Desde las gloriosas épocas de El Espacio y El Bogotano no veía una portada que brille de tal manera por su amarillismo y mal gusto cómo la última de Semana anunciando como artículo principal una lamentable entrevista a un tal general Sanabria por una tal periodista Dávila, ambos en lo mejor de sus careras habiendo alcanzado, no se entiende cómo, la dirección de sus respectivos lugares de trabajo; única forma de que, sin enrojecerse, se atreven a confesar públicamente sus supersticiones que estarían bien recibidas si se tratase de épocas en las que la magia y la brujería tenían sus pies sobre las cabezas de la ciencia y la razón.
Con lo anterior habría dicho lo que tenía para decir de éste vergonzoso episodio en los momentos que tan absurda y trágicamente estamos pasando en la ya tomada Colombia, pero debo añadir que desde luego no es el único como tampoco la gota que rebosó el vaso que hace rato está rebosado pero si añade sal a la herida.
En la época de Turbay vivimos episodios semejantes cuya crónica realizó Castro Caicedo cuya capacidad periodística supera de lejos a las de Dávila. Dicen que no hay que creer en brujas pero que las hay, las hay. Sin duda. Con solo mirar a Nicaragua, un pobre país destruido por la acción de una pareja cuya mujer es una bruja de talla mayor, tendríamos prueba de ello, pero, como si no fuese suficiente, tenemos de vecino a una Venezuela en dónde un monstruo como Chávez fue seguido de un esperpento como Maduro por obra y gracia de las fuerzas oscuras.
Desde niños se nos eriza la piel cuando escuchamos hablar del diablo y las brujas, o el “aterrador” relato de ese general, que parece sacado de una tragicomedia, de cuando, a las tres de la madrugada, escuchó golpes en la ventana. Qué susto por Dios. Es un tema inagotable que nosotros, los de los países de por acá, conocemos muy bien y que, en reuniones familiares, con frecuencia sale a la luz desde la oscuridad de la noche y de esa parte de nuestras mentes que se deleita con lo misterioso, Preferiría dejar así las cosas pero me veo en la obligación de compartirles mi indignación y, a la vez, mi sentimiento de impotencia ante la evidencia de que nos llevó el diablo.
Cuando la superstición se hace ama y señora es con crucifijos que se enfrenta a la criminalidad y con entrevistas cómo está que se informa a la gente.