Mario Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Huertas

Pueblo armado

Abusando de su desconocimiento sobre el pretérito nacional, y del poco interés que despierta este por millones de colombianos, Petro ha salido nuevamente al balcón para enviar, como ya es costumbre, un lóbrego mensaje que enmascara una concepción falaz de la libertad. 

Desconociendo el valor de las instituciones republicanas e intentando emular a figuras de nuestro pasado como Bolívar, Melo y López Pumarejo, Petro aparece para justificar insolentemente el alzamiento popular -incluso armado- como medio para lograr el cambio o la revolución (conceptos que utiliza indiscriminadamente).

Así, pues, empecemos por recordar que, acostumbradas las guerrillas colombianas (M-19 y FARC principalmente) a manosear la figura del Libertador (¿o quién no recuerda la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar?), Petro sale a espetar que debemos regresar al binomio Ejército-Pueblo, es decir, a la noción decimonónica del “pueblo armado” (concepto utilizado por él) como una forma descontextualizada para promover hoy una revolución/cambio. 

Aclaremos algo, el Libertador reclutó un “ejército” para combatir el poder español y encausando un incipiente sentimiento patrio, creó toda una institucionalidad para dar origen a un Estado-nacional (Léase Congreso de Angostura). Dicho de otra manera, en ese momento, se levantó una milicia para combatir un poder foráneo y no para desencadenar una guerra fratricida. 

Igualmente, preocupa mucho las palabras de Petro debido a que con este llamado se puede caer en el riesgo de politizar la fuerza pública; desvertebrando con ello la profesionalización de nuestros ejércitos (tierra, mar y aire) que ha sido la mayor conquista democrática, a pesar del fatídico golpe de cuartel (así Echandía dijera que fue un simple golpe de opinión) dado por Rojas Pinilla en 1953.   

Ningún historiador serio, riguroso y honesto podría validar el burdo uso que de la historia se quiere hacer para defender un ejército que no sea exclusivamente de orden nacional, suprapartidista, profesional y, por lo tanto, auténticamente democrático. 

Por si fuera poco, miente al decir que Melo fue el único defensor del bolivarismo y último oficial del ejército libertador, ignorando que después del golpe contra Obando, Tomás Cipriano de Mosquera fue presidente, por tres veces, hasta ser derrocado por el general Santos Acosta en 1867. 

Reiteró además que, quienes hemos enseñado la historia del país, olvidamos a Melo dizque por ser indígena. ¡Soberana estupidez!

Recordamos a Melo por lo que fue, un ignorante golpista y dictador cuyas prácticas terminaron por des institucionalizar aún más el país, tras los sucesos del 7 de marzo de 1849 cuando fue asaltado nuestro Congreso por los puñales del radicalismo con el objetivo de presionar la elección presidencial de José Hilario López. Definitivamente, Petro tampoco conoce la famosa anécdota del papelito aquel que decía: “Voto por López para que no asesinen al Congreso”.

Con una versión torpe del pasado, Petro se atreve -sin vergüenza alguna- a romantizar un golpe contra la democracia. Porque el significado histórico de Melo se resumen en tres palabras: autoritarismo, populismo y caos. 

Petro, allende de necesitar urgentemente varias clases de historia para que no repita zafiamente que Melo fue elegido democráticamente, también necesita que alguien le explique que los ejércitos NO son liberales, conservadores, rojos o blancos. En otras palabras, que los verdaderos ejércitos nacionales no son partidistas y mucho menos con vocación al culto de un supremo líder.    

De otro lado, es preciso puntualizar que la Revolución en Marcha (1934-1938) efectivamente logró una serie de cambios cuyas formas jurídicas se insertaron, en la carta de Núñez y Caro, mediante la reforma constitucional de 1936 y la famosa ley 200 de ese mismo año. 

En la mente de Alfonso López Pumarejo, como del liberalismo moderado de la época, estaba gestionar el cambio socio-político por vía institucional a fin de evitar que la irresponsabilidad, el verbo encendido y el resentimiento de Gaitán llevaran al país por el abismo de un peligroso alzamiento popular. No hay el menor riesgo a equivocarme al afirmar que mientras el jefe de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR) era una mala copia de Getulio Vargas y de Juan Domingo Perón; López Pumarejo, con todos sus desaciertos, fue un estadista socialdemócrata. 

Sufriendo así el complejo de Adán, entre otros, Petro se cree el primer presidente de izquierda, aun cuando la historia lo desmiente. En “Gobiernos de izquierda en Colombia” ya expliqué la mentira que se repite configurando un error histórico para crear un mito y alimentar la devoción a su existencia. 

Lamentablemente, gracias a la “paz”, las guerrillas han quedado rehabilitadas ante la opinión pública y ahora viene la defensa apasionada de Primera Línea, legitimando así las tácticas revolucionarias de la violencia y el terror (combinación de todas las formas de lucha) a nombre de la democracia para después amenazar y destruir la democracia misma. Como buen chabacano que es, Petro ni sospecha que la democracia también son maneras. De ahí que Francia Márquez exclamara: ¡Qué viva Primera Línea!

Además de hacer un llamado al levantamiento popular, con las consecuencias de violencia que eso puede traer, Petro busca estrangular nuestra historia militar afirmando que con Melo se esfumó el verdadero y único ejército que ha defendido al pueblo. ¡Mentiras! ¿O qué fueron las gestas de nuestras tropas contra el Perú en 1932 o en Corea-1950? O ¿qué ha sido la dura contención a la guerra revolucionaria que nos ha librado, hasta ahora, de la esclavitud de su ideología? Si vamos a hablar de libertad, no nos dejemos subvertir el orden de las cosas como tampoco falsear la historia

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