Las brisas de febrero son rastreras; empiezan desde el piso de los robles, sacuden el árbol, contornean sus hojas y comienzan a viajar hacia el occidente. Aumentan de intensidad y van recogiendo todo…absolutamente todo, incluyendo los cuentos de la comarca. Me recuerdan a los seres abyectos. Los barriletes bailan por su intensidad en esa época, dan vueltas y muchas veces se precipitan por los hilos rotos. Nada se queda en el ambiente que no salga en febrero y muchos de los habitantes piensan que la espesura de la corriente es la responsable. A mi padre le contaron que Miguelito le estaba robando la leche, era el encargado de la administración de la finca. Allí había nacido. Su progenitor trabajó toda la vida con nosotros y quien mejor que él para hacerse cargo de los senderos rurales que circundaban la finca.
Ese día sabía que los tanques de leche estaban escondidos en el baño, llegó temprano y sin decir nada los vio espumosos sobre el rincón. Llamó a Miguelito y no dejó que este hablara, solo le dijo:” esto es un mal ejemplo”. Una semana fue el tiempo necesario para que organizara sus cosas, a los otros trabajadores no los saludaba y un viernes en la mañana se marchó. Años más tarde y con la mirada viendo tierra lo saludaba.
Hay un grupo de individuos dentro de la sociedad a quienes no se les perdona un mal ejemplo. Uno de ellos, los sacerdotes. Son los mensajeros de nuestras convicciones y en ellos depositamos nuestra fe. Cuando uno de ellos cae la credibilidad se debilita y se debe hacer un esfuerzo personal importante para recuperarla. Hay algunos ejemplos que después fueron tomados como anécdotas regionales de muchos de ellos. Pero el efecto lo notamos en la iglesia en donde la ausencia a las faenas propias se hizo cada vez más notorio.
Que tal cuando un Maestro es el que falla. Es muy difícil enseñar si el ejemplo adecuado no respalda lo que decimos. Se puede enseñar algebra o trigonometría, pero lo que no se puede transmitir es comportamiento. Este implica una serie de preceptos que solo demostrándolo se pueden transmitir. No hay que hacer grandes oratorias o sentencias. Un solo gesto enseña más que miles de palabras. Los maestros que han caído dejan muchos de sus discípulos en el suelo.
El último grupo es el de los políticos. Siento pesar por aquellos que, en campaña -como las brisas de febrero- ofrecen de todo. Consiguen el anhelado puesto y lo ofrecido se lo lleva el viento. Que decir de aquellos que no hicieron nada y cuando entregan el cargo tienen una colección de bienes y escrituras inocultables las cuales su cerebro necesita hacerlas visibles. Cuando rinden indagatoria llegan con el ceño fruncido y sus electores lamentan y saben que son culpables. Durante varios meses se disfrazan: no se exponen a los medios, opinan por terceros y desaparecen del mapa visible de la región. Siguen haciendo travesuras y sus empresas engordándose. Son expertos en comisiones, ases del cupo indicativo y tienen la confianza que los declararan inocentes para seguir con la misma magulladura.
Se ha perdido la confianza; esperanza, fe y convicción que la otra persona actuara bajos estos criterios de solida moral. Estos cuatro ejemplos son una muestra de lo que significa un mal ejemplo y del impacto que producen desde el lugar donde se encuentren. Hemos perdido la certeza de como actuaran en un futuro y esto agrieta la moral colectiva. Lo irritante de los políticos es que son la sumatoria del trabajador, del sacerdote y del maestro.
¿Qué hacer en un país sin confianza?
Diptongo: recuerdan a Dostoiewski.Su esposa le dio una finca, la última que tenía.