En una movida que ha resonado en los corredores del poder, tanto nacional como internacional, el presidente Gustavo Petro decidió terminar la colaboración de décadas con Israel, un Estado con el que Colombia había forjado profundas y estratégicas alianzas, especialmente en el ámbito de la seguridad y defensa. No se trata de una decisión sorpresiva, ya que la venía anunciando desde hace meses, pero su determinación final ha generado un torbellino de críticas merecidas.
«Donde hay patrón, no manda marinero». La decisión de Petro se impone sobre la opinión de expertos en relaciones internacionales, pues la irracionalidad política se impone por autoridad, sin deliberación y descuidando las formas que garantizan el ejercicio democrático de la acción comunicativa. El rompimiento con Israel no es simplemente un cambio en la política exterior; podría tener repercusiones duraderas en la estructura de seguridad y defensa del país.
El importante sector de la población civil que ve con desconfianza esta decisión no lo hace gratuitamente. La cooperación con Israel no era meramente diplomática, sino también técnica y operativa, sobre todo en defensa nacional y orden público. Las fuerzas armadas colombianas se beneficiaban de tecnologías avanzadas y entrenamientos especializados, críticos para combatir delitos como la extorsión y el microtráfico. Sin el apoyo de Israel, ¿qué será del mantenimiento de la flota de aviones Kfir o de los sistemas de defensa aérea que han sido claves en la operatividad de la seguridad nacional?
Al examinar los detalles técnicos, la preocupación se profundiza. La pérdida de soporte de equipos y sistemas de armas podría dejar a Colombia vulnerable frente a las amenazas internas y un escenario geopolítico cada vez más incierto. Los cazas Kfir, por ejemplo, son esenciales para la defensa aérea del país y, sin ellos, Colombia perdería una capacidad estratégica irremplazable, agravada por la decisión de no actualizar la flota. En la Marina, la falta de soporte técnico para sistemas de armas y radares compromete la efectividad y la seguridad de las operaciones navales.
Además, esta decisión parece estar desconectada de las necesidades del Ejército y de la Policía Nacional, quienes también dependen de la tecnología y el soporte israelí para mantener su eficacia operativa. ¿Se busca entonces debilitar las capacidades de la fuerza pública colombiana? Anticipar los desafíos de seguridad que Colombia enfrentará en el futuro, luego de la ruptura con Israel, es imprescindible para responder a esta pregunta.
Presidente, reconsidere su decisión para asegurar que no perdamos la capacidad de defendernos y protegernos de los desafíos internacionales que se presentan hoy en el contexto de una posible nueva guerra fría. La seguridad y estabilidad de Colombia son prioridades de cualquier estratega de política exterior. No se comporte como patrón y escuche a los marineros que saben de relaciones exteriores y priorizan el interés nacional.