El próximo sábado, el alemán Alfred Henry Kissinger cumplirá cien años, ¡100!, y exagerando un poco, es un siglo de existencia dedicado al pensamiento y la acción política, extraña mezcla que solo ciertos hombres de Estado poseen.
Siempre he pensado que si no es por el presidente Richard Nixon, Kissinger nunca hubiera sido el influyente hombre que se convirtió una vez asumió como Asesor de Seguridad Nacional en 1969; posiblemente, habría sido una de las tantas eminencias en Harvard con alguna incidencia en La Casa Blanca, tal como lo venía haciendo de manera irregular y sin el protagonismo que tanto deseaba.
Pero, como la vida tiene sus rarezas, el hombre que menos pensó fue quien le dio la oportunidad de cambiar su aburrida y monótona vida de las aulas en Boston por el excitante y desafiante mundo de las intrigas en Washington.
So pena de equivocarme, me arriesgaré a descodificar el pensamiento de Kissinger en cinco grandes áreas (historia, geopolítica, crisis, estrategia y liderazgo) que conectadas entre sí forman un estilo para la toma de decisiones en política exterior, estilo que se correspondió perfectamente con el liderazgo presidencial de Nixon.
En efecto, para Kissinger el uso del pretérito como parte de la política exterior es tan incuestionable como útil. En esto él no ha inventado nada. De hecho, todos los grandes estadistas siempre han guiado sus decisiones con profundo y acertado sentido histórico del pueblo al que sirven, pues, les permite perfilar el futuro (decisiones) a partir de un punto de fuga que es el acumulado histórico.
Algunas de sus obras así lo confirman, “A world restored”, “Diplomacy” y en parte “On China” son obras que dan sobrada cuenta del análisis histórico en función de la toma de decisiones y de la manera en que la historia, por analogía, ofrece al estadista sus lecciones.
Ahora, toda política exterior bien diseñada obedece a imperativos geopolíticos tanto del Estado al que sirve el líder como de los pueblos que, en función del interés vital, se convierten en una prioridad dentro de la agenda a ejecutar. La imaginación geopolítica, por encima de consideraciones teóricas, es una herramienta más para gestionar estratégicamente el interés nacional.
En “Years of renewal” y “Years of upheaval”, Kissinger narra sus experiencias como Asesor de Seguridad Nacional y después como Secretario de Estado con un enfoque abiertamente geopolítico; en “Does America need a foreign policy?” y “World Order” confirma dicha orientación de comprender la política exterior a modo de geopolítica, tal como Nixon la concibió desde los días en que era el segundo de a bordo de Eisenhower.
Y es que hablar de gobierno es hablar de crisis. En “Six crises” de Nixon, el rigor intelectual, la fe, la confianza, el coraje y la experiencia aparecen como instrumentos de orientación a la hora de navegar en medio de turbulentas aguas. Él hasta ese entonces vicepresidente decía que el momento más fácil de la crisis es la batalla misma; el más difícil, el periodo de la indecisión entre la retirada y la batalla; y el más peligroso, las consecuencias.
Mientras Nixon retrató seis crisis que vivió desde los días del Caso Hiss hasta su debate con Kruschev en la cocina; Kissinger, años después también publicaría “Crisis” en cuyo trabajo relató dos de las más importantes turbulencias (Yom Kipur y Vietnam) que afrontó bajo la tutela presidencial de Nixon.
Por otro lado, descifrar el interés nacional de los otros Estados obedece al arte de la estrategia. En esto, Kissinger ha sido un gran exponente. Además, coincidió con Nixon en que las grandes jugadas de política exterior siempre han sido aquellas que, ancladas al largo plazo, preservan el equilibrio de poder. El voluble juego de los intereses nacionales y la manera de maniobrarlos favor del interés propio, sin que el poder pierda su necesario contrapeso de fuerzas, es uno de las grandes desafíos del estratega en funciones.
Indiscutiblemente, “Beyond peace”, “1999, victory without war” y “The real war” son piezas magistrales de estrategia, táctica, guerra y paz escritas por Nixon.
Es más, nada en política sin liderazgo resulta posible. Y menos en la alta dirección del Estado, de ahí que Kissinger publicara el año pasado “Leadership. Six studies in world strategy” al que le dedicaremos posteriormente una entrega a fin de encontrar, sobre todo, las diferencias con “Leaders” de Nixon escrito en 1982.
Para ir cerrando, mi otra apuesta es que el premio Nobel de Paz (1973) lo merecía Nixon en virtud de que todo lo que Kissinger acordó con su contraparte, Le Duc Tho, estuvo siempre sujeto al fuero presidencial. No obstante, la antipatía que por el presidente sentían en Estocolmo y el Watergate fueron los móviles para que su Secretario se llevara el galardón. En 2003, Kissinger publicó un trabajo sobre las negociaciones titulado “Ending the Vietnam War”, pero el presidente Nixon ya había hecho lo propio en 1985 con “No More Vietnams”.