen los entendidos en esos signos exteriores de lujo y poder, un Bell & Ross personalizado modelo BRV192. En las redes sociales se valoró el astronómico precio del complemento en algo así como 80.000 euros; pero la propia presidencia aclaró que se trataba de una baratija de apenas 2.000 euros, poco más de 10.000.000 de pesos colombianos. Y aclararon que se lo quitó porque estaba haciendo ruido sobre el tablero de la mesa, no por otra cosa…
Las implacables redes sociales también se ocuparon en su momento del reloj de Nicolás Maduro, y de un horterísima anillo de esmeralda que suele llevar en su meñique el presidente de Venezuela. En el primer caso se trataría de un Rolex modelo Datejust 41 valorado en 11.300 dólares estadounidenses, algo más de 53 millones y medio de pesos colombianos.
Si tenemos en cuenta que el salario mínimo en el sector público de Venezuela, el mayor empleador del país, es de 130 bolívares mensuales, unos 6 dólares, en las condiciones de hoy en día, un funcionario venezolano debería trabajar un siglo y medio para comprar un reloj como el de su presidente; eso sí, sin tomarse vacaciones y esperando a que le hicieran una pequeña rebaja por el tiempo de espera.
Si de acuerdo con la doctrina Shakira uno se puede hacer a un Casio modelo A158WA-1DF por 23 dólares, que básicamente presta el mismo servicio, salta la pregunta evidente: ¿Qué lleva a un ser humano a adornase la muñeca con una insultante fortuna en estos tiempos de penuria y aflicción para tanta gente?
Los sociólogos han escrito volúmenes y empeñado horas de estudio al fenómeno. Gilles Lipovetsky, por ejemplo, un profesor de filosofía de la Universidad de Grenoble, tiene varias obras, la más famosa de todas, La era del vacío, dedicadas a estudiar lo efímero y lo frívolo de nuestra sociedad. Este profesor francés ve el mundo contemporáneo como pura evanescencia. Y el economista y sociólogo alemán Werner Sombart, a comienzos del siglo pasado, nos legó Lujo y capitalismo, que no es precisamente una legaña de mico sobre el asunto. O Thorstein Veblen, que en su Teoría de la clase ociosa reduce la causa del lujo y de la acumulación de riqueza sencillamente a un anhelo de superar a los demás.
Lejos de mí presumir ahora que he leído estas obras; pero ya las tengo sobre mi escritorio para ver si en ellas descubro para qué lleva la primera dama colombiana, doña Verónica Alcocer, un reloj Patek Philippe Nautilus de 44.850 euros. Cualquiera lo puede ver en un ejemplar de El Tiempo del 30 de septiembre pasado. Al cambio de estos días, ese caprichito valdría en la tienda especializada 228.762.358,50 de pesos.
Insisto, ¿para qué? Por qué lo lleva, qué origen tiene, de dónde salió tanto dinero; a cambio de qué, si fue un regalo, son cosas que pueden interesar a otras personas; por ejemplo a los periodistas de investigación. Yo solo pregunto para qué desde el lugar que hoy ocupa. Para qué, en un país de tantas desigualdades y pobreza.
Dudo que sea una imitación, un gesto indigno de una señora tan fina. Así empezaron Cristina Kirchner, Imelda Marcos y Grace Mugabe, y la gente en Colombia sabe, más o menos, cómo acabaron.