Mario Andrés Huertas

Analista de asuntos estratégicos y hemisféricos (Énfasis: Brasil y EE.UU.) Columnista de opinión, diario La Nación. Voluntario internacional para la promoción de nuevos liderazgos, Universal Wonderful Street Academy (UWSA), Jamestown-Accra. Colaborador del Goldstreet Business (Ghana). Profesor de Geopolítica y Geoestrategia. Infante de Marina, Armada República de Colombia (A.R.C).

Mario Andrés Huertas

Mi reencuentro con García Márquez

Nunca pensé que iba a escribir esta columna; sin embargo, las circunstancias me obligaron a hacerlo después de treinta años de haber leído asiduamente a García Márquez durante mis años de colegio. Hace unos cuántos años volví a releer “el General en su laberinto” por cuenta de mi encuentro con el Bolívar (Deliro y epopeya) del maestro Víctor Paz Otero.

Reconozco que mis lecturas, en aquel entonces, de las obras canónicas de García Márquez fueron superficiales, descontextualizadas y, sobre todo, mediocres. Todo por cuenta de los afanes de la adolescencia y de una sobrecarga con el autor de “Cien años de soledad”. 

En su momento, sentía una suerte de saturación. Mis profesores de literatura, en particular uno, nos obligaba -casi de manera exclusiva- a leer a “Gabo” como él lo llamaba con cierta cercanía, aunque creo que nunca lo conoció en persona. Mi hartazgo se ratificó dado que en la Colombia de los 80´s, García Márquez eclipsó la producción literaria por cuenta del Nobel que le fue entregado el 21 de octubre de 1982 en Estocolmo. “La Ceniza del libertador”, de Fernando Cruz Kronfly, es un claro ejemplo de ello. 

Ese abarrotamiento garciamarquiano me empujó, en consecuencia, a buscar en otros autores y en otras geografías una puerta de escape al realismo mágico que se imponía a la par con las ideas de izquierda que él tanto defendió. 

Ahora, gracias al esnobismo del medio pude intuir rápidamente que en Colombia se hablaba mucho de García Márquez pero que se leía realmente muy poco. Ya en mis años de universidad pude constatar que esa sospecha era una rotunda verdad. Así, el tal Gabo -como cariñosamente lo llaman muchos colombianos- ha sido un fenómeno más comercial que propiamente literario, en el sentido estricto de la palabra. 

Esa etapa que bien podría ser llamada como exploratoria, abarca en mi vida el período comprendido entre 1984 y 1994. No obstante, las cosas cambiaron y, por eso, decidí escribir estas líneas dado que se está abriendo otro período de mi contacto con ese universo reconocido por la RAE como garciamarquiano. 

Gracias a una invitación que se nos hizo a un grupo de estudiantes para asistir a las clases del profesor De Shield (cuya universidad y facultad me reservo) experimenté una sensación muy diferente de lo que sentía en Colombia durante los años que he convenido en llamar “etapa exploratoria”. Llegué al curso cuando precisamente se empezaba a hablar de García Márquez y siendo colombiano, me vi en la obligación de dar unas tímidas e imprecisas opiniones de ese autor que representaba, hasta ese momento, una antipatía total. 

Un costeño que había tenido la osadía de ir en liquiliqui a recibir el premio más aclamado en literatura y que en virtud de ello había armado una espantosa fiesta con vallenato y ron cubano (enviado por el mismo tirano de La Habana) en tierras nórdicas. Ese mismo que había recibido de Mario Vargas Llosa su buen merecido y que, a su vez, no escatimaba argumento para defender a Fidel Castro, uno de los peores criminales de la humanidad. 

Por venir de Colombia era casi un mandato aportar algo a la clase del profesor De Shield. Para colmo de males, siendo el más veterano del curso no tuve escapatoria. Sumado a lo anterior, la manera en que De Shield y sus estudiantes percibían a García Márquez me obligó a meditar un poco sobre lo que significaba para mí Macondo y expresarlo sucintamente.

Por accidente encontré un curioso libro titulado “Garcia Marquez in 90 Minutes” escrito por Paul Strathern. Con este breviario pude contextualizarme en los años de la producción del escritor de Aracataca. Fue una lectura (y relectura) absolutamente placentera que me puso frente al espejo para hacer un viaje en el tiempo hasta los años 80´s a fin de delinear los confines de Macondo. 

Lamentablemente, me he visto en una situación un poco incómoda y es saber si esas coordenadas están en la tesis doctoral de Vargas Llosa, “Historia de un deicidio”, y como no puedo ir a mi biblioteca personal para verificar mis pensamientos; he tenido, en efecto, que apelar a mi memoria. 

Continuará […]

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